DE LOS PREPARATIVOS AL JOLGORIO DE FERIA EN LA DÉCADA DE 1950
Facanias. Especial de Feria 2014.
Juan Carlos Sánchez Corralejo.
La Feria
de los años 50 se celebraba en la Plaza Ramón y Cajal y en el Valle de la
Fuente, pero antes del festejo venía la limpieza de las casas. La cal viva o la tierra blanca eran las
materias utilizadas. Se compraban dos o tres piedras de Cal Viva en
Morián y “se apagaban”, remojándolas
en agua… ¡y a enjarbegar! con una escobilla
de empleita, previamente cardada en una carda de puntillas,
con lo cual el efecto en la pared era de enorme
finura. A veces, la cal era mezclada con polvos azules removidos que
daba un esplendido blanco azulado, del gusto de muchas familias.
Otras casas preferían
la “tierra blanca”, más oscura que la cal, que se esparcía con un trozo de piel de borrego curtido, la
zalea. Con este sistema, la pared quedaba casi estucada. Aquella misma
zalea curtida servía de protector de los colchones de lana y evitaba que los orines de los bebés picaran
los colchones.
Los suelos se adecentaban con tierra amarilla, recortando con mimo el pasillo central de piedras que facilitaba la entrada de las bestias. Especialmente útil era la tierra amarilla en los suelos de las cocinas, para evitar el negro que proporcionaban los hogarines y los humos del carbón.
Los metales se
abrillantaban con arenilla y limón. Las sábanas bajeras y los cancanes
se almidonaban con harina y más tarde
con pastilla de almidón, rebajadas en
agua en los barreños de metal.
La víspera de Feria se procedía al reparto a los hijos de la “recurta”
de Feria. Las familias más modestas
echaban la alcancía a lo largo del año y la iban llenando a base de una gorda y
un real, y por feria se sacaban unas cuantas pesetas que pronto se esfumaban. ¡Y a disfrutar cada momento de
la feria, con sus matices y diferencias
de mañana, de tarde o de noche!
La feria valverdeña de agosto comenzaba con la diana
y se componía de grandes conciertos en los centros de sociedad, especialmente
en El Católico, durante las
mediodías. Muchos recuerdan aún al cantante onubense Urreta, a los sones de “La
Vaca Lechera“ y “El dedo gordo del pie”;
o la orquesta Molero, igualmente
llegada de la capital provincial, cuyos cantantes repetían actuación por la
noche en la Gran Caseta, situada delante de la casa del Diputado. La orquesta Calero vino después y puso el toque local. Por sus filas
pasaron Antonio Calero Arroyo, Sebastián
Bermejo Bernal, Manuel Almeida, Isidoro Jiménez, José Fernández y Juan Batanero
Romero, el entrañable Juanillo el del Yamba. Animaron
las casetas de feria, los bailes de La Goya o las veladas de las aldeas
colindantes, como Sotiel Coronada.
A dichos actos se unían los conciertos
de la banda municipal, la elevación de globos grotescos, los
espectáculos taurinos, los concursos de trajes regionales y las funciones
de cine. De vez en cuando
llegaban atracciones novedosas como el Museo
Torero Sánchez Mejías.
Las casetas se convierten poco
a poco en el centro de la actividad festiva.
Cobró enorme actividad la caseta de baile, inicialmente situada en el valle de la Fuente y, algo más tarde, en la Plaza Ramón y Cajal. Fue “La Gran Caseta”. Era un establecimiento de gestión privada y uso público, eso sí, siempre que uno pudiera costearse la entrada a los bailes, por un día o el abono para los cuatro de feria. Su gestión paso por muchas manos. Desde fines de los 40, estaba regentada por Cándido y Juan Domínguez Lorca que eran los encargados del montaje de los típicos entablamentos de madera, José Dolores Macías, Federico Arroyo, Antonio Lazo, José Feria Morián y Antonio Cejudo “Antoñé”. A principios de los 50, los sustituyeron Agustín Sánchez Ramírez, José Doblado, Fernando Hidalgo, Francisco Mora Parreño y Manuel López Arroyo. En 1951, los nuevos gestores obtuvieron un beneficio personal de 100 pesetas, pero les duró poco, ya que se lo gastaron íntegramente en Cádiz, en el Trofeo Carranza. Tres años después la gestión se completó con la entrada de José María Morián Romero y Francisco Parreño. En aquellos años iniciales de la década de los 50 animaron los bailes la orquesta Molero con Agustín Sánchez Pérez como vocalista y la valverdeña Orquesta Calero, que además de sus miembros fundadores - Antonio Calero a la trompeta, Isidoro Jiménez y Manuel Almeida, al saxo y Juan Batanero, en la batería-, ya contaba con un vocalista, José Domínguez Berrocal.
Cobró enorme actividad la caseta de baile, inicialmente situada en el valle de la Fuente y, algo más tarde, en la Plaza Ramón y Cajal. Fue “La Gran Caseta”. Era un establecimiento de gestión privada y uso público, eso sí, siempre que uno pudiera costearse la entrada a los bailes, por un día o el abono para los cuatro de feria. Su gestión paso por muchas manos. Desde fines de los 40, estaba regentada por Cándido y Juan Domínguez Lorca que eran los encargados del montaje de los típicos entablamentos de madera, José Dolores Macías, Federico Arroyo, Antonio Lazo, José Feria Morián y Antonio Cejudo “Antoñé”. A principios de los 50, los sustituyeron Agustín Sánchez Ramírez, José Doblado, Fernando Hidalgo, Francisco Mora Parreño y Manuel López Arroyo. En 1951, los nuevos gestores obtuvieron un beneficio personal de 100 pesetas, pero les duró poco, ya que se lo gastaron íntegramente en Cádiz, en el Trofeo Carranza. Tres años después la gestión se completó con la entrada de José María Morián Romero y Francisco Parreño. En aquellos años iniciales de la década de los 50 animaron los bailes la orquesta Molero con Agustín Sánchez Pérez como vocalista y la valverdeña Orquesta Calero, que además de sus miembros fundadores - Antonio Calero a la trompeta, Isidoro Jiménez y Manuel Almeida, al saxo y Juan Batanero, en la batería-, ya contaba con un vocalista, José Domínguez Berrocal.
Cuando la Gran Caseta se trasladó a la Plaza Ramón y Cajal continuo con el pesado montaje de madera, aunque pronto sus nuevos
gestores cambiaron la madera por cerchones metálicos: José Doblado Vizcaíno,
José María Morián Romero -Paco Rena-,
Francisco Arroyo Parreño y Juan Alamillo. Por las tardes había sesión vermut y concurso de
sevillanas, y por las noches baile con orquestas
de relumbrón. Andando el tiempo llegaron a la Gran Caseta Época 69, de
Bollullos, Vibraciones, de Santafé (Granada) o Xcombo de Almonaster la Real.
Desde fines de los 40 aparecen las casetas privadas, la de la “N”,
la decana, la de Muebles Franco y otras.
Una de las más activas era la Caseta de la “N”, en la puerta del
Banco Español de Crédito, formada por una peña de amigos que llegó a tener multitud
de adiciones posteriores y que se reunía habitualmente en la puerta de la Goya.
Uno de los pioneros fue Rafael Fleming
Zarza, luego vendrían Francisco Lorca, Rubio el Calderero, Florencio Salas
Luiso, y varias familias relacionadas con el calzado y los curtidos, las de
Antonio Millán Cansino, Falcón, los Parreño, Paco Becerro, socio número 17, o
los Chamendi, y algún que otro forastero afincado en la ciudad, como José Antonio Borbolla y San Juan,
llegado Valverde como cobrador de contribuciones.
Su amistad con el director del Banco Español de Crédito, Francisco García
García, les valió el acceso a exquisitos vinos amontillados que llegaban a
Valverde embotellados con su propia marca, la “N”. Aquel grupo de amigos ofreció una cena homenaje al
director cuando fue ascendido y trasladado a Córdoba, en enero de 1951. Era una
caseta montada en alto, con un entarimado de madera situado a ras de las
ventanas de la antigua fábrica de medias
y calcetines de José Franco José, y
hermosas sillas de tipo sevillano.
La
Decana, nacida a principios de la década de 1960, fue, desde sus orígenes, caseta muy
concurrida. Frente a la antigua fonda de la Vizcaína, en el número 15 del valle
de la Fuente, reunía a varias familias de amigos, muchos de ellos empresarios, profesionales
liberales y miembros de la abogacía o la
judicatura: Jorge Zarza Fleming, Rafael
Fleming Rodríguez, Antonio Delgado Mora,
y su hermano Gonzalo, el juez Antonio Pérez
Vázquez, Diego Romero Álvarez, Ernesto Hidalgo Caballero, José Castilla
Bermejo, Salvador Carrero o Salvador Vázquez, entre otros.
La caseta de Muebles Franco
sirvió además para publicitar su
negocio. Los niños se acercaban a las
tablas de aquellas casetas primitivas, ansiosos por observar las pantorrillas
de las jovencitas que se dejaban entrever entre los listones.
Miguel Gallart Mora, operario de la Fabrica de la Luz de Triana, de Rafael Fleming Zarza, era el principal
responsable de la instalación eléctrica y su deambular por las casetas era continuo antes de los días de
feria para que todo saliera a la perfección.
Y junto a las casetas, los putacos donde degustar vinos, lechones y gaseosas: la cerveza a
peseta, el vaso de gaseosa a 1’50 y la
media de vino a 3’50. Eran los tiempos de “La Favorita”, aquella
exquisita gaseosa fabricada por Ramón Mora junto al Pocillo Requena, y de los “Espumosos
Morián”, gaseosas con cierre de
chapa, los famosos platillos con los que los niños jugaban al hoyo, mucho antes
de que llegara a Valverde La Casera, en aquellas botellas de litro con su tapón mecánico de porcelana. Estos espumosos se tomaban bien como refresco, bien para combinar
el aguardiente y darle forma de lechón,
o bien para aquilatar el vermut con el sifón; vermut, por cierto, procedente de
las bodegas Pichardo de La Palma del Condado, consumido en Valverde mucho antes
que el sofisticado Martini italiano.
En las décadas de 1960 y 1970 otras casetas poblaron las amplias aceras del Valle de la Fuente. Aunque los socios ocupaban lugar preferente, permitían ya el acceso libre a todos los lugareños y visitantes: los Bienavenidos, Los Independientes, La Guitarra, Villa Piltrafas, El Tropezón o la caseta de Candón, abierta en la puerta de la antigua Delegación de ciegos del Valle de la Fuente.
A nuestra feria se la han dedicado múltiples coplas y poemas. La autora de estos versos fue la directora de la compañía de teatro aficionado del Valverde de la postguerra, cargo que compaginó asimismo con el de actriz de la misma. Sus interpretaciones de la obras de Benavente y de los hermanos Álvarez Quintero fueron un hito en aquel Valverde taciturno. Las representaciones de El Genio Alegre y de Doña Clarines provocaron olas de entusiasmo.
Pero además, Ana
Marín De Sardi retrató como nadie la feria de mediados de la década de 1950.
El poema se lo dedica a su hijo, Manuel Rodríguez Marín, quien se encontraba
realizando el servicio militar en Ceuta en el año 1956 y quien, en su día, tuvo
la amabilidad de ofrecérnoslo.
Ana Marín de Sardi. Agosto de 1956.
VÍSPERAS DE FERIA.
Ya
está la Feria en la mano
y
la buenaza la gente
se
dispone a celebrarla
en
Plaza y Valle la Fuente
¿qué
tendrá para nosotros
esta
Feria de Valverde
Porque
llegando estos días
no
se vive ni se duerme
Las
jaurías de chiquillos
desparramás
por las puertas
castigando
y dando lata,
no
dejan dormir la siesta
Y
los cacharros que meten
infernal
algarabía
con
gramolas en función
a
todas horas… armonía
Por
eso miente el que diga
Y
el que lo repita miente
que
no le gustan los fuegos,
la
música y los cohetes.
La
feria la sienten todos,
los
más, ansiando que llegue,
que
falte el sol en el cielo,
pero
la feria se quede.
Añorándola
estará
alguna
lejana a tierra
“que
le envíen su revista
siquiera
para leerla”.
Y
los del campo se vienen
Para
“juntar” fue la siega,
y
en la feria vaciar
la
antes repleta cartera.
Y
vienen nuestros paisanos
que
hacen años viven fuera
a
dar la vuelta esos días
porque
Valverde está en Fiestas.
Acuden
los forasteros,
y
en la playa se lamentan
que
no se bañan a gusto
que
aquí es la feria.
Y
en las casas estos días
también
anuncian la feria
todos
los chismes por medio,
los
cubos, las escaleras.
Hay
que encaramarse alto
aunque
se rompa una pierna
que
son se quede sin limpiar
nada,
por dentro ni fuera.
Abajo
las telarañas
metales
que abrillantar
y
para que nada falte
bajeras
almidonás.
Y
ante esta revolución
casera,
desagradable
los
maridos protestando
cogen
la puerta a la calle.
No
busques un operario
ni
mujer para faenas,
todos
contestan a una
“hasta
que pase la feria”.
Criada
no encontrarás
Y
si te va la que queda,
costureras
y modistas
andan
en prisas eléctricas.
A
nadie le falta el traje
Y
los detalles… omito
Que
saben ganarlo bien
“pá”
salir como “palmitos”.
En
las casas con las madres
los
hijos ajustan cuentas
yo
ni un cuarto, allá tu padre
contigo
se las entienda,
y
al final compadecida
acaba
soltando tela.
Hasta
las amas de casas
acariciando
esos días…
deciden
comer fiambre
y
la “tajá” de sandía
Guerra
en feria a la cocina
¿Quién
dijo guisotear
con
una feria en la calle
convidando
a disfrutar?
Al
Real por la mañana
con
flores y faralaes
y
al regreso en la caseta
se
tomará “lo que cae”.
Por
la tarde que serán
variados
los festejos,
asistir
a la corrida.
de
toros o de ... borregos.
Para
los aficionados
habrá
pelota y “penqueo”,
al
atardecer rebosan
de
público los paseos.
Más
nada como la noche
de
luces y fandangueo,
las
casetas florecientes,
los
cines en su apogeo.
Pasará
el muchacherío
los
mayores y las viejas,
nadie
se quedará en casa
esas
noches veraniegas.
Pensar
en dormir aburre,
Son
noches de trasnocheo,
amanecer
en la feria
viendo
salir el lucero.
Y
tras la noche otro día,
así
se nos va en dinero
eso
sí, la feria sabe
tragarse
todos los sueldos.
Las
pagas y los jornales
dejándonos
el recuerdo…
porque
se nos va y no hay más
si
nos metemos en el cuello.
Pero
vamos a esta Feria
que
se alcanza con la mano
que
la del año que viene
nadie podrá asegurarnos.
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