CARTAS Y CRÓNICAS
DESDE EL FRENTE Y LA RETAGUARDIA
LA GUERRA CIVIL
VISTA DESDE VALVERDE DEL CAMINO (III)
Juan Carlos Sánchez
Corralejo
El Andévalo. Paisaje y Humanidad
Actas de las V Jornadas del Andévalo,
pp. 227-232
Facanías. Marzo de 2016.
Facanías. Marzo de 2016.
Miedo, hambre y frío
El miedo
es un hecho consustancial a la guerra. José
Dolores Macías describía el frente de Madrid como “la tierra de los piojos, las ratas y las escaramuzas”[1]; en las
terrazas del Jarama se sintió impresionado por la acumulación de muertos y el
trabajo sin descanso de los camilleros que obligó a decretar una tregua para
recuperar los cadáveres; en el cuartel de la Escuela de Arquitectura de Madrid,
el miedo a las explosiones de minas se combatía cantando “Ardor guerrero”, el
himno de la infantería o “El octavo de
Toledo/es un batallón sin miedo”[2]. Después
de la guerra, Francisco Lorca Gutiérrez solía decir a sus hijos: “No disparé a nadie, yo cerraba los ojos y
disparaba al cielo”.
José
Dolores Macías
Naturalmente, el miedo era proporcional al puesto ocupado. Entre los valverdeños
encontramos artilleros, zapadores, soldados de infantería y de caballería,
enlaces y varios destinados en intendencia como cocineros, panaderos o chicos
cuartos… Incluso zapateros como
Benito López Calleja, que echaba tapas
a las suelas de las botas de sus compañeros de batallón.
El
miedo se acentuaba si los mandos ordenaban abandonar la relativa tranquilidad
de las trincheras y atacar las fortificaciones enemigas[3];
y aumentaba entre los inquilinos de los campos de concentración, como los de
Tarancón, Castuera, Alcubillete o Valdehigueras, referidos en este estudio, o
con los trabajos forzados a los que eran sometidos los batallones de
prisioneros republicanos de la Casa de Arquitectura de Madrid, que refiere José
Dolores Macías. El contrapunto al miedo lo ponía la suspensión de un ataque de
alto riesgo, o la satisfacción de lograr escapar de la cautividad, a través de
las galerías y pozos subterráneos.[4]
Trincheras del Manzanares. Archivo fotográfico de José
Dolores Macías
Al
miedo contribuyeron asimismo las advertencias
e intimidaciones como elementos de control: Antonio Rosa Llanes, de quien
era conocida su vinculación izquierdista, fue amenazado con matar a su padre,
Santiago Rosa Calderón, en caso de cambiarse de bando; a José Fernández Feria,
hermano del cenetista Manuel –unido a las milicias republicanas–, su capitán de
la Legión lo obligaba a ir consigo en misiones de vanguardia, en Córdoba, para
ponerlo a prueba; Jesús Garrido Romero, miembro de la UGT y aprendiz de
laboratorio de las Minas de Castillo-Buitrón, fue obligado a alistarse para
purgar el expediente de su padre, Felipe Garrido Pulido, acusado, como otros
muchos artificieros, de ciertas explosiones previas a la batalla del empalme;
Francisco Matías Gorgoño fue despedido de la Inval por su condición de afiliado
a la UGT y, tras volver de la guerra, tuvo que irse a vivir al molino de La
Melera.
Algunos
quintos valverdeños de 1935 pasaron la Nochebuena de 1936 en Móstoles y
tuvieron que aprender a hacer chocolate
caliente con las tabletas compradas en Navalcarnero, que, pese a su
excesiva densidad, fue devorado por los miembros del batallón. Pero pronto vino
el hambre y hubo que recurrir a las bellotas llegadas de Valverde, en alguna
ocasión fritas.
En la
batalla del Jarama casi nunca había rancho, debido a la dificultad para
encender las cocinas de campaña, y la comida caliente fue sustituida por sardinas enlatadas y chorizos, eso sí,
en múltiples combinaciones: “con el fin
de poder encontrarle alguna variación unas veces comíamos primero las sardinas,
otras los chorizos y como plato ya de esmerado lujo abríamos las citadas latas
de sardinas y las poníamos al fuego con unos trocitos de chorizos envueltos”.
José Dolores Pérez Cuesto le contaba a sus hijos que pasaron más sed que
hambre: “nos bebíamos el caldo de las
sardinas y tirábamos la sardinas”.
Miguel
Macías afirmaba haber perdido 20 kilogramos en el batallón de Pérez Salas[5].Si se
disponía de algo de dinero podían comprarse tabletas de chocolate a los
marroquíes, quienes se jugaban el físico en el trapicheo[6]. Incluso a veces había café con
azúcar, hecho con agua destilada en las caretas antigases para quitarle el
extraño sabor que traía[7]. En las
trincheras de Madrid se cocinaron lagartos y alguna que otra culebra
despellejada[8].
Junto a
los alimentos del cuerpo, no debía faltar el alimento del espíritu, el tabaco,
ya que reducía el apetito y aliviaba el estrés. José Dolores Macías, que no fue
fumador de juventud se entregó a la
chupadera- en sus propias palabras- para combatir el tedio y la vida en las
trincheras de la Casa de Campo de Madrid.[9]
El frío
provocaba intensos dolores de barriga[10], pero
además, en el frente de
Madrid, los soldados debían dormir en camastros de monte bajo y apretujados con
el compañero para combatir la frialdad y la nieve de diciembre; en la batalla
del Jarama se construían pequeñas chabolas, fabricando un agujero en la tierra
para dos: sobre el cobertizo de retamas y encinas dormían de forma inseparable
los compañeros, que solo se despertaban por el calor de la proximidad o por el
vuelo de los piojos[11].
Los camastros de las trincheras de Zújar eran idénticos a los del frente de
Madrid, y las zanjas abiertas en Ciudad Real similares a las del Jarama. Nos lo
cuenta el propio Antonio Gamonoso Gutiérrez a sus 94 años.[12]
Trincheras del Zújar
Las botas,
a menudo, venían de Valverde; otras veces de soldados caídos en la batalla.
José Dolores Macías recibió en el frente de Móstoles unas que le fabricó su
propio padre, José de Jesús Macías, en su banquilla del Peño Escalón, y más tarde rechazó otras de becerro seminuevas que
le ofreció su amigo Isidoro Hidalgo, tomadas de “uno tumbado que ya nunca las necesitaría”, muerto en la toma de las
Rozas y Majadahonda.[13]
Los oficiales tenían sus prebendas. Cuando José Dolores Macías ascendió a sargento se fue a
vivir a una fonda de Melilla, pudo hacerse un traje militar de 80 pesetas y, en
caso de ausencia de servicio, podía irse al cine o de pesca en espera de su
nuevo destino[14].
En noviembre del 37, durante uno de los descansos del servicio en la Ciudad Universitaria
de Madrid, los sargentos, oficiales y jefes vivían en casas particulares de
Parla[15], y en
la posición del chalet de Villa Lucrecia, en las afueras de las Rozas, dormía
nuestro hombre en habitación propia aunque en un somier sin colchón[16].
Siempre, una retirada temporal hacia la retaguardia era un alivio. José Dolores
Macías pasó de Getafe a Cáceres, debido a su intenso eczema, y de allí al
recién estrenado hospital de Valencia de Alcántara, habilitado en el antiguo
casino, donde puso más de 9 kilos.[17]
Comida de oficiales. Entre ellos José Dolores Macías
También había en la guerra lugar
para el solaz: Manuel Bernal Arroyo, de la quinta del 39, gustaba de leer
el Quijote en una trinchera de
Córdoba. Juan Parreño Pérez, que no pudo pisar la escuela primaria, pudo
culturizarse con unos libros de geografía que le prestó su sargento y que se
trajo luego a Valverde.
La vista de una moza agraciada
alentaba siempre los ánimos de la soldadesca: «Si aparecía una mujer y esta era joven, unos nos mirábamos a los otros
como el que ve lo que creyó ya no existía en el mundos»[18].
A veces, los soldados tenían
tiempo para hacerse fotografías, o para hablar con algún paisano de las trincheras
de enfrente[19].
Incluso, junto a las treguas para recoger cadáveres, también hubo armisticios, en
las trincheras del Jarama, para los intercambios de productos entre los dos
bandos[20].
También en las trincheras del Zújar bajaban cada atardecer tres o cuadros
soldados de cada bando, desprovistos de galones para el intercambio diario: los
milicianos republicanos aportaban el papel procedente de Alcoy, mientras los
nacionales aportaban el tabaco, llegado de Canarias y Marruecos.[21]
José Rivera Rivera
José Rivera Rivera en un
momento de solaz. 1937. Cercanías del Alto de los Leones.
La guerra estuvo llena de escenas de horror y alguna que otra de
enorme humanidad. Jesús Garrido Romero, de la quinta del 37, se sintió
impresionado por los saqueos de las tropas marroquíes, capaces de cortar el
dedo a un cadáver para sacarle el anillo y él, en cambio, tras recoger la
documentación de un muerto republicano valenciano con mujer y dos hijos, se la
envió a la familia, en plena guerra, “para
consuelo de sus familiares”.
La guerra fue también lugar de amistad. José Blas Santos
recordaba siempre a varios compañeros de Doña Mencía, Córdoba; Diego Macías se
carteó durante años con su amigo almeriense Ginés Cervantes, maestro de
escuela, depurado por el franquismo y reconvertido en barbero, quien visitó a
la familia valverdeña en varias ocasiones, y se convirtió en el tito Cervantes.
Todos sin excepción
encontraban alivio en las cartas a su novia, a la familia o a la
madrina de guerra, aunque a veces hacía falta echar mano de una persona que
hubiese pasado por la escuela. José Manuel Mantero Vizcaíno ayudaba en tal
menester a otros compañeros de trincheras que no tuvieron dicha suerte.
En la retaguardia
ocurría otro tanto de lo mismo: José Blas Santos recibía cartas de su madre, Flora, que en realidad
escribía su sobrina política, Josefa Moya. Amparo Ramos Suárez, hija del
célebre Pelachingo, escribía sonoras rimas a su novio Manuel Rivera Becerro, chico cuarto, apelando
a Jesucristo, el niño “Manué”: “cuídamelo
con gozo / que eres tocayo de mi mozo”.
También hay carteo
entre los quintos y amigos que se hallan en otros frentes de guerra, y cada uno
se preocupa del devenir de los demás. A través de las cartas de José Contioso
sabemos que otros valverdeños, Pollito y Pinto, fueron heridos en Vitoria a
principios de 1937, que Pollito llegó a Valverde con un mes de permiso, pero
con todos los dedos inútiles, o que Casiano Hidalgo no había entrado en combate
en febrero del 37. José Contioso reconoce su reticencia para escribir a los
amigos que se hallaban en el Jarama como José
Castilla o José Dolores Macías. A través de las cartas, los amigos se
siguen en la distancia: José ve muy a menudo a Quini[22] y sigue el paradero de
Blas Ramírez y Herrera, que estaban en Valverde, creemos entender antes de
marchar al frente.[23]
Cartas y crónicas desde el frente. La batalla
de Madrid, la batalla del Jarama y el frente de Aragón (diciembre de 1936 -
febrero de 1937).-
El primer intento de conquista de Madrid
Varios valverdeños estuvieron en el frente de
Madrid al iniciarse la guerra civil. Casi
todos eran quintos del 35,
como Antonio Lazo Borrero, José Dolores Macías
Delgado, Isidoro Hidalgo, Benito Gómez, “el Melo”, José Castilla Jiménez,
Gustavo Lorca, Juan Corralejo Santos, Francisco Calleja Mora, Juan Romero Gómez
y otros muchos[24].
Isidoro
Hidalgo.
José
Dolores, Benito y Gustavo se formaron como enlaces, aprendizaje que luego les
serviría en el frente de Madrid. Marcharon de Valverde a mediados de octubre, hicieron
la instrucción en el cuartel del batallón de
cazadores nº 7 de Ceuta, sito en Melilla, y de allí pasaron al frente de
Madrid. El 12 de diciembre llegaron a Móstoles engrosando la columna del
general Varela. El 16 de diciembre fue su bautizo de fuego: participaron en la
toma de Boadilla del Monte y en el intento infructuoso de tomar Majadahonda[25].
Varios valverdeños participan en la toma de
Las Rozas, el 2 de enero del 37, formando parte de la
columna del coronel Fernando Barrón
Ortiz, y de allí pasaron a las trincheras de Majadahonda, donde murió un
paisano, Corralejo, aprendiz en la carpintería de Florencio Salas, el 12 de
enero de 1937:“Todos pensamos que ese
sería el final que a los demás nos aguardaba”. Poco después fue herido el cabo
Isidoro Hidalgo, de metralla en la cabeza. Después de dos semanas de relativa
tranquilidad, fueron enviados a la batalla del Jarama, donde se intensificó el
hambre y los muertos. En el petate llevaban sus máscaras contra gases
asfixiantes, y algunas botellas de bebidas alcohólicas que hallaron en una
bodega, con las que aliviaron la tensión y el miedo.[26]
.
Casa Mariano. Las Rozas
Algunos
quintos de 1932, como José Rivera Rivera, José Manuel Mantero Vizcaíno o
Andrés Rite, estuvieron en el Alto de los Leones, en la Sierra de Guadarrama, puerto de montaña
que une las provincias de Madrid y Segovia, convertido en bastión de los
nacionales. Allí se construyeron fortines y trincheras excavadas en la roca,
como posición estratégica de primer nivel, que permitía controlar la ruta entre
Madrid y Castilla la Vieja y, un poco más en la distancia, la carretera de La
Coruña[27].
Hubo valverdeños en el Tajo, en Talavera de la Reina, y en el sur
de Madrid, como Antonio Rosa Llanes, Juan Lazo y Juan Parreño Pérez, quien,
con su memoria prodigiosa, relataba a diario sus vivencias bélicas en el frente sur de Madrid, y sus peripecias en
Seseña, Aranjuez o Chinchón.[28]
[1] MACÍAS DELGADO, J.D.: La Guerra que yo viví. 1936-1939.
Inédito, 1996, p. 148.
[2] MACÍAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 91, p. 151 y p. 186.
[3] MACÍAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 202.
[4] MACÍAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 195 y p. 205.
[5] Carta a su madrina de paz. 24 de
marzo de 1939.
[6] MACIAS DELGADO, J.D. op. cit., “Primera Nochebuena en el
frente, pp. 59-62 y pp.77-78. “Las comidas del Jarama”, p. 99. “Cómo conseguimos
café y azúcar”, p. 100.
[7] MACIAS DELGADO, J.D. op. cit., “Cómo conseguimos café y
azúcar”, p. 100.
[8] MACIAS DELGADO, J.D. op. cit., pp.174-175.
[9] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p.156.
[10] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 104.
[11] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 50 y p.100.
[12] Entrevista a Antonio Gamonoso
Gutiérrez, quinto de 1941.
[13] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 43.
[14] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., pp. 137-142.
[15] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 155.
[16] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 166.
[17] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., “Salida para el hospital”, p.
104.
[18] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., p. 155.
[19] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., “El rio Manzanares”, pp.189-190.
[20] MACIAS DELGADO; J.D., op. cit., “Intercambio de productos”, pp.193-194.
[22] Carta de José Contioso. 4 y 12 de
febrero de 1937. Espinosa de los Monteros.
[23] Carta de José Contioso. 17 de febrero
de 1937.
[24] Entrevistas a sus hijos Pedro Lazo Padilla,
Pedro y Manuel Macías, Mª Patrocinio Lorca y Juan Corralejo Bautista.
[25] MACÍAS DELGADO, J.D., op. cit., Entrevistas a sus hijos Pedro
Lazo Padilla y José y Manuel Macías Arroyo
[26] MACÍAS DELGADO; J.D., op. cit., La toma de Majadahonda y Las
Rozas, pp. 63-75. Casa Mariano, p. 81.
[27] Entrevista a Reposo Mantero e
Ildefonso Rivera.
[28] Entrevista a sus hijos Isidoro,
Magdalena y Juani Nacido en 1915, se
incorporó en Melilla para la instrucción.
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