LA CULTURA
ESCOLAR EN TIEMPO DE NUESTROS ABUELOS. 1870-1931 (III). LIBROS NUEVOS, LIBROS
DE SIEMPRE. EL DEBATE PEDAGÓGICO
Juan Carlos Sánchez Corralejo
Facanías. Especial Navidad 2015.
En 1906, Vicente Castro Legua,
editor de El Criterio, periódico
destinado al mundo de la docencia[1],
se quejaba de que la mayoría de los libros de las escuelas españolas eran
anticuados, pues habían sido escritos en la primera mitad del siglo XIX. Se
refería al Catón de
Seijas, los carteles de lectura de Flórez y a los libro de lectura: Juanito de Parravichini, El
Amigo de los Niños del abate
Sabatier, Páginas de la Infancia de Ángel Maria Terradillos; el
manuscrito Guía del Artesano de Paluzie, o las Gramáticas de Herranz y la Real Academia, además de diversos
Catecismos de Doctrina Cristiana y la Historia
Sagrada de Fleury.[2]
También preocupaba el
tratamiento de los conocimientos científicos en el currículo oficial,
convertido en un debate casi permanente. Los congresos pedagógicos españoles de
la segunda mitad del siglo XIX afrontaron
la cuestión del papel y de los métodos didácticos de la enseñanza
primaria en su tarea de elevar el nivel científico y cultural del pueblo. Era
básico el empeño de generalizar los conocimientos básicos de Física, Química,
Historia Natural o Mecánica[3], a fin
de hacerlos llegar de manera eficiente a la población.
Desde diversas ópticas se
recomiendan las excursiones escolares, frente a una enseñanza basada únicamente
en el libro de texto y en construcciones de pensamiento cerradas y puramente
teóricas.
Las
ideas de Pestalozzi, sistematizadas por otros muchos pedagogos, derivaron en la
importancia dada a las colecciones de minerales o de productos naturales y
manufacturados. No se debía proporcionar
conocimientos totalmente construidos, sino la oportunidad de aprender sobre sí
mismos mediante la actividad personal. Elizabeth Mayo recalcó la necesidad de
ampliar el currículo limitado a las cuatro reglas para extenderlo al
conocimiento de los objetos de la vida cotidiana, como paso previo al
conocimiento científico.[4]
La enseñanza mediante láminas
era recomendada para los temas de historia sagrada, y los de historia natural
se servían de objetos naturales. Así lo defendía Pablo Montesino Cáceres, el
pedagogo zamorano considerado el introductor de las lecciones de cosas en
España, siguiendo las directrices de Charles y Elizabeth Mayo, a través de Manual para los maestros de escuelas de
párvulos, ya en 1840[5]. Era el
enfoque empirista que buscaba la vulgarización de la ciencia.
El Congreso
pedagógico de Madrid de 1882 -patrocinado por la Sociedad El fomento de las Artes y otras
instituciones representantes de la
clase obrera-, discutió la utilidad de las llamadas lecciones de cosas. Desde
entonces, se publican libros de texto con esta denominación que se prolongarán hasta
la Segunda Republica. Estos congresos sirvieron también de altavoz de las
escuetas asignaciones económicas de los maestros, dirigida al ministro de
fomento.[6]
El Congreso pedagógico de Barcelona de 1888 volvió a tratar estas
cuestiones, pero se abren paso a la influencia creciente de las teorías
positivistas de Herbert Spencer y la necesidad de ampliar el currículo con las
ciencias físico-naturales y el conocimiento de los fenómenos de la naturaleza.
Se abren paso las lecciones de Cosas, como las de Purificación
Feltrer y Muntión, editadas desde 1883 y recomendadas por Real Orden de 19 de
marzo de 1886.[7]
En la escuela valverdeña de la
Restauración hubo carteles, láminas de
lectura y otra de máximas morales. Sin embargo, muchos maestros eran
reacios: Petra Arroyo, alumna de Carmen Regaña,
nos espeta: no recuerdo haber ido
nunca de excursión. Tampoco nadie
recuerda la existencia de museos escolares, defendidos por muchos,
especialmente por los idealistas, seguidores del alemán Federico
Froebel.
La defensa de las
lecciones ilustradas: Carteles y láminas
Vicente
Castro Legua hizo una defensa por la renovación de aquellos viejos manuales a
través de las páginas del diario El Día,
en especial de los carteles y láminas de un inspector de Orense, Salvador de J.
Ponsada[8].
A modo de monografías o lecciones sueltas, una para cada día del mes, o si se
prefería una hora cada mes, debían permitir a los estudiantes una sinopsis, al
tiempo textual y visual de temas de especial interés:
Esos
carteles son monografías ó lecciones sueltas; especie de toma ó programa sobre
un punto ó cuestión que se entrega al Maestro para que él lo desarrolle ante
adecuadas á la inteligencia infantil. Si continúa acentuándose ese
procedimiento de lecciones sueltas ó ilustradas con grandes láminas, se llegará
á formar un sistema que se perfeccionará como nueva forma do enseñanza. Uno de
los mejores carteles que hasta ahora conocemos es el publicado por don Salvador
de J. Ponsada, inspector de primera enseñanza de Orense. Titúlase «Protección á
los árboles y plantas» y con perfecto dibujo y hermoso y fresco colorido,
representa tres diferentes hechos de la vida real de los niños con relación á
los árboles y á las flores, á cual más atrayente y más verídico.[9]
Los carteles de
Ponsada eran variopintos: unos estaban
dedicados a las principales leyes votadas en Cortes, otros a la protección de los pájaros o al combate de la tuberculosis. Los había sobre normas de urbanidad, contra el alcoholismo, la
protección a los monumentos, el respeto a los ancianos y otro al horror del uso
de armas o de máximas culminantes de higiene personal y social, como el que
prohibía escupir en el suelo. Había otros dedicados a los ejercicios
para la salud: juegos corporales, nociones y
los avances de la modernidad como
la teoría de la bicicleta, el automóvil,
la navegación aérea, el telégrafo sin hilos; estudio dé la emigración y tantos
otros problemas que la vida moderna impone al estudio de todo ciudadano desde
los primeros años de su vida, desde la escuela de primeras letras.[10]
Los libros valverdeños en la
Crisis de la Restauración
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, los niños y
niñas valverdeños estuvieron acompañados por el manuscrito, la Cartilla y el
«Cosas y hecho».
Mª Jesús
Domínguez Batanero, nacida en 1917, y Petra Arroyo Quiñones, nacida en 1918,
nos recuerdan sus asignaturas en la escuela
del Cabecillo de la Cruz: Historia Sagrada, Doctrina, Historia de España, Geografía, y las nociones básicas de aritmética, dos libros
de lectura, Deberes y Estrella del Mar,
y las prácticas con el Manuscrito –que servían para adiestrase en agilidad
lectora-. Los sábados por la mañana tocaba clases específicas de Geografía de
España y de los aspectos más relevantes de la Geografía del vecino portugués,
mientras que el horario vespertino se
dedicaba a las labores de corte y confección[11].
En la escuela
de D. Gregorio Romero Bogado (1890-1980)[12] de la calle
Nueva, se leían algunas de las biografías de la serie Vida de grandes hombres que relataba las semblanzas de personajes
de la talla de Velázquez[13], así
como el libro de La Guerra de la
Independencia. Algunos de sus
alumnos fueron Jesús Bermejo Doblado,
Ildefonso Arroyo Calleja, Juan Ramos Alcuña, Rafael Arroyo (sobrino del maestro), su
propio hijo y más tarde maestro Francisco Romero, Aniceto Contioso Girol, y Gregorio, Gorito el del Barrio.
Aunque en teoría funcionaban como escuelas unitarias
e independientes, algunos de sus alumnos de fines de la década de 1920 nos
hablan de cierta especialización por materias entre ambos maestros: D. Gregorio Romero nos daba las matemáticas
y D. Evaristo Arrayás, la historia. Lo que más nos gustaba eran las
matemáticas. En las vacaciones nos comprábamos cuadernillos de cuentas. Con
ellas aprendíamos la regla de tres compuesta o la regla de compañía compuesta.[14]
Tales conocimientos, el cálculo matemático y
aritmético con aplicaciones a la contabilidad empresarial, abrían un mundo de
posibilidades laborales a los jóvenes estudiantes. Los manuales se multiplican entonces. Uno de ellos era el Elementos de aritmética numérica y literal
al estilo de comercio para instrucción de la juventud, escrito por Manuel Poy y Comes, editado
en Barcelona en 1819.
Gregorio Romero Bogado con sus alumnos de la escuela de la
calle Nueva.
En la década de 1920, en las Salesianas, las niñas se disponían en bancas de a tres, a lo largo
de tres filas pareadas, a derecha e izquierda de la mesa de la maestra, para un
total de 18 chiquillas[15]. Sus
alumnas utilizaban la Enciclopedia Dalmau -que al parecer
costaba dos pesetas-, libros de lectura como Elocuencia y poesía castellanas de Cayetano Vidal de Valenciano y
además libros de mapas y las lecciones de
urbanidad[16]. Más tarde, al llegar la segunda República se impusieron, al parecer, libros
diferenciados por asignaturas.[17]
La urbanidad era la ciencia del saber estar y de
los buenos modales. Carmen Benso pasó
revista al concepto de urbanidad de la
enseñanza primaria del siglo XIX, y concluyó que debía ser entendida en una
triple dimensión, como virtud social, como virtud moral, estrechamente unida a
la caridad cristiana, pero también como virtud estética que rechaza los
comportamientos groseros de las clases bajas y aspira a mantener unas reglas de
cortesía. Desde fines del siglo XIX, la urbanidad incluye una nueva variante
que aspira a la formación cívico-política de los ciudadanos.[18]
Mobiliario escolar de principios del siglo XX
En el tránsito de la dictablanda de Berenguer a la Segunda República, impartían docencia
en el colegio valverdeño de las Hermanas
de la Cruz las hermanas Crucificado, Eduarda y Visitación. Entre sus libros escolares no podían faltar el Catecismo
de Ripalda- y el libro de lecturas Estrella del Mar, ni tampoco las clases de primores de las tardes,
los rezos del rosario y la preparación
exhaustiva para la primera comunión, que habría de celebrarse el Día de la Cruz[19].
Aquellos libros no siempre estaban al alcance de
todas las familias. José Castilla
González, nacido en 1910, nos recordó en su día cómo los alumnos debían aportar
dos pesetas a su maestro D. Francisco Romero Sánchez para la adquisición de
nuevos libros. A Emilia Villegas (1924-2014), la directora de la escuela de la
Zona le regaló la enciclopedia en 1931, porque su madre no podía pagar las cinco
pesetas. Concepción Cera Pérez (1932-1996) fue alumna de las Escuelas
Vicentinas del Sagrado Corazón y contaba a sus hijos como sus maestras le
regalaban libros.[20]
Desde 1928, D. Antonio Infante Valdayo, en la escuela
de la Luz utilizaba la enciclopedia Dalmau, y Lecciones de Cosas:[21] Las
Lecciones de cosas incluía a modo de fábulas algunos de los grandes inventos,
entre ellos la ametralladora, cuyo poema se aprendieron decenas de valverdeños
y miles de españoles. El poema decía
así:
Con esta ametralladora,
dice el sabio Sisebuto,
mil disparos al minuto
y sesenta mil por hora.
¡Qué gloria será la mía,
si esta máquina potente
llega a matar buenamente
un millón de hombres al día!
Proclamarán su bondad
en las más remotas tierras,
y así acabarán las guerras.
-Y también la humanidad.
Además de los libros de texto oficiales, era habitual que los
ayuntamientos asignaran ciertas cantidades de dinero para el reparto de premios
a los mejores alumnos, que iban desde medallas
y certificaciones a libros
instructivos. Jesús Bermejo nos comenta: en
cierta ocasión me dieron de premio a la
mejor puntuación del mes y conseguí el libro “La historia del mundo”.
Alfonso Parreño recuerda una escena parecida: En esta ocasión los libros
aparecían desparramados en la mesa del maestro para que cada alumno cogiera el
que quisiera: A mí me toco en suerte la vida de San Tarsicio.
Lecciones
de cosas
Junto a los libros, no podían
faltar los cuadernos y las actividades. Manuel Pérez Castaño nos enseñó los de
Adelaida Villadeamigo Castilla
(1885-1975), alumna que fue del Colegio
María Auxiliadora[22], llenos de cartas y de
cuentos. Se buscaba la redacción exquisita, abundando en las fórmulas de trato
y de respeto con las que había que dirigirse a la amiga, la madre o el padre, y
también los ejercicios de lengua y los
ejercicios de matemáticas basados en
problemas de la vida cotidiana.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, los alumnos
mayores se dedicaban a hacer «planas», esto es, simples escritos que
debían completar los alumnos menos aventajados como ejercicio básico, para
aprender a escribir y mejorar su caligrafía, mientras el maestro valverdeño
recogía en el Libro de registro de Ezequiel Solana los datos de padres y
alumnos, así como las faltas de asistencia. Gracias a sus explicaciones, y a su
perseverancia, se educaron cientos de valverdeños.
Los
alumnos de la Escuela de la Luz y su maestro D. Antonio Infante Valdayo. Hacia 1929-1930.
Archivo de Antonio Garrido Canto. Patio de la escuela, actual biblioteca José
Arrayás Arroyo y antigua parada de sementales.
Se
cuidaba con esmero la caligrafía. El
manuscrito infantil de D. Francisco García Collado fue utilizado en el Valverde
de la Crisis de la Restauración. Tuvo
una primera edición en Valencia en el año 1897, y fue aprobado por R.O. de 8 de
junio de 1989. El que aparece a
continuación fue utilizado por los hermanos Francisco Doblado Sánchez, Rosario
(1894-1988) y Auxilio (1896), asentados en la Dehesa Blanco, junto a sus padres José Doblado y María Jesús Sánchez.[23]
Archivo de
Jesús Bermejo Doblado
Una escuela
sexista, segregada y adoctrinadora: Las Lecciones de cosas y los libros de
lectura
La Ley Moyano fue la primera que quiso generalizar
la enseñanza para las niñas desde los 6 a los 9 años. Pero de forma
paralela reafirmó una instrucción
claramente diferenciada para uno y otro sexo. Los contenidos enseñados a las
niñas trataban de formarlas como esposas y madres. Las maestras debían enseñar
a sus alumnas a coser y bordar, croché, ganchillo y punto de cruz, todo ello
durante la sesión vespertina. Eran las típicas labores femeninas, base de una
educación machista. En este mismo sentido actuaban buena parte
de los manuales de texto. Libros como La buena Juanita o La nueva Juanita trataban de instruir a
las niñas en los cometidos propios de su sexo: las formaban para adoptar el rol
social atribuido al género femenino, o dicho de otro modo, para ser buenas madres y amas de casa. Eran
las virtudes inherentes a su naturaleza.
Por supuesto, el proceso educativo se impartía en
escuelas separadas o segregadas por sexos. La escuela trataba, pues, de
incentivar un determinado proceso de socialización bifurcando claramente dos
modelos de género, uno masculino y otro femenino. Incluso en plena república,
durante el Bienio radical-cedista, una Orden Ministerial de 1 de agosto de 1934
prohibió el régimen de coeducación, prohibiéndose a los maestros su implantación
en las escuelas primarias nacionales, frente a lo legislado durante el Bienio
de izquierdas.
Las Lecciones de cosas fueron, en opinión de Félix García Moriyón, un
mecanismo de transmisión de valores morales, intención que se veía aumentada en
los llamados libros de lecturas. Eran libros de cuentos, historietas y fábulas que pretendían
conformar los principios morales y cívicos de la chiquillería. Los temas de
religión y los de urbanidad eran otro de los mecanismos de instrucción moral o
pre-moral [24]
En Valverde se utilizó la “Guía
de la Mujer” de Pilar Pascual[25]. Pilar Pascual de San Juan (1827-1899)
fue una escritora y pedagoga nacida en Cartagena (Murcia), cuyas obras fueron
destinadas a fomentar la devoción y la moral del público infantil. Fue una de
las autoras más leídas en las escuelas españolas de la segunda mitad del siglo
XIX y de principios del siglo XX. En Valverde se leyó la Guía de la Mujer y Flora o la
Educación de una niña, ambas obras destinadas a inculcar en las niñas labores «propias de su sexo»
La “Guía de
la Mujer” de Pilar Pascual tuvo como
título original primigenio, que luego pasó a subtitulo, Lecciones de economía doméstica para madres de familia. Desde su
quinta edición (Barcelona: Librería de Juan y Antonio Bastinos, 1877) se
añadieron dos apéndices en los que se ofrecían, respectivamente, recetas para
la elaboración y conservación de alimentos, y
modelos para la confección de bordados. Esta mejora supuso para dicha
reedición el galardón de la Medalla de Oro, concedida por la Sociedad
Barcelonesa de Amigos de la Instrucción
En el Valverde de principios del siglo XX se leía “Flora o la Educación de una niña”[26], una
narración novelada publicada en 1881. El texto fue aprobado como lectura
escolar por R. O. de 12 de mayo de 1888.
Según el editor, Faustino Paluzie pretendía ser la versión para niñas del Juanito de Parravici. Pilar Pascual narra la vida de la pequeña
Flora desde la cuna hasta el altar y se
preocupa de lo que debía ser una correcta instrucción de la mujer. Flora se
convierte así en el ideal decimonónico
de mujer honrada, digna, que se arrepiente de sus errores, y aplicada en la
escuela y en la casa. La asistencia a la
escuela y las conversaciones entre padre e hija sirven a la autora para
introducir, como si de una enciclopedia se tratara, temas de historia de España
y cuestiones relativas a los movimientos planetarios y las estaciones, los
estados del agua, y diversas cuestiones de historia natural referidas a la clasificaciones y
características de las principales muestras del reino animal y vegetal, o las bellas
artes.
No faltan las oraciones matutinas ni la asistencia fervorosa a misa. Pero, sobre todo, define los “deberes de una ama de casa”. Flora debe asumir tal responsabilidad cuando su madre, Sofía, acompañó a la abuela a unos baños termales para paliar la parálisis que había sufrido. Al tratarse de una familia acomodada, la misión de Flora era distribuir el trabajo de las criadas, variar los manjares “para que su padre y abuelo comiesen a gusto, pero sin salirse nunca del presupuesto”, dar conversación a los hombres de la casa durante la comida, y después de una corta siesta, dedicar la tarde a la labor. Debía, además, ordenar a las criadas lavar la ropa blanca todos los lunes, y ayudar a tender y zurcir la ropa y colocarla en el ropero de forma ordenada[27]. Pilar Pascual de San Juan encarrila las virtudes de una buena ama de casa, eso sí, burguesa: el aseo, el orden y la economía, y seguir la máxima de que “debe haber una hora para casa cosa, y cada cosa hacerse a su tiempo”. Todo ello es el fruto de una esmerada educación basada en la adquision de los conocimientos útiles a la mujer
No faltan las oraciones matutinas ni la asistencia fervorosa a misa. Pero, sobre todo, define los “deberes de una ama de casa”. Flora debe asumir tal responsabilidad cuando su madre, Sofía, acompañó a la abuela a unos baños termales para paliar la parálisis que había sufrido. Al tratarse de una familia acomodada, la misión de Flora era distribuir el trabajo de las criadas, variar los manjares “para que su padre y abuelo comiesen a gusto, pero sin salirse nunca del presupuesto”, dar conversación a los hombres de la casa durante la comida, y después de una corta siesta, dedicar la tarde a la labor. Debía, además, ordenar a las criadas lavar la ropa blanca todos los lunes, y ayudar a tender y zurcir la ropa y colocarla en el ropero de forma ordenada[27]. Pilar Pascual de San Juan encarrila las virtudes de una buena ama de casa, eso sí, burguesa: el aseo, el orden y la economía, y seguir la máxima de que “debe haber una hora para casa cosa, y cada cosa hacerse a su tiempo”. Todo ello es el fruto de una esmerada educación basada en la adquision de los conocimientos útiles a la mujer
Sorprende la dura crítica a las criadas, a su escaso
afán por el trabajo que se demostraría –solo traemos a colación algunos
ejemplos de la obra- en la comida cruda
o carbonizada, en el hecho de encontrar
una mosca en el guisado, o en su obstinación por callejear en lugar de trabajar
en las casas. En definitiva “enemigos
pagados, de quienes no puede una prescindir” con las que solo cabe un
tratado de paz[28].
Más tarde se matiza la crítica y aparece el paternalismo: a las muchachas de
servicio aldeanas e ignorantes hay que tratarlas con indulgencia
–compadeciéndolas por su ignorancia y falta de cultura-, comprobar su
honradez, y servirles de ejemplo de actividad y amor al trabajo.
En 1891, Flora tuvo una segunda parte Escenas de Familia[29], escrita en forma de selección de
cuentos, todos ellos con un relato específico cuyo objeto es formar a la
infancia y a la juventud.
En la escuela del cabecillo se utilizaba, a mediados de la década de
1920, otro libro de lecturas bajo
el título "Deberes" de José Dalmau Carles, afamado
maestro nacional de Gerona que llegó a ser miembro de la Orden
Civil de Alfonso XII por sus méritos en la edición de textos escolares. Nos lo
contó Manuel Pérez Castaño, entonces estudiante de bachillerato y hoy alumno de
la facultad de Geografía e Historia de Huelva, quien incidía en la importancia
de afrontar la comprensión lectora a través de cuentos
referidos a la familia, a la sociedad, a la patria con un evidente sentido
aleccionador que alcanzaba su citas
máximas en los llamativos “preceptos morales”: 1º Ya que Dios nos ha dado
la vida, tenemos el deber ineludible de conservarla.[30]
Había que fomentar entre las
niñas los valores religiosos, especialmente el amor a la virgen. Tal era el
objetivo de otro de los libros de lectura básicos: Nos referimos a Estrella
del Mar. Escrito por la escritora malagueña Isabel Cheix Martínez[31], estuvo
presente tanto en el colegio de las hermanas de la Cruz como en la escuela de
Carmen Romero Regaña[32]. Era un
libro de temática religiosa, dedicado a la vida de la virgen, que obtuvo la medalla de plata
concedida por la Escuela Normal Superior de maestras de la provincia de Sevilla, con ocasión de la Exposición Anual
del Trabajo de la Mujer, en septiembre de 1875[33].
Su autora fue asidua de los
juegos florales de Andalucía y de otras regiones entre 1868 y 1887. De
pensamiento tradicional y conservador, no pasó del romance de temática
religioso-popular, como el dedicado a “La romería del Rocío”, premiada con una
rosa de plata en los Juegos Florales de Murcia en 1876, y otros de contenido
épico-histórico.
Isabel Cheix
Otro autor leído en Valverde fue
Cayetano Vidal de Valenciano, bajo el
titulo de “Elocuencia y poesía
castellana”. La obra fue aprobada como texto para las escuelas primarias
por R.O. de 20 de diciembre de 1886. Es una recopilación de textos de
escritores españoles: Jovellanos, A. de Alarcón o Juan Donoso Cortés. Su autor,
catedrático de la facultad de filosofía y letras de la Universidad de
Barcelona, no olvida a distinguidos representantes de la Renaixença
catalana como V. Balaguer o P. Piferrer
y sus textos dedicados a Jaime el Conquistador y Monserrat. Sabemos que se
utilizó en las décadas de 1920 y 1930 en las Salesianas[34]
Carmen Romero Regaña con sus alumnas
en la escuela del Cabecillo de la Cruz. Década de 1920. Foto cedida por Mª
Jesús Domínguez Batanero.
La segregación también afectaba a los niños. Para
ellos la formación política y algunos libros de lectura que representaban el llamado nacional-catolicismo
de la Restauración.
En 1924, el por entonces alcalde de Valverde, Daniel
Rodríguez Romero[35]
(1873-1928) propuso adquirir seis ejemplares del libro de D. Manuel Siurot
Rodríguez «Emoción de España» con
destino a las escuelas nacionales de la villa[36]. Era
una obra editada en 1923 bajo el subtítulo de libro de cultura patriótica popular que proponía un
viaje a través de las regiones españolas con personajes infantiles, tal como
prescribía el concurso ministerial al que se presentó el pedagogo palmerino con
objeto de escoger el mejor libro patriótico para la escuela española. El libro
ha sido calificado como integrante del
nacional-catolicismo de la Restauración. Es un viaje que realizan por su
excelencia escolar cuatro niños, Juanito Menéndez, Pepe Velázquez, Fernando Cid
y Miguel Saavedra, dirigidos por Alfonso Lulio. [37]
Siurot compone un manual de
Geografía e historia que toma a Castilla por corazón fundante del español. El
periplo de los cuatro niños termina, es decir, renace en una posada manchega
donde se obra un milagro nocturno. El niño-Cid, velando mientras los otros
duermen, ve caer del cielo una estrella que, acercándose a la tierra, se
transmuta en Don Quijote. A renglón seguido, este avista otra estrella que cae
y se transforma en el Cid Campeador.[38]
Desde entonces, tras la
conversación entre el Cid y D. Quijote, éste renuncia a su amor terrenal y promete convertir a España en su
verdadera Dulcinea.
Portada de la emoción de España
Entre los libros específicos escritos para niños y
presentes en la escuela valverdeña[39]
está “Complemento de la educación escolar”, obra de G. de la Peña y de la
editorial Calleja. Era un libro de de ciencias sociales que parte
del origen de la sociedad. Sus primeros capítulos van dedicados al papel de la
tribu y la familia, la ciudad, la nación y las formas de gobierno. Su
subtitulo, último libro de lectura para niños
en las escuelas de primaria enseñanza. Analiza las formas de gobierno nacionales, la monarquía, los imperios,
la república, el poder unitario y el federalismo. Afirma que la monarquía democrática, propiamente dicha, sólo existió en España
durante los dos años del reinado de D. Amadeo, y que tenía precedentes en la
Monarquía aragonesa desde el siglo XIII a fines del XV[40]; se
detiene en las ventajas e inconvenientes de las distintas formas de gobierno
(cap. IX) y en el capítulo final hace un
examen al socialismo y al anarquismo. Critica al primero que solo busque una
“igualdad artificiosa que solo puede someterse igualando el mérito a la rutina,
el talento a la torpeza y el estudio a la ignorancia” y del anarquismo “una
palabra vana y una aspiración irrealizable”.[41]
También fue utilizado en Valverde, al menos en la
escuela de Gregorio Romero Bogado de la calle Nueva el libro Cosas y hechos de Félix Martí Alpera, el maestro y pedagogo de El Cabañal (Valencia), una obra de primera
impresión en 1917[42].
Fue muy leído en la segunda República, e
incluso la inercia hizo que se siguiera utilizando en los albores del franquismo. En palabras de su biógrafo,
Juan Benimeli, Martí Alpera fue el "maestro nacional más famoso del país”.
Su depuración política lo apartó de la escuela y condenó sus libros al olvido.
Pero antes, fue considerado uno de los
grandes reformadores didácticos de la primera mitad del siglo XX y defensor de
una nueva escuela pública. Había viajado por las escuelas de Europa[43] y era
conocedor y seguidor del movimiento internacional de la Escuela Nueva. Impulsó
las escuelas graduadas, inicialmente en Cartagena, junto con Enrique
Martínez Muñoz, ya que fue director de la Escuela Graduada San Fulgencio y de
la Casa del Niño; y se preocupó por la extensión del conocimiento geográfico, por
los temas de alimentación y salud del alumnado y por otros muchos aspectos renovadores.
Una escuela
confesional
La escuela de la
Restauración fue esencialmente confesional. La ley Moyano establecía la
religión como una asignatura obligatoria. En las escuelas católicas se ponía
especial interés en la instrucción religiosa de los colegiales. Así, en el
Colegio de las Salesianas las niñas, además de los rezos diarios, participaban en las santas misiones
celebradas por los padres del Corazón de María, asistían a las misa de
medianoche del 25 de diciembre, o a las misas de comunión de antiguas alumnas.
Del mismo modo, el colegio salesiano fue el lugar preferido de las catequesis
infantiles de niños y niñas, y promotor de los ejercicios espirituales de las
jovencitas valverdeñas.
Rosa Rite Ramos adoctrinó a cientos de niñas
valverdeñas en las Escuelas Vicentinas, ayudada por Conchita y Juana Iñurrieta,
Dolores Pernil Tejero y otras. Rosa Rite
fue el alma mater de las famosas «comedias». Formó un cuadro artístico y con
ayuda del piano de Ildefonso Valero Arrayás, pusieron letra propia a un sinfín
de cuplés, habaneras y zarzuelas. De esta forma festejaban cada acontecimiento
o fasto parroquial y obtenían ingresos
para fines benéficos. Desde 1923, las Escuelas Vicentinas fueron sede de la
preceptoría fundada en Valverde por el cardenal Ilundáin para fomentar las
vocaciones sacerdotales. No faltaron veladas literario-musicales[44].
Las catequistas en la década de 1920, Reposo
Vizcaíno, conocida como Reposita la de D. Juan, Teresa Vizcaíno, Gregoria Moya,
de la calle Camacho. Eran los corros de catecismo que se reunían en la iglesia
Parroquial tras la misa de 12.
Nos regalaban libros de
oraciones, rosarios y nos seguían
formando hasta la confirmación. Los domingos llegábamos a misa las niñas
de todos los colegios de Valverde y ellas se ocupaban de organizarnos para la
misa.[45]
El Catecismo
Para la doctrina cristiana se utilizaba el Catecismo del Padre
Ripalda. Era un catecismo muy sencillo que ofrecía sencillas ilustraciones de
los mandamientos de la ley de Dios, y de
la Iglesia, los pecados capitales y las
siete virtudes que los neutralizaban
Contra
soberbia, humildad.
Contra
avaricia, generosidad.
Contra
lujuria, castidad.
Contra ira,
paciencia.
Contra gula,
templanza.
Contra
envidia, caridad;
Contra pereza,
diligencia.
Las virtudes teologales y cardinales. Las teologales incluyen fe,
esperanza y caridad y las cardinales prudencia, justicia, fortaleza y templanza
No es difícil imaginar que ya
por entonces los críos habrían de aprenderse de memoria las preguntas del catecismo
y por supuesto las Bienaventuranzas, el Credo, el Yo pecador o el Díos Mio
Jesucristo.
Los alumnos de la escuela de D. Evaristo Arrayás y
D. Gregorio Romero daban catecismo en las salesianas que ofrecían una educación
religiosa muy rigurosa y exigente, aunque no faltó algún desliz: Recuerdo el catecismo con las salesianas de detrás del Porche. Yo era
grande, ya tenía diez u once años,
después de haber pasado por la Fuente de la Corcha y El Cuco. Una de las
monjas me preguntó ¿Has hecho la primera comunión? Y yo respondí
afirmativamente, aunque no era cierto.[46]
Catecismo de Ripalda: pecados y obras de
misericordia. Propiedad de María Guzmán
Rubio
Las labores fueron un elemento básico
repetido en las escuelas, tanto públicas como privadas. En la décadas de 1910 y 1920, a las alumnas de la escuela
privada femenina regentada por Adelaida Pérez Martín, situaba en la
calle del Duque Chica, esquina con la calle del Duque, les daba clases de
bordado y costura Dª Concepción Iñurrieta Macías.
Es
curioso que el llamado Laboratorio del colegio salesiano -ese debía ser su
cometido originario- fuera la sede de las clases de costura impartida por tres
maestras de labores que fueron
sustituyéndose unas a otras: Sor Elvira Molinet, Sor Elvira Ortega y Sor Amparo
Saura[47]:
cientos de valverdeñas aprendieron con ella a bordar sus colchas de matrimonio,
juegos de camas y mantelerías, aprendizaje aquel que les sirvió de base para confeccionar
el ajuar que llevarían a su matrimonio.
También algunas niñas[48]
pudieron bordar sus mantones de Manila familiares. Sor Elvira Moliner
vendía chucherías durante las clases
vespertinas de costura y labores, desde altramuces hasta
pirulitos de miel y azúcar de fabricación propia, versión salesiana de
las pachangas valverdeñas.
En la clase de Carmen Romero Regaña se aprendía a
bordar. Las niñas llevaban de sus propias casas sábanas y mantelerías y las
bordaban en el bastidor. También nos
enseñaba punto de cruz, pero no croché[49]. En las salesianas, Sor Concepción
Asencio enseñaba “punto, maya y croché”
en la década de 1920.[50]
Colegio de las
Hijas de Marías Auxiliadora. Alumnas
posando con el bordador. Año 1918.
RICO, A.
Valverde en sepia, vol. 3, lám. 66.
Por
último, no faltaron otras actividades que hoy llamamos complementarias. La excursión era la máxima novedad
didáctica. Las alumnas
de la escuela San Carlos recuerdan alguna que otra salida a la Fuente del
Berecillo. Las
alumnas del colegio de las Hijas de María Auxiliadora acudían al mismo destino:
salíamos después de comer, acompañadas por Sor Julia, jugábamos al corro
y a las prisioneras; debíamos cruzar la carretera para beber de la fuente
ayudadas de un acetreo de una simple lata. Nos llevábamos la merienda y volvíamos a la seis. [51]
No
faltaba el deporte. En el patio grande de las Salesianas, junto a las palmeras,
el olivo y el naranjo se instalaron las primeras canastas de baloncesto.
Sin embargo el resto de escuelas públicas carecían
de aquella posibilidad. Manuel Tejero Membrillo no recuerda haber hecho deporte
en la escuela de la Luz con D. Antonio Infante; sí en cambio haber jugado
durante el recreo a la piola y los bolinches. Pero aquellos momentos de
esparcimiento desaparecieron cuando Antonio Infante se trasladó a la escuela de
la calle Abajo, donde ni siquiera había recreo, ya que el colegio carecía de
espacio de esparcimiento. Lo mismo pasaba en la escuela de la calle Nueva de D.
Evaristo Arrayás y D. Gregorio Romero: apenas
disponía de un callejón que comunicaba con los servicios del fondo. Al carecer de cortinal no había
posibilidad de recreo ni de juegos.
Patio
grande y patio chico. Salesianas
[1] Vid CHECA
GODOY, A. (2002): Historia de la prensa pedagógica en España. Universidad de Sevilla, p. 59.
[2] El Día (Madrid. 1881). 27/10/1906,
página 2.
[3] Vid. TIANA FERRER, A, 2000, El libro escolar … 154.
[4] Vid. TIANA FERRER, A.,
2000, El libro escolar … 140.
[5] Vid. Los pormenores en
TIANA FERRER, A , 2000, El libro
escolar… 151-153.
[6] BATANAZ PALOMARES Luis (1982): La educación española en la
crisis de fin de siglo. (Los
Congresos pedagógicos del siglo XIX). Córdoba : Excma. Diputación Provincia
[7]
DELGADO MARTÍNEZ, M. Ángeles (2009): Científicas
y educadoras: las primeras mujeres en el proceso de construcción. Ediciones
de la Universidad de Murcia, p. 263.
[11]
SANCHEZ CORRALEJO, J.C. (2005): “El mapa escolar valverdeño desde la crisis de la
restauración hasta la segunda república (1923-1936) En Raíces,
nº 8, junio de 2005, pp. 37-39, dedicado a la Escuela Nacional San Carlos.
[12]Hijo
de Francisco Romero Sánchez, había nacido en Almonaster la Real. Ingresó en el
cuerpo de magisterio el 14 de agosto de 1915[1]. Comenzó su carrera profesional
en Escacena, prosiguiendo en Aracena y Calañas, para terminar en Valverde.
Llegó como auxiliar de la escuela de la calle Nueva, debido al gran tamaño de
aquella, ya que acogía desde rapaces de 6 hasta adolescentes de 18 años.
[14]
Entrevista a Antonio Gamonoso Gutiérrez (1920).
[15]
Así ocurría al menos en la clase de Sor Julia. Entrevista a Petra Arroyo
Quiñones (1918).
[16] Entrevista a Petra Hidalgo Caballero
(1920) e Inés Rentero Bermejo (1924).
[18] BENSO CALVO, Carmen: Las enseñanza de la
urbanidad o el ideal de niño educado en el siglo XIX. En Tiana Ferrer, A., op.
cit, 2000. pp. 207-234
[20] Entrevista a M. Fernando
Gómez Cera.
[21]
Entrevista a Antonio Garrido Canto
(1924-2012), Manuel Tejero Membrillo (1925), Diego Garrido Bonaño (1933).
[22] PEREZ CASTAÑO; Manuel
(2012): “ Notas sobre la escuela valverdeña de principios del siglo XX”. http://historiavalverde.blogspot.com.es/. Sábado 15 de diciembre .
[24] Vid. GARCIA MORIYÓN, F. (2011): El troquel de las conciencias: una historia de la educación moral en
España. Ediciones de la Torre.
[25] Conservamos un ejemplar de Guía
de la Mujer, propiedad de Marcelina Rubio Sánchez, natural de Oliva de
Jerez, Badajoz, pero establecida en
Valverde.
[27] PASCUAL de Sanjuan, Op, cit, edición de 1918.
, “deberes de una ama de casa”, pp.
346-348
[29] Libro de
lecturas en prosa y verso para niños y niñas (Barcelona: Faustino Paluzie,
1891). Obra de gran difusión, fue reeditada en 1895, 1898, 1913 y 1927.
[31] Vid . CORTS GINER Mª
I y CALDERÓN ESPAÑA, Mª C (2006): Estudios
de historia de la educación andaluza. Universidad de Sevilla , p. 68.
[32] Entrevistas a Petra Arroyo Quiñones
(1918).
[33] RAMIREZ GOMEZ, Carmen (2006). Mujeres escritoras en la prensa andaluza del siglo XX (1900-1950).
Universidad de Sevilla, p. 125.
[35] Fue alcalde de
Valverde en varios momentos a lo largo de la Restauración. Casado con Carmen Guerra-Librero Moreno, fue
dueño de la finca Santa Juana y de numerosos bienes. Testamento abierto.
A.P.V.C. Leg. 577.
[36] A.M.V. /L. A.C. de
1924 de 12 de marzo
[37] Vid . GONZALEZ
FARACO, J.C. Arte, lenguaje y educación:
apuntes para una crítica de la razón pedagógica de El Quijote. En El Quijote y la Educación. Revista de
educación, Numero extraordinario, 2004, pp. 93 y 97.
[38] Ibidem. 97
[39] Era propiedad de Marcos Salas Díaz.
El mismo anota “Este libro me lo
dieron en la visita de 1910”. Lo
conservó su primo hermano Aurelio Salas Donaire.
[40] PEÑA, G. de la , op, cit,
1893, p. 135.
[41] Ibidem, pp. 149-153
[42] Vid su
biografía MORENO MARTINEZ, Pedro Luis (2010): Félix Martí Alpera: (1875/1946); un maestro y la escuela de su tiempo.
Editum.
[43] GOMEZ Alberto L. y ROMERO MORANTE, Jesús (2007). Escuela para todos … Universidad de
Cantabria , p. 56 ,
[44] ARROYO NAVARRO, F., Op, cit.,
p. 230.
[45] Entrevista a petra Arroyo
Quiñones
[46] Entrevista a Antonio
Gamonoso Gutiérrez (1920).
[47] Entrevista a Catalina
González Mora (1923).
[50] Entrevista a Petra
Hidalgo caballero (1920).
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