CARTAS Y CRÓNICAS
DESDE EL FRENTE Y LA RETAGUARDIA. LA GUERRA CIVIL
VISTA DESDE VALVERDE DEL CAMINO (I)
Juan Carlos Sánchez
Corralejo
El Andévalo. Paisaje y Humanidad
Actas de las V Jornadas del Andévalo,
pp. 215-222.
Introducción
No pretende ser éste un trabajo sobre la represión
ejercida por las fuerzas golpistas en las áreas dominadas, a través de sus
modelos habituales de paseo,
tortura, vejaciones, campos de concentración, trabajos forzados, exterminio en
las cárceles, incautación de bienes o batidas contra los movimientos de
resistencia antifranquista, todo documentado a nivel provincial por los
estudios de F. Espinosa Maestre, P. J. Feria Vázquez y J. M. Vázquez Lazo, para
el magisterio provincial por Reyes Santana y De Paz Sánchez, y para el ámbito
local por la obra colectiva Memoria Viva.
Es básicamente un acercamiento a los jóvenes enviados, a la fuerza, a las
trincheras[1].
A través de las cartas enviadas desde el frente de
guerra por José Contioso Lineros a su novia y futura esposa, Dolores
Arroyo, hemos podido rastrear las vicisitudes de algunos soldados de Valverde
del Camino durante la Guerra Civil. Nuestro protagonista formó parte de la 62ª
División de Navarra, y hemos documentado su presencia en los frentes de Burgos
y León, y en las batallas de Santander y
Asturias; en el intento de nueva ofensiva sobre Madrid, y más tarde en la
batalla de Teruel, en la ofensiva nacional contra Aragón y Cataluña.
Esclarecedoras y muy útiles han sido las vivencias
de otro valverdeño, José Dolores Macías Delgado, quien pasó buena parte
de la guerra en el frente de Madrid, vivió la batalla del Jarama, y durante más
de dos años recaló en la Ciudad Universitaria. Esas vivencias fueron
convertidas en un libro inédito en el ocaso de sus días, bajo el título “La
guerra que yo viví”.
También nos hemos servido de las conversaciones con
los pocos quintos vivos, como Antonio Gamonoso Gutiérrez y Florencio
Gallego González[2],
por el bando nacional, y Antonio Fernández Mora, por el bando
republicano. Las cartas y las crónicas directas, junto a los relatos bélicos de
cientos de valverdeños narrados a sus hermanos, hijos y nietos,- y convertidos
en narración vital, son la base del presente estudio, aunque no renunciamos ni
a las fuentes archivísticas ni a la hemeroteca.
Las noticias puramente bélicas que aparecen en las
cartas son escasas. El motivo es doble: por un lado, nuestro soldado nunca
estuvo en primera línea, sino encargado del reparto del correo, de tareas
administrativas y del cuidado del teléfono; por otro lado, el
más importante, el papel de los censores militares, que debían limitar la
crónica bélica a los diarios oficiales. Los pocos comentarios o alusiones
bélicas de las cartas de José son muy someros y van referidos al homenaje al
General Mola de 1937, a la necesidad de dejar sin comunicación y auxilio a
Asturias, o a la preparación del ataque contra
Guadalajara. Apenas sabemos nada de su presencia en Teruel, en el Segre y en
Barcelona, aunque sí informa de la resistencia de Cartagena y el Levante
español, en el final de la guerra.
Otra
cosa fueron los relatos de los soldados
una vez acabada la guerra. Entonces hablan de penalidades, lluvia, frío,
hambre, o de compañeros muertos enterrados en fosas comunes. El
miedo, el hambre y la falta de alimentos fueron elementos recurrentes en el
campo de batalla. El tabaco, las hojas
de afeitar, el jabón, los sobres y las plumas son los envíos más
demandados por los soldados. Pero, frente a las
penurias, el frío y el hambre, el humor y el sarcasmo se agigantan en los
pliegos como estrategia de supervivencia frente a la proximidad de la muerte, y
se envalentonan las declaraciones de amor, frente a la prudencia y la cautela
de la vida cotidiana. Muchos de aquellos quintos se saltaban también las órdenes de no indicar el destino concreto
a sus novias y familiares, con indicaciones más o menos crípticas dentro del
forro del sobre.
Pero, además, hemos
podido conocer -aunque en una visión muy parcial e incompleta- algunos
elementos sobre la retaguardia del Andévalo oriental onubense. Destacan
las manifestaciones para celebrar los éxitos
militares, y la labor de adoctrinamiento de la juventud a través de las
milicias juveniles: flechas, pelayos, margaritas y jóvenes de la sección
femenina eran adoctrinados por sus capellanes y sus instructores en las
destrezas religiosas y militares, pero además eran piezas fundamentales para
dar realce a los actos religioso- patrióticos. Uno de los cometidos de las muchachas de la Sección Femenina de
Falange fue convertirse en madrinas de guerra y, además,
se aplicaron en múltiples cuestaciones
populares –como el aguinaldo del soldado o el día del plato único-, cuyo fruto
era destinado para los envíos de enseres, dulces y ropa a los soldados, para
sufragar comedores de beneficencia o para la atención de los heridos en las
instalaciones hospitalarias, como el Hospital de la Cruz Roja de Huelva.
La movilización para la guerra.
Las quintas de 1927 a 1941. Solteros
contra casados
El reclutamiento para
la guerra civil, dependió, en palabras de James Matthews[3],
profesor de la Universidad de Oxford, más de la geografía que de la ideología.
En provincias como Huelva, bajo control nacional, significó el reclutamiento
obligatorio de miles de jovencitos. Cabanellas y
la Junta de Defensa Nacional tuvieron claro desde el primer momento la
necesidad de recurrir a la recluta forzosa para complementar el ejército
profesional[4]. En tal sentido, se
ha afirmado que fue una guerra de pobres reclutados a la fuerza, y a toda prisa tras las complicaciones
y retardos del plan de guerra ideado por Mola, quienes, a menudo, carecían de
la debida instrucción y pasaban de un día a otro de la fábrica, y casi del colegio,
a las trincheras. Pedro Corral los califica como “carne de cañón”[5].
Las cajas de reclutas se abren apenas un mes después
de iniciada la contienda. Primero los quintos, y poco después los reservistas,
pasan a engrosar el ejército nacional. La propia prensa los cuantificó en
300.000 efectivos un año después del alzamiento[6].
Pedro Corral habla de una guerra de
solteros contra casados: los más jóvenes serían enviados a la primera
línea, mientras que los varones casados y con hijos, a los que se suponía menor
combatividad, ocuparían frentes secundarios o posiciones menos arriesgadas, a
menos que se presentaran voluntarios, mostrando con ello predisposición
manifiesta para el combate.[7]
Entre agosto del 36
y abril del 37 fueron llamados a filas los reemplazos
comprendidos entre 1931 y 1937, formados por jóvenes de 21 a 26 años. Desde
la primavera del 37 pasaron a las trincheras jovencitos de 19 años, y en el
futuro serían más jóvenes[8].
Muchos de ellos se marchan de los pueblos del Andévalo y de la Cuenca Minera.
En Nerva lo hicieron al calor de esta cancioncilla: Si se los han de llevar / que se los lleven / la guerra no se ha hecho
/ para mujeres…[9].
A mediados de julio de 1937fueron llamados los miembros del reemplazo de
1939, zagales que adelantaban su ingreso en el ejército dos años sobre lo
previsto[10].
Finalmente, los quintos del 41 fueron movilizados desde agosto del 38 hasta el
final de la guerra, de manera progresiva, a diferencia del bando republicano, que
lo hizo de manera completa en abril de
1938.
En mayo del 37
fueron llamados los reclutas de 1930, de 28 años de edad. En septiembre del 37,
a punto de caer Asturias, el reemplazo del 29[11].
Los reservistas de 1928, nacidos en 1907, son llamados a filas entre julio y
septiembre de 1938, y posteriormente la quinta de 1927.
El bando franquista
movilizó a los reemplazos comprendidos entre 1927 y 1941. Los soldados de mayor
edad fueron alejados de la primera línea y se los dedicó a labores de
vigilancia. Si el sacrificio fue grande, también fue mucho menor que el de los
reservistas del bando republicano, que se vio obligado a ampliar a 11
reemplazos más, abriendo la horquilla desde 1915, debido a su inferioridad
territorial y, por ende, demográfica.
Un millar de valverdeños fueron
obligados a luchar en las trincheras. Fueron movilizados casi todos los varones
desde 17 a 33 años y estuvieron en todos los frentes: el frente de Córdoba y
Badajoz, la batalla del Jarama, el Alto de los Leones, la batalla de Santander,
las batallas de Belchite y de Teruel, la del Ebro, la toma de Cataluña y
finalmente la toma del Levante español y la rendición de Madrid. En los
principales episodios de la Guerra Civil se detecta la presencia de lugareños
del Andévalo y de Valverde del Camino.
Varios del 34, como Antonio
Villadeamigo Calero, Benito López Calleja o José Ramírez Garrido, fueron
destinados al frente de Córdoba con centro de operaciones en Espiel y
Peñarroya-Pueblo Nuevo, y de allí a Badajoz a la zona de operaciones de Azuaga
y Llerena; Antonio Lazo Borrero, a Madrid.
Varios quintos del 35 pasaron
directamente del servicio militar al campo de batalla. Algunos de ellos, de los
que luego hablaremos, fueron enviados al frente de Madrid. Otros quintos del
35,como José Contioso Lineros, Castilla, Pollito y Giordano Contioso, a los
frentes del norte. Francisco Lorca Gutiérrez, a Zaragoza; José Blas Santos a
los frentes de Córdoba y Jaén, en localidades como Peñarroya, Pozoblanco y
Úbeda. José Arenas Malavé estuvo en Granada y de allí pasó a Burgos, y
recordaba cómo solía ver a Franco y su familia.
La quinta del 36, con Gregorio
Castilla González, Manuel Arrayás Rabadán, Manuel Bermejo Vélez, Manuel
Castilla y José Díaz Mora, al frente de Córdoba. Otros a Madrid, como Juan
Parreño Pérez. Varios miembros de la quinta del 37 estuvieron en la batalla de
Belchite y más tarde en Teruel. José de Jesús Fernández Domínguez participó en
la batalla del Ebro; Manuel Castilla Alcuña fue enviado al frente de Córdoba,
Antonio Rosa Llanes a Toledo. Varios valverdeños de la quinta de 1938, como
Diego Mora Membrillo, Manuel Cejudo Gutiérrez, Miguel Padilla Sánchez o Diego
Mantero, fueron enviados a la Alpujarra granadina; algunos al frente de
Peñarroya.
José Dolores Macías y Antonio
Lazo. Madrid junio de 1939
Los quintos del 39,
40 y 41 fueron los últimos
en incorporarse a la guerra, desde mediados
de 1938[12],
como ya lo habían hecho antes en el bando republicano[13],
dando origen a la llamada quinta del biberón en las filas
republicanas, y conocida en Valverde como de
los pantalones cortos. Varios quintos
del 39 y del 40, como Luis Macías Cejudo o Manuel Rodríguez Varón, estuvieron
en el frente del Ebro, en Cataluña,y terminaron en Alicante; otros, como Manuel
Bernal Arroyo, José Alcaría Corralejo o Demófilo Castilla Vizcaíno fueron
destinados al frente de Córdoba. Otros, como Andrés Ramírez Ramírez, de la
quinta de 1939, al frente de Jaén. Una parte de la quinta valverdeña del 41
acabó en la batalla del Ebro, otra parte en Bilbao, y muchos en la Ciudad
Universitaria de Madrid.
Los reservistas tuvieron algo más de suerte, ya que solo fueron
movilizados los de la última mitad del año respectivo. Los reservistas de las
quintas del 28, 29 y 30 acabaron en frentes secundarios como Extremadura; José
Sánchez Corralejo, de la quinta del 28, en Écija; Augusto Martínez Perea, de la
quinta del 29, en Sevilla. Mientras, los del 31 y 32 tuvieron suerte dispar:
varios quintos del 32, como Daniel Pedrada Cejudo, son enviados a Cádiz y más
tarde a Castellón; José Castilla González acabó en sanidad en Sevilla, dentro
del departamento de infantería, y Manuel Calero Sánchez, en la batalla del
Ebro. Juan Alcaría Corralejo, quinto del 33,
estuvo en la batalla de Teruel, donde fue herido en una pierna.
José Sánchez Corralejo
Daniel Pedrada Cejudo
No faltan tampoco militares profesionales, como el
entonces capitán de infantería Andrés Nieto Mariano, antiguo teniente con
Millán Astray y, más tarde, gobernador militar de Huelva en la década de 1950, destinado
en la Ciudad Universitaria y más tarde en Badajoz y Toledo, acompañado de su
célebre asistente, Diego Cejudo Asuero, “Reverte” y su anecdotario
interminable; o José Morales de León, quien abandonó la jefatura de la zona de
reclutamiento y se incorporó a la guerra como capitán. Fue clave en la
selección de los entonces llamados “enchufados” de la Inval S.A., de la que era
socio, y se llevo
con él al frente a algunos mecánicos expertos de la localidad, como José María
Arroyo Quiñones.
Capitán Nieto Mariano
D. Manuel Viso Toscano
No faltaron los alistamientos voluntarios de milicianos de
primera línea de FET y de las JONS. El maestro Manuel Viso Toscano, quien
había obtenido destino en Valverde en
1924,
se reintegró al ejército nacional en el regimiento de infantería Granada nº 6,
como alférez de complemento[14],
engrosó las milicias de Falange, ascendió a teniente y, a fines de 1938,
permanecía herido en el hospital de Tolosa[15].
Fue uno de los seis maestros fundadores del Grupo Escolar y quizá su
alistamiento trató de borrar el expediente que se le abrió por supuestas acusaciones de
tendencias políticas de izquierda y pertenencia a sindicato de enseñanza, por
las que nunca fue sancionado[16].
También, Manuel Arrayás Rabadán abandonó la docencia y se
marchó al frente de Córdoba como miembro de primera línea de Falange con la segunda bandera de Huelva, los llamados
Pinzones, y murió en combate
en Los Blázquez (Córdoba). Eliseo
Caballero Santos, quien fuera habilitado de clases pasivas, pasó voluntario de
Tetuán a la península e ingresó como administrativo en el Estado Mayor. Al
parecer, otros como los hermanos Ricardo e Ildefonso Castilla Jiménez, se
fueron como voluntarios a Larache, por recomendación hecha a su padre Manuel
Castilla Hidalgo, ya que “algo gordo iba
a pasar”[17].
La práctica secular de las
sustituciones a cambio de dinero quedó limitada desde principios del siglo XX
por los llamados soldados de cuota[18]. Dicen los viejos del lugar que nadie se libró
“de cuota” en Valverde. Si bien es cierto que varios quintos estaban pagando la
cuota para limitar su servicio de armas, fueron movilizados nada más empezar la
guerra. Junto a ello, hubo las típicas recomendaciones para que los hijos de
las familias más poderosas empezaran su carrera de alféreces o tenientes y, si
era posible, lejos del frente de guerra.
Solo se libraron algunos operarios del ferrocarril y trabajadores de sus talleres,
gracias a su valor estratégico. Un ejemplo sobrecogedor fue el de Antonio Rite
Ramírez, calderero-ajustador de los talleres valverdeños quien, tras ser
reclamado, volvió del frente para ser después encarcelado y ajusticiado en la
puerta del cementerio del Pozuelo, el 27 de agosto de 1937, junto a otros seis
paisanos, lo que provocó el intento de suicidio de su madre y un caso más entre
los llamados lutos del comandante.
También es conocido que, a lo largo de la geografía
nacional, cientos de hombres buscaron recomendaciones
en la retaguardia para no ser movilizados. En Valverde, algunos se libraron
parcialmente de la guerra al ser reclamados desde una empresa, la Inval S.A., que monopolizó el abastecimiento de botas a los soldados del bando nacional. Algunos tuvieron la
suerte de no ser ni siquiera movilizados, gracias a la mano del coronel
Morales, uno de sus socios fundadores; otros fueron reclamados y desde el campo
de batalla volvieron a Valverde para fabricar calzado militar en dicha fábrica[19]. También los hubo que pasaron buena parte de la guerra en Valverde,
gracias a una herida afortunada y algo de presión en los despachos.
Otros no abandonaron la retaguardia, como Francisco Becerro Ramírez, a
quien la guerra cogió en Sevilla, en el
cuartel de la Puerta de la Carne, haciendo el servicio militar como soldado de
cuota, y allí pasó el resto del conflicto bélico.
Otro tipo de
exenciones estaban más justificadas: la de uno de cada tres hermanos en filas, según establecía la orden de 20 de febrero de 1937
(B.O., 125), aunque si había cuartos y quintos hermanos, de todos ellos solo se
libraría uno, el que dispusiera el padre[20].
Un buen ejemplo lo encontramos en la familia Ramos Cejudo, que se componía de 7
hermanos, 4 varones y 3 hembras. Por ello el padre, Juan José Ramos Vizcaíno,
capataz de mantenimiento de la línea férrea en el tramo de Venta Eligio a
Pallares, mandó a la guerra a Ildefonso, a Manuel y al más pequeño, Juan, y
libró al mayor de sus hijos, José Ramos Cejudo, guardagujas de Venta Eligio,
que estaba a punto de casarse. También se libró Gregorio Palanco Vélez, quinto
del 38, ya que fueron movilizados sus hermanos mayores, Manuel y José. De los
hermanos Romero Santos fueron a la guerra los dos mayores, José Antonio y
Francisco, y se libró el menor, Manuel. De los cuatro hermanos Fernández
Domínguez, huérfanos de padre, solo se libró el mayor, Nicolás, no así Ramón,
Manuel y José Jesús. De los hermanos Tocino Castilla fueron a la guerra
los mayores, José Antonio y Ángel, y se libró el menor, Juan.
Ildefonso
Ramos
No se libraron los padres de familia ni los hijos de viudas. Rafael Borrero Gómez,
quinto del 30, tuvo que irse a la guerra y dos días después nació su hija
mayor, Mari, por lo que madre e hija tuvieron que ser recogidas por sus tías.
José Sánchez Corralejo, de la quinta del 28, estaba casado y ya tenía 3 hijos
en el mundo, Polonia, Juan y José, cuando fue destinado a Écija. La familia,
que vivía en El Guijo, tuvo que vender las bestias y el ganado cabrío, y ello
fue el origen de la ruina familiar. José solo estuvo 8 meses. “Yo no tenía que haber ido a la guerra. De
allí nos vino la ruina”, contaba con amargura. José Rosa Cejudo
fue alistado a pesar de su sordera y sirvió como conductor en Peñarroya.
Algunos miembros de familias potentadas fueron a la guerra con sus
propios asistentes. José Mª Gómez
Sánchez, de la quinta del 40, con apenas
18 años, fue a la guerra como asistente de Jorge Zarza Fleming, quinto del 38,
hijo de Juan Zarza, uno de los mayores capitales locales. Jorge tuvo que
abandonar sus estudios en la Universidad de Deusto, pero al menos entró como alférez y acabó como capitán. Fue
destinado en Peñarroya-Pueblo Nuevo, donde recibió un tiro en la rodilla
derecha, que obligó a su asistente a evacuarlo del combate a hombros durante
una distancia de 7 km.
[1]
Vid. ESPINOSA MAESTRE, F.: La Guerra Civil en Huelva. Diputación,
1996. ESPINOSA MAESTRE, F.: La justicia de Queipo: violencia selectiva y
terror fascista en la II División en 1936. Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba, Málaga
y Badajoz. Barcelona. Crítica, 2006. FERIA
VAZQUEZ, P.J.: “La guerrilla
antifranquista en la provincia de Huelva. Fuentes y estado de la cuestión”, en Congreso La Guerra Civil Española 1936-1939.
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (edición electrónica), 2006. FERIA VÁZQUEZ, P.J.: “Rompiendo el silencio. Memoria de la
guerrilla antifranquista de Huelva (1936-1949). AH- Andalucía en la historia, 2009, nº 24, abril-junio. pp. 62-67. REYES SANTANA. M. y PAZ SÁNCHEZ, J. J.: La represión del Magisterio republicano en
la provincia de Huelva. Diputación provincial, 2009. VV.AA. Memoria Viva. Valverde del Camino (Huelva).
1936-1939. Comisión ciudadana pro recuperación de la Memoria Histórica de
Valverde.
[2]
Tristemente, Florencio nos dejó el pasado 29 de diciembre de 2015, después de
una vida larga y plena. Sirva este texto
de modesto homenaje para él y para el resto de aquellos muchachos, nuestros
abuelos, que sufrieron los rigores de aquella cruenta guerra.
[3] MATTHEWS,
J.: Soldados a la fuerza.
Reclutamiento obligatorio durante la guerra civil, 1936-1939. Madrid: Alianza Editorial, 2013.
[4] Víd. CORRAL, P.: Desertores. La Guerra Civil que
nadie quiere contar. Random
House Mondadori, 2006. p. 95
[5] CORRAL, P. op.cit., 2007, p. 96.
[6] El Luchador: diario republicano. 26 de julio de
1937, p. 1. “Comentario del día. Carne de Cañón”.
[7] CORRAL. P., op. cit., Cap. 31, pp. 166-169.
[8] Podemos rastrear la recluta a través
de la prensa. ODIEL. 13/11/1936. “Incorporación a filas de los individuos que cumplieron la
edad en el segundo semestre”. El defensor de Córdoba: diario católico. 5 de
marzo de 1937. ODIEL. 1/0571937. “Despedida
a los reclutas del 37”.ODIEL. 20/05/1937, “Incorporación a filas.
Reemplazo de 1938”. ODIEL. Sábado 22 de mayo de 1937. “Incorporación a filas”.
[9] ODIEL. 1 de mayo de 1937. “Nerva. Despedida a los reclutas del 37”.
[10] ODIEL. Jueves, 22 de julio de 1937.
Alistamiento del reemplazo de 1939. Noticiero de Soria. 1937 julio 29, p. 3.
El avisador numantino, 28 de julio de
1937, “Se van los quintos”.
[11] La prensa. Sta.
Cruz de Tenerife. Viernes, 17 de septiembre de 1937, p. 4. “Llamamiento de la
quinta de 1929”.
[14] BOE. Burgos, 17 de noviembre de 1937,
p. 4384.
[15] BOE. 26 de diciembre de 1938, p.
3150.
[16] REYES SANTANA M. y PAZ SÁNCHEZ, J.J. op. cit, p. 594.
[17]
La recomendación procedió, al parecer, de Ricardo Olivós.
[18] Desde el Reglamento
de 19 de enero de 1912 y la Ley de Bases del Servicio Militar, se creó la
figura del "soldado de cuota". Ya no se eximía de la mili, pero los
beneficiarios reducían el tiempo, podían elegir la unidad militar y se libraban
de muchas obligaciones cuarteleras. La cuota a pagar variaba entre 1.500 y
5.000 pesetas, y el vestuario y el equipo corrían a su cargo. El
"soldado de cuota" se mantuvo hasta la ley de Reclutamiento del año
1940.Víd.GARCIAMORENO, J.F.: “El Servicio militar en España (1913-1935). Colección
Adalid. Madrid, 1988. PUELL DE LAVILLA, F.: “El Soldado desconocido: De la leva
a la mili”. B. Nueva. Madrid, 1996.
[19] Juan Cejudo Santos nació en 1915, e
hizo la mili como secretario del coronel Morales, y al terminar el servicio
trabajó como oficinista en la Inval. Su hermano Manuel, nacido en 1917, recibió
un trato similar.
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