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sábado, 12 de marzo de 2011

OFICIOS PERDIDOS DE VALVERDE DEL CAMINO. LA POBREZA DEL TALABARTERO: ASPECTOS SOCIO-ECONÓMICOS DEL OFICIO DE TALABARTERÍA.

LA POBREZA DEL TALABARTERO   

Por Juan Carlos Sánchez Corralejo
«TELARES Y TALABARTEROS VALVERDEÑOS DEL  SIGLO XX (II). En Raíces, nº 4, págs. 37-38.


ASPECTOS SOCIO-ECONÓMICOS DEL OFICIO DE TALABARTERÍA.-
    El oficio de talabartería era un trabajo muy duro. La jornada laboral -allá por los años treinta y cuarenta del siglo XX-, se prolongaba de lunes a sábado y desde el amanecer hasta las seis de la tarde, con un breve receso para el almuerzo. Diez horas diarias de trabajo en las que, a veces, era necesario echar mano del candil para terminar la tarea.

    José Arenas Malavé nos manifiesta la dureza del trabajo en el telar sevillano.  El proceso de urdido duraba un día completo. Los cinco días laborales restantes de la semana se empleaban en confeccionar una pieza de lona de 70 cms. de ancho y unos veinte metros de largo. El resultado era el «acergao bonito». Las secuelas físicas eran otro cantar.

    La pericia de las tejedoras parecía dotarlas de conocimientos esotéricos. Se cuenta que María Jesús Carrero tejía «veintitantas cinchas entremulares diarias». José Arenas nos confiesa que era capaz de hacer 16 cinchas caballares, las de mayor tamaño, al día.
   
    Los salarios eran muy pobres. José Arenas cobraba un real diario, a fines de la década de 1930, con Manuel y Rafael Borrero, aunque finalmente consiguió que le pagaran una perra chica -una quinta parte de un real- por cada cincha caballar. Reposo Blanco Ramírez recuerda que ganaba dos reales diarios en 1945, -cuando sólo contaba con 13 años de edad- y trabajaba en el taller de Rafael Borrero, aunque terminó ganando dieciséis pesetas diarias, en 1963. Su hermana, Clara Blanco, cobraba por cuenta.

   
    La pobreza salarial obligaba a menudo al pluriempleo, tanto a empresarios como a trabajadores. José María Borrero Bermejo añadía a la producción de objetos de talabartería una fábrica de gaseosa -realizada por él mismo-, amén de dedicarse a esquilar ovejas en distintas fincas valverdeñas.

En el taller de las hermanas «mananas», amén de las producciones de talabartería, se fabricaban látigos para arrear a las bestias y se vendían horquetas y palas que la familia adquiría en Mula (Murcia).

 Clara Blanco trabajó en la Inval S.A., pero aprovechaba las faltas repetidas de luz para acudir al taller de La Calleja. Además se vio obligada a realizar labores de escarda -arrancando raíces de avena loca y trébol- en las fincas del contorno. Ello suponía acrecentar la delicada economía familiar con un jornal de 4 pesetas, aunque fuera a costa de perderse la Semana Santa y de un trabajo muy penoso, de sol a sol.

En otros casos, esa penuria llevaba a abandonar el trabajo: José Arenas, a raíz de su matrimonio en 1940, decidió abandonar la talabartería y pasó a trabajar en la calderas de esencias de la Fuente del Berecillo, del Ladrón y en la de Triana.


    La comercialización de estos productos se efectuaba en las ferias del contorno, por parte de los propietarios de los talleres y sus familias. El itinerario comenzaba en la Feria de Manzanilla -primer domingo de junio-, seguía en La Palma de Condado -antiguamente el 8 de septiembre-, Zafra -finales de septiembre-, continuaba en la feria de San Lucas de Gibraleón -16-18 de octubre- y finalmente Niebla -1 de noviembre-. En todas ellas, a los talabarteros valverdeños solían unirse otros de los pueblos comarcanos, sobre todo de Bonares. En dichas ferias era habitual ver a María Jesús Carrero, a Domingo Bermejo, a la familia Sánchez Domínguez, a los hermanos Domingo y Francisca Castilla, a José María Borrero Bermejo, a Rafael Borrero o a Manuel Flores, acompañados por sus familiares. 

Venta de alforjes en la feria de Niebla (1954). Rafael Borrero
acompañado por su esposa, Josefa Lorca, sus hijos, Mary y Pedro Borrero,
y Petra Velez Lorca.
 Feria de Niebla
   
 El tránsito hacia Zafra exigía facturar la mercancía y tomar el tren de Calañas. El género fabricado para Zafra era distinto al realizado para la provincia, siendo habituales las jáquimas con tiras bordadas y los «mosquiteros» más acordes con los gustos extremeños.

       A fines de la década de 1940 y principios de la de 1950, el precio de las alforjas de imitación sevillana oscilaba en torno a las 50 pesetas, el de las sevillanas genuinas unas 70 ptas, los alforjes de montura, unas 110 ptas, las jáquimas, unas 40 y los ataharres en torno a 60.
    No faltaron pedidos, en ocasiones abundantes, para Córdoba o Valencia, o los ya mencionados del ejército, que dinamizaron la economía de muchas familias valverdeñas. Por su parte, Rafael Borrero mejoró sus ventas gracias a tres viajantes que trabajaban sobre todo en la Sierra de Aracena.

    Sin embargo, la sustitución de la fuerza animal en los trabajos agrícolas y el transporte tuvo como consecuencia la desaparición de la talabartería tradicional valverdeña, a mediados de los años setenta. 

    Todos los entrevistados corroboran que se trataba de un oficio penoso, muy duro y muy mal remunerado, pero, a la vez, pleno de recuerdos emotivos. Sólo por eso y por evitar una pérdida irremediable, pensamos que se hace necesaria la reconstrucción de un antiguo telar valverdeño y completar, con mayor dignidad, la sala dedicada a estas actividades del Museo Casa-Dirección.  

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