Por D. Juan Carlos Sánchez Corralejo
OFICIOS EN EL RECUERDO: TELARES Y TALABARTEROS VALVERDEÑOS DEL SIGLO XX (I) En Raíces, nº 3, págs. 18-25. Valverde del Camino. .
En Valverde fue relativamente habitual que los talleres repartiesen a particulares la preparación de la lana. Así al menos actuaban los de José María Borrero y los hermanos Sánchez Domínguez. Leonor Lorca Donaire (1856-1942), hija de Antonio Lorca y de Isabel Donaire y casada con Pedro Oso Romero, trabajaba la lana, en su propia casa del «Peñeo» (Coronada, 7) para los telares de la localidad. Tras recibir las sacas de lana, ya lavada, procedentes en su mayoría del taller de los hermanos Sánchez Domínguez, procedía a cardarla, a hilarla en la torna y a confeccionar las madejas en la devanadera.
Ninguno de sus tres hijos, Dolores, Blas y Ana continuaron su labor. Pero sí, su nieta Francisca Oso Expósito (1916), quien siendo una niña, entre 1926 y 1930, torcía la lana en la rueda del taller dela Calleja. Manuela Carrero Malavé (1889-1981), por los años cuarenta, aún lavaba y cardaba la lana, sacando el hilo con los dedos. No hemos podido rastrear la utilización de ruecas y husos, y pensamos que fueron extraños a nuestros telares. A continuación la escarmenaba, extrayendo los típicos «carretones», la peinaba con las cardas y la hilaba ayudándose del pincho metálico de la torna. Sin dejar de mover la manivela con la mano derecha, hilaba con la mano izquierda, empalmando, sin nudos, hasta confeccionar las madejas del tamaño deseado. Con anterioridad, a principios del siglo, la operación de «aspao» o madejado se realizaba con la aspa o aspador, instrumento en forma de doble T, cuya función era formar madejas de lana, lino o cáñamo, tal como se muestra en las fotografías 4 y 6.
"Torna" de hacer canillas. cedida por la familia de Rafael Borrero
2. La materia prima.-
Durante todo el Antiguo Régimen hasta bien entrado el siglo XX, la materia prima más utilizada, en Valverde, fue la lana pura o entrefina de oveja.
El Catastro de Ensenada cuantifica la existencia de 25.234 ovejas en Valverde, cifra que la situaba, de lejos, como el principal productor provincial monopolizando el 10 % del total. La lana de las ovejas valverdeñas -según el Catastro- era «entrefina», mientras que el interrogatorio de 1770 habla de ovejas merinas que producían lana «fina por no haver ganados bastos»[1].
Una parte de la lana producida en Valverde se utilizaba como materia prima en los 80 telares, cuantificados por los Censos de Frutos y Manufacturas entre los años 1788 y 1790. Dichos telares, dedicados a la producción de tejidos de lino y lana, eran trabajados en su integridad por mujeres. La misma fuente evalúa la producción en unas 1200 ó 1300 varas anuales de tejidos de lino, y unas 2.100 ó 2.200 varas de tejidos de lana. Por contra, en la villa no se producían tejidos de seda, cáñamo ni algodón[2]. Los tejidos de lino se limitaban a lienzos, tanto vastos como finos, para la confección de camisas, sábanas o calzones. Con la lana se fabricaban paños vastos o merinetas y frisas o telas de bayeta. El proceso de fabricación queda recogido en el interrogatorio de 1770.
El Catastro de Ensenada cuantifica la existencia de 25.234 ovejas en Valverde, cifra que la situaba, de lejos, como el principal productor provincial monopolizando el 10 % del total. La lana de las ovejas valverdeñas -según el Catastro- era «entrefina», mientras que el interrogatorio de 1770 habla de ovejas merinas que producían lana «fina por no haver ganados bastos»[1].
Una parte de la lana producida en Valverde se utilizaba como materia prima en los 80 telares, cuantificados por los Censos de Frutos y Manufacturas entre los años 1788 y 1790. Dichos telares, dedicados a la producción de tejidos de lino y lana, eran trabajados en su integridad por mujeres. La misma fuente evalúa la producción en unas 1200 ó 1300 varas anuales de tejidos de lino, y unas 2.100 ó 2.200 varas de tejidos de lana. Por contra, en la villa no se producían tejidos de seda, cáñamo ni algodón[2]. Los tejidos de lino se limitaban a lienzos, tanto vastos como finos, para la confección de camisas, sábanas o calzones. Con la lana se fabricaban paños vastos o merinetas y frisas o telas de bayeta. El proceso de fabricación queda recogido en el interrogatorio de 1770.
«Y en quanto a la lana se reduze su fábrica a que luego que se esquilan los ganados, la laban y limpian. Después se carmena, se carda y se hila y últimamente se da el texido, se da el vatán»[3].
Los telares valverdeños, trabajados siempre por mujeres, producían «ropas de vestir, capa, casaca, polainas, calsones, etc.» e igualmente «las ropas de mugeres como son naguas, mantillas y monillos»[4].
Enaguas
Casaca. Museo del traje.
Centro de investigacion del patrimonio etnologico
Polaina de Valverde del Camino
Traje con mantilla.
La Galana y damas de la Virgen de Coronada
(Sotiel. Calañas)
A lo largo del siglo XX, el algodón, al igual que en buena parte de la España rural, sustituye casi por completo a otras fibras textiles de procedencia animal o vegetal debido a su mayor brillo, elasticidad y limpieza. El algodón fuerte, de buena calidad, se utilizaba sobre todo para urdimbre de ataharres, cinchas jáquimas, empleándose la «borra», pelusa de algodón más fina, para la trama. Pero, junto al algodón, se emplearon también el cáñamo, sobre todo para las cinchas, el yute y el esparto, menos resistentes, para labores de talabartería de inferior calidad y economías más modestas, y la pita para la confección de cinchos de «capiruchos».
3. Labores previas: Lavado, escarmenado, madejado, hilado, ovillado, entintado y elaboración de canillas.
3.1. la lana. Las referencias etnográficas más antiguas de las que disponemos nos ilustran de las técnicas de lavado, preparado e hilado de la lana. Después de esquilada la lana, se procedía a la limpieza de la fibra. Primeramente se le quitaban con las manos las impurezas o restos de paja y pinchos del campo. El lavado y la escalda en agua caliente eran, en nuestra localidad, una operación única. Se realizaba en canastas de mimbre, introducidas en una caldera de agua caliente. Posteriormente se enjuagaban en alguna alberca cercana. Después de secados los vellones al sol, se estiraban con la mano, al tiempo que se retiraban las posibles impurezas. Esta operación se denominaba en Valverde, como en muchos lugares castellanos, escarmenar.
El siguiente proceso era el cardado, consistente en alisar y desenredar las fibras mediante cardas, aparejadas con púas de hierro y provistas de un mango. La cardadora cogía una carda en cada mano, colocaba el copo entre ambas y los peinaba moviendo las cardas en direcciones contrarias. Terminadas estas labores se procedía al hilado y madejado. La lana estaba lista para ser empleada en crudo o bien era sometida a un proceso de teñido.
Cardador. Taller de Manuela Carrero Malavé (1889-1981)
En Valverde fue relativamente habitual que los talleres repartiesen a particulares la preparación de la lana. Así al menos actuaban los de José María Borrero y los hermanos Sánchez Domínguez. Leonor Lorca Donaire (1856-1942), hija de Antonio Lorca y de Isabel Donaire y casada con Pedro Oso Romero, trabajaba la lana, en su propia casa del «Peñeo» (Coronada, 7) para los telares de la localidad. Tras recibir las sacas de lana, ya lavada, procedentes en su mayoría del taller de los hermanos Sánchez Domínguez, procedía a cardarla, a hilarla en la torna y a confeccionar las madejas en la devanadera.
Ninguno de sus tres hijos, Dolores, Blas y Ana continuaron su labor. Pero sí, su nieta Francisca Oso Expósito (1916), quien siendo una niña, entre 1926 y 1930, torcía la lana en la rueda del taller de
3.2. El algodón.
Por lo que se refiere al algodón, materia prima básica de la presente centuria, éste llegaba a los talleres en sacas que, procedentes de Alcoy y Montoro, contenían conos o «mazorcas» de algodón blanco. La primera operación consistía en realizar las madejas. A principios del siglo la operación de «aspao» se realizaría con la aspa o aspador. Sin embargo, este instrumento -a tenor de la opinión de nuestros entrevistados- debió desaparecer con anterioridad a la década de 1940. Desde entonces no se utilizaban ni aspadores ni tornos o ruedas de hacer madejas, como en otros ámbitos rurales de nuestro país, sino simplemente una devanadera. Bastaba con atar el extremo del hilo a uno de los maderos de la devanadera, dándole vueltas al ingenio con un dedo. Terminada la operación se amarraba la madeja, en dos extremos, dejándole un cabo holgado por donde se colgaban en el techo, después de entintadas.
El Teñido.- Otra técnica artesanal era el teñido. A principios de siglo, debieron utilizarse plantas naturales para el teñido de los hilos, aunque la técnica más difundida debió ser -como comentaba a menudo Manuela Carrero- la utilización de orines para pintar la lana. Sin embargo, a partir de los años cuarenta se introducen productos químicos.
El teñido de la lana se realizaba en una caldera con agua y un puñado de sal. Cuando el agua estaba caliente, se añadía un poco de agua fuerte que facilitaba que las fibras «cogieran mejor el tinte», y se añadían los polvos de colores, previamente desleídos. Sin dejar de mover las madejas de lana, éstas eran extraídas nada más empezar a hervir.
El teñido de la lana se realizaba en una caldera con agua y un puñado de sal. Cuando el agua estaba caliente, se añadía un poco de agua fuerte que facilitaba que las fibras «cogieran mejor el tinte», y se añadían los polvos de colores, previamente desleídos. Sin dejar de mover las madejas de lana, éstas eran extraídas nada más empezar a hervir.
El teñido del algodón valverdeño ofrece dos variantes; en frío y en caliente. En el taller de la familia Sánchez Domínguez, se teñía en frío en varias pilas de mampostería construidas en el patio de la vivienda, aunque lo más habitual fue teñir en caliente. En esta modalidad, el algodón era introducido en una caldera de agua caliente, junto a un puñado de sal y los «polvos de colores», comprados a menudo en las casa de las hermanas «Perrerra» que los vendían, al peso, envueltos en papelillos de periódicos. Reposo Borrero hacía lo propio en el taller de su padre, mientras que su hermano, Rafael, también los adquiría al por mayor «en latas» y su hija, Mary, los vendía, igualmente al peso, a otros tantos particulares. Sin dejar de mover el agua de la caldera, se metían y sacaban las madejas insertadas en un vástago de madera. Las madejas de algodón solían dejarse toda la noche dentro de la caldera. Cuando el agua estaba fría se sacaban y se enjuagaban. Después de escurridas, se dejaban secar al sol. Rafael Borrero construyó un cañón de chimenea para estas labores en su taller de la Cruz de Calañas. Manuel Flores, al menos en su taller de las calles Peñuelas, teñía en los hogarines del Pocillo de la Huerta Nueva .
El devanado.- Llegado el momento de tejer el hilo de la madeja, se hacía necesario convertirlo en ovillo. El hilo era llevado, de nuevo, a la devanadera. Se trata de un instrumento giratorio en el que se colocan las madejas para retorcer los hilos en ovillos. La devanadera más común, descrita en el diccionario de Autoridades en el siglo XVIII, coincide en su totalidad con la utilizada en Valverde hasta hace pocos años. Es aquella formada por un madero que sirve de base, donde está embebida una varilla de hierro, en la que se encajan, a su vez, dos cruces de madera, formando un armazón o bastidor que se estrecha hacia arriba. Las operarias, sirviéndose de este instrumento, iban enrollando el hilo en su mano izquierda, abierta, cambiando secuencialmente la postura de la mano y la dirección del rollo. Cuando la hilandera comienza a tirar del hilo de la madeja, la devanadera comienza a dar vueltas facilitando enormemente su labor. El resultado era un ovillo casi esférico con vueltas múltiples. Una adivinanza popular aragonesa describe este ingenio con enorme sutileza:
Cuatro caballitos
corren a Francia
corren y corren
y nunca se alcanzan
Devanadera cedida por la familia de Rafael Borrero
a la Asociacion Amigos del Patrimonio.
Museo etnográfico Casa Dirección.
Fotografia: Leandro Bermejo
Torcer el hilo. A menudo, se necesitaba conseguir un hilo doble o triple para lograr mayor resistencia. Era necesario formar un ovillo de hilo múltiple en una sola hebra. En Valverde se realizaron ovillos de dos, tres, cuatro y cinco cabos siendo, al parecer, el de tres el más utilizado.
Para esta operación, que tradicionalmente se realizaría con los dedos, los tejedores valverdeños se ayudaban de la «rueda de torcer». Los cabos de algodón se hacían pasar por una tabla, clavada en la pared, con tres, cuatro o cinco carretes de madera -según el número deseado- y una argolla de alambre o una alcayata, todo ello en un extremo de la pared, y en el otro extremo, un número equivalente de carretes de madera, unidos mediante una cuerda o correa a la gran rueda de madera, accionada por una manivela. Un sistema bastante arcaico, aunque efectivo, utilizado al menos por Manuel Flores, consistía en dejar caer los hilos de los carretes sobre el suelo con una tabla en medio -unida al algodón con un cáncamo casi cerrado-. Cuando los hilos levitaban, por efecto de la torsión, en posición horizontal, había llegado el momento de paralizar el funcionamiento de este artefacto. Los hilos habían adquirido la torsión deseada. En otros talleres, como el de Rafael Borrero, esta operación se realizaba «a ojo».
Para esta operación, que tradicionalmente se realizaría con los dedos, los tejedores valverdeños se ayudaban de la «rueda de torcer». Los cabos de algodón se hacían pasar por una tabla, clavada en la pared, con tres, cuatro o cinco carretes de madera -según el número deseado- y una argolla de alambre o una alcayata, todo ello en un extremo de la pared, y en el otro extremo, un número equivalente de carretes de madera, unidos mediante una cuerda o correa a la gran rueda de madera, accionada por una manivela. Un sistema bastante arcaico, aunque efectivo, utilizado al menos por Manuel Flores, consistía en dejar caer los hilos de los carretes sobre el suelo con una tabla en medio -unida al algodón con un cáncamo casi cerrado-. Cuando los hilos levitaban, por efecto de la torsión, en posición horizontal, había llegado el momento de paralizar el funcionamiento de este artefacto. Los hilos habían adquirido la torsión deseada. En otros talleres, como el de Rafael Borrero, esta operación se realizaba «a ojo».
Rueda de torcer del Taller de Rafael Borrero.
Fotografia: Leandro Bermejo
La elaboración de las canillas.- Al hilado y devanado seguía la elaboración de las canillas, esto es, las bobinas de hilos de varios colores -blanco, negro, rojo, azul, amarillo- que posteriormente eran insertados en la lanzadera para realizar la trama. Dicho procedimiento se realizaba inicialmente con la torna y posteriormente con el canillero. El torno de canillas o «torna» valverdeña era un armazón de 4 patas, con una rueda de madera, que actúa de polea, unida al husete mediante una simple cuerda. Inicialmente talabarteros utilizaban canillas de caña y, más tarde, canillas de cartón aprovechando los conos o canutos en los que compraban el algodón, debidamente cortados. Las canillas se enrollaban en el husete de la torna. El ovillo era introducido, a menudo, en un cesto o cubo mientras que el cabo se ataba a la canilla. Con la mano derecha se accionaba la manivela de la rueda, y con la izquierda se facilitaba la salida y enrollado del hilo, guiándolo de un extremo a otro de la bobina o canilla.
El canillero cumplía la misma función con la única diferencia que el husete se localiza por encima de la rueda.
"Torna" de hacer canillas. cedida por la familia de Rafael Borrero
a la Asociación de Amigos del Patrimonuio para el
Museo Etnografico y de las Artesanias
Museo Casa DIreccion
Canillero del taller de Rafael Borrero Gómez.
Museo Casa Direccion.
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