Notas sobre
el nacimiento del regionalismo decimonónico (I). Los inicios del catalanismo
(1859-1873): en torno al concepto de patria y la cuestión nacional
Juan
Carlos Sánchez Corralejo
facanias, pp. 16-22
El regionalismo,
señores, no es, ni ha sido jamás el separatismo, pues precisamente la historia
demuestra lo contrario de lo que suponen los enemigos de las regiones.
Justamente en los tiempos de centralización más absoluta es cuando la patria se
ha visto entonces más triste y la integridad del territorio ha estado más
amenazada; después que el espíritu regional desapareció momentáneamente bajo la
cuchilla de los monarcas de la casa de Austria; cuando la autonomía de Castilla
queda deshecha en Villalar, la de Valencia amenguase con las Germanías y la de
Aragón cae con la cabeza de Lanuza, es cuando empieza la larga cadena de
desventuras para España (Vicente Blasco Ibáñez, Juegos Florales
de Valencia de 1891).
Introducción
Al siglo XIX, y en concreto al impacto romántico
ochocentista, se deben los valores fundacionales de la moderna conciencia
nacional. En Cataluña tomó el nombre de Renaixença (renacimiento). Según Jordi Casassas, la clave
de estos renacimientos –el catalanismo no fue ni mucho menos el único- era la necesidad de actualizar el discurso
nacional y evitar la etiqueta de tradicionalismo. Este autor distingue un
romanticismo castellano, de menor calado, de inspiración francesa, y un
romanticismo catalanista, de inspiración germánica y en menor medida escocesa,
que busca ahondar en el espíritu nacional –en la misma línea que el volksgeist de Herder, esto es, la
búsqueda de los rasgos definitorios de cada pueblo o nación. A menudo el habla del pueblo es el elemento
diferenciador capaz de dar esencia al alma y a la cultura personal. Pero también
hay otros elementos: el seny o sentido común catalán, parte esencial de ese
espíritu nacional, se basaría en el pactismo político y el emprendimiento
económico.
El Ochocientos prolongó el distanciamiento entre Cataluña y España, pero
sobre todo concretó la resistencia común
contra el centralismo. La Renaixença tuvo una triple vertiente: literaria,
histórica y económica. A veces se afirma que solo fue un movimiento cultural en
los territorios de habla catalana, que llegó a su esplendor en la segunda mitad
del siglo XIX. Su nombre surgió de la voluntad de hacer renacer el catalán como
lengua literaria y transmisora de una
cultura propia, y superar los siglos de diglosia[1]
respecto al castellano, periodo que los integrantes del movimiento llaman Decadència. En el aspecto histórico, el
argumento clave era la singularidad del Reino de Aragón frente al de Castilla. La
Renaixença nació, pues, con el objetivo de lograr la superación de un largo
proceso de decadencia; entonces se hablaba de «muerte nacional de Cataluña»,
que se remontaba al período bajomedieval y frente a la cual solo cabía renacer[2].
Había que poner fin al aniquilamiento de Cataluña por parte de Castilla en los
terrenos político, cultural, literario y económico.
Nosotros hemos pretendido un
acercamiento a esta realidad desde la prensa de la época, a fin de mostrar las
aristas de una realidad que parece la historia
de nunca acabar.
Los juegos florales
decimonónicos
En tal proceso
jugaron un papel evidente la recuperación de la historia regional-nacional y el
reforzamiento de la lengua o las hablas propias, uno de cuyos vehículos de
difusión -no el único- fueron los juegos florales decimonónicos.
Sobre
su origen, se suele hablar del impulso del Romanticismo, de la recuperación de
los juegos provenzales medievales de la vecina Francia (aquellos que tuvieron
como centro Tolosa desde el siglo XIV y que sirvieron de modelo a los
establecidos en Barcelona por el rey Juan I de Aragón, persuadido por el
marqués de Villena, y que fueron refundados en Avignon desde 1806), y de la
acción de instituciones culturales burguesas como los liceos, ateneos y mecenas
particulares[3].
Los
juegos florales tuvieron un enorme poder de convocatoria y su desarrollo
llenaba las páginas de los periódicos. El evento se componía de varios
elementos recurrentes: los salones de un ayuntamiento o teatro, una corte de
bellas mujeres representantes de la belleza -mujeres limitadas a simples soportes de
beldad e inspiración de poeta, glosadas por mantenedores de todas las
ideologías, conservadoras y progresistas, sin apenas distingos, como comenta sutilmente
Francisca Soria-, y una asociación burguesa deseosa de emular un festejo capitalino
que pretendía ser sinónimo de distinción y cultura. El acto consistía en el
elogio de la reina, la entrega de premios (flores y medallas), la lectura de
las poesías premiadas, el discurso del presidente de la fiesta, al que seguían
las palabras de respuesta del mantenedor,
y el respeto, en lo poético, a los tres temas clásicos: Patria, Fides, Amor[4],
que apenas
sufrirán variantes.
Junto a esos estándares, que representan
sin duda la epidermis, los juegos fueron instrumentalizados desde posturas ideológicas
antagónicas: en la década de 1860, las tribunas de estas justas vieron las
polémicas entre liberales y moderados; más tarde entre unitarios y nacionalistas, y una vez que los elementos
nacionalistas se convirtieron en portavoces las regiones periféricas, entre sus
elementos conservadores y progresistas. Las
personalidades más notables del país —F. Soria cita a Balaguer, Pi y Margall,
Unamuno, Pardo Bazán, Guimerá, Canalejas, Menéndez Pelayo, Costa, aunque la
lista podría ser casi infinita— no vacilaron en defender sus posturas
literarias e ideológicas en los estrados de los juegos florales[5]. Otro tanto podríamos
decir de José Zorrilla, Pedro Antonio de Alarcón, Manuel Fernández
Caballero, Pascual Madoz, Tubino, Sabino
Arana… Fueron, por tanto, un
espectáculo de enorme dimensión.
Los juegos florales han sido mucho más
que una fiesta poética. Fueron un vehículo de primera magnitud en el renacer del
catalanismo decimonónico y de otros movimientos regionalistas nacionales –como
el galleguismo o el valencianismo-,
nacidos a partir del orgullo de pertenencia a una lengua y a una cultura
distintivas.
A veces, con la apariencia de
asistemáticos -a menudo parecen sujetos
a las veleidades políticas, sobre todo en cuanto al nombramiento de presidentes
y mantenedores-, mantuvieron una línea si no unidireccional, sí perfectamente
marcada por las ideologías dominantes, en aras a servir de elemento transmisor
de un credo o ideario buscado. De esta manera, los juegos florales dieron lugar
a una suerte de poesía domesticada por la fuerza del credo interior o de la
doctrina dominante. Dentro de su desarrollo, la convocatoria épico-histórica se
limita, a menudo, a una reseña edulcorada de la historia religiosa, militar o
civil de la patria más cercana o patria chica. Los onubenses, durante años, a
Colón y a la gesta americanista; los portugueses, desde la década de 1870,
gustaron de glosar a Vasco de Gama[6].
En Sevilla, a Murillo y la Inmaculada Concepción.
Tanto en los juegos
florales como en otros ámbitos de la España de la segunda mitad del XIX, fue tema
recurrente el de la patria. El enfoque del concepto cambiaba naturalmente si se
abordaba desde una órbita nacionalista periférica, que resaltaba las
diferencias identitarias masacradas por el centralismo unificador, o bien desde
un enfoque de nacionalismo español, a menudo asociado al conservadurismo de la España
Isabelina y más tarde de la Restauración. No sabemos si el tema de la patria atraía más
a las comisiones organizadoras o a los concursantes de los juegos florales[7].
La patria era una o múltiple. En función de esas interpretaciones, se pasaba a unos
determinados usos propagandísticos que derivaron en una suerte de patriotismo excluyente.
Los juegos florales y la concienciación nacionalista
periférica
Los Jocs
Florals fueron uno de los elementos claves de transmisión de la Renaixença
catalana. Pero los juegos no fueron un hecho exclusivo de Cataluña: las grandes
ciudades españolas gozaron de ellos desde mediados del XIX. En las regiones con
lengua propia, sirvieron de estímulo para la toma de conciencia nacional, a
través del vínculo cultural, como elemento indispensable y previo al salto a la
palestra de los nacionalismos políticos.
En los juegos florales, la literatura se hace nación,
parafraseando el título del libro colectivo del que es editor Leonardo Romero[8].
Los ayuntamientos de Barcelona y Valencia los celebraban con intensidad[9].
Los juegos de Barcelona, reiniciados desde el primer domingo de mayo de 1859, veinticinco
años después de la publicación de la Oda
á la patria de Aribau[10], volvieron a instaurarse, gracias a las
iniciativas de Antoni Bofarull y de
Víctor Balaguer[11]. Fueron no solo una exaltación literaria y de revitalización de la lengua
propia, sino también un encuentro de afirmación de un nacionalismo aún poco
definido. Rosa Cabré, profesora de filología catalana de la Universidad de
Barcelona, distingue entre los trovadores conservadores, admiradores de una
Cataluña medieval, cristiana y tradicional,
y los trovadores progresistas, estos últimos defensores de la libertad
democrática frente a los monarcas invasores. Más tarde, llegaría la reivindicación de una patria
moderna, sustentada en un federalismo aún poco definido, pero apoyada en “amargos reproches contra Castilla y su
centralismo”.[12]
En 1860
resultó premiado el poema “Los catalanes en África”. Su autor era Víctor Balaguer[13], hombre
polifacético que resume la trinidad decimonónica
de periodista, literato y político, de ideología liberal, una de las figuras
principales de la Renaixença, autodenominado El
trovador de Montserrat, propagador decidido de los Juegos Florales,
no sólo en Cataluña, sino fuera de ella[14]. En 1861 Antonio de Bofarull se aplicaba, a
través de la prensa, en acotar la
importancia de la lengua catalana y la defensa del genio de los poetas
catalanes de todos los tiempos, pasados y presentes[15], al tiempo que se
repartía los premios de los juegos florales con Balaguer[16]-
En la década de 1860, el Ateneo Catalán seguía buscando
profundizar en la esencia de las peculiaridades históricas de Barcelona, pero
sobre todo en extender el catalán a las
masas populares. Sus juegos florales se celebraban el primer domingo de
mayo. En 1868, “El Ateneo
catalán ha ofrecido para los juegos florales del presente año adjudicar un
premio de una medalla de oro a la mejor Historia
del sitio de Gerona en 1809, escrita en castizo idioma catalán, con
abundancia de notas, y propia para circular provechosamente en manos de las
clases populares y el accésit de una
medalla de plata por el mismo tema”[17]. La
ganó Víctor Gebhardt, y la de plata Joaquín Riera[18].
Desde Madrid se replicaba con argumentos maximalistas a la iniciativa
recuperadora: Lo mejor sería que se
tuviera en cuenta que la unidad española exige la unidad de lenguaje, y esta no
adelantará mucho con semejantes premios.[19]
Cada
año, el
3 de mayo, el Salón del Ciento del
ayuntamiento barcelonés albergaba la solemne adjudicación de los juegos
florales, bajo la presidencia de alguna autoridad civil o militar de
relevancia. Víctor Balaguer, relacionaba el salón de ciento con una Barcelona abanderada de la libertad en la
Europa medieval, y consideraba los juegos catalanes renacidos como los genuinos
defensores de una patria en libertad, la misma defendida por los caballeros y
trovadores, frente a la idea de tiranía y de vejación[22]. Este bello espacio de
arquitectura civil, construido por el maestro Pere Llobet hacia 1375, acogía
a los representantes populares de la
capital catalana. Allí se procedía al reparto de los premios. El primero era un
premio de honor y cortesía, la flor
natural, concedida a la mejor poesía; un primer premio, la englantina de oro[23], que galardonaba la mejor composición poética de tema patriótico y
hechos históricos o tradicionales de Cataluña; un segundo
premio, la violeta de oro y plata, cada uno de ellos con varios accésits. No
faltaron los premios extraordinarios: el Arpa de Corcho, concedido por el
Círculo de Llagostera ; la medalla de oro concedida por el Ateneo Catalán; o el
Arpa de plata, regalada por el Ateneo catalán de la clase obrera, que
ese año de 1863 recayó en una glosa a la memoria de Buenaventura Carlos Aribau[24] ,
el estandarte del primer catalanismo, fallecido unos meses antes, en septiembre
de 1862.
ARIBAU fue siempre catalán, suya era su habla,
suyas sus costumbres. […]¡Ah! si ARIBAU hubiera podido prever de qué manera sus
amigos, sus paisanos, hombres ricos y pobres, sabios é ignorantes, y hasta la
hermosura, tomaban ayer como expresión de su sentimiento la corona de que se le
ceñía, ¡cuánta alegría hubiera inundado su corazón! ¡Cuán dulcemente hubiera
corrido el llanto por sus agostadas mejillas! Más grato hubiera sido para él el
ciprés laureado que en justa literaria lo dedicaban hombres conocedores, que
rica corona Ducal, ó altas distinciones nobiliarias que no siempre obtienen, ni
los más probos, ni los más dignos.[25]
Salón de Ciento. Casa de la Ciudad de Barcelona
Antonio de Bofarull
La lengua como arma
política
El regionalismo se hizo omnipresente en la oratoria y en la literatura
floralista[26]. Los catalanes glosaron su pasado glorioso y sus tradiciones
folclóricas. La englantina de oro de Barcelona premió las gestas poemadas de su
historia y de sus gentes: “Los catalanes en África” (1860), una escena que vincula
el esfuerzo catalán en el reforzamiento del imperio español en África, antes de
que se impusieran otros temas más específicamente regionales: los Condes de
Urgell, tema repetido en varias ocasiones; la conquista de Mallorca (1878);
Ferrán V (1885); la Sardana (1894) o la Tramontana (1897); los segadores (1898)...
Se cantaba a una
Cataluña lejana, ideal, destruida por Felipe V, el aniquilador de sus fueros a
través de los Decretos de Nueva Planta.
En
1866, el editor Luis
Carreras pedía para los juegos de Barcelona el papel de modernizar la lengua
madre: Los juegos
florales de Barcelona son los que han de hacer en Cataluña este progreso(…).
Créannos los escritores catalanes, en vez de reducirse á pedir meros romances y alegorías, pidan poemitas, premien
cuadros del corazón, den temas donde pueda brillar una imaginación distinguida.
La historia catalana tiene épocas; ¿por qué no han de pedirse cantos
filosóficos sobre ella? ¿Por qué no ha de proponerse el estudio político,
filosófico, económico y literario de períodos determinados? ¿De qué sirven á la
historia y la literatura relaciones de leyendas históricas fabulosas ó dudosas ?[27]
Sí,
los juegos sirvieron para la restauración
de la literatura catalana. En ellos jugaron un papel esencial poetas y dramaturgos catalanes
como Carlos Aribau,
Manuel Milá y Fontanals, Rubió i Ors, Aguiló
Bofarull, Balaguer, Pons, Quintaña, Vidal y Valenciano, Colt, y otros
muchos. Y ese fue el
principio del debate sobre el regionalismo catalán: el corresponsal de El Tiempo, recogido a través de las páginas de La Correspodencia de España –considerado
adalid de diario nacional independiente
de los partidos políticos, alejado del doctrinarismo-, ya pedía reformas “que, sin
contradecir en lo más mínimo el principio sagrado de la unidad nacional, satisficieran
legítimas aspiraciones del provincialismo catalán”[28], además de una valoración más justa de
las letras en lengua catalana.[29]
La historia, la poesía y el catalanismo literario
se dan la mano. Pero los matices se multiplican entre la ortodoxia más absoluta
y algunos heterodoxos como Serafín
Pitarra -Frederic Soler era
su verdadero nombre-, convertido en el padre del teatro en catalán. Si Balaguer
glosó la presencia catalana en la batalla de Tetuán[30],
en la Pau d'Espanya (1860), Soler ironiza sobre la campaña del General Prim en
África. Amigo de juventud de Valentí Almirall, reivindicó un teatro popular pero
escrito "con el catalán que ahora se habla", frente a la
lengua culta y arcaica de los Juegos Florales, aunque más tarde él mismo ganó
en tres ocasiones los Juegos Florales y en 1875 fue investido maestro en gay saber.
La historiografía
catalanista
De 1860
a 1864, Víctor Balaguer entregaba los cinco volúmenes de la Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón, editada por Salvador Manero. Su éxito fie inmediato: Jerónimo Borao, a través de las páginas
de La América, hacía una alabanza de
esta obra. La sitúa muy por encima de
los escritos de Lafuente y de los Anales de Zurita o de Feliu de la Peña. Gracias a su éxito fue necesaria una segunda edición
en 1885 en una Historia de Cataluña[31]. Sin embargo, hoy se considera que fue tan popular como acrítica; una obra al servicio
de un romanticismo nacionalista que
buscaba mitificar el propio pasado; aunque, con todas las objeciones que se le
puedan poner, había elementos sólidos y difíciles de rebatir en ella: la existencia de un pasado peninsular
plural, el ejemplo de un modelo confederal de la Corona de Aragón y la
exaltación del antiguo constitucionalismo catalán, que el catalanismo
utilizará como parte troncal de su argumentario en su futura batalla política.
Víctor Balaguer
Jerónimo Borao
Manuel Durán y Bas
Víctor
Balaguer hizo una ímproba
labor de difusión de la singularidad de una lengua propia y de la fortaleza de
sus integrantes desde la época medieval: se esforzó en sacar del ostracismo a
los poetas catalanes históricos[32],
los poetas de la escuela valenciana y los grandes oradores catalanes que mantuvieron viva la llama
de la lengua materna desde el siglo XV hasta el XVIII:
San Vicente Ferrer, cuya elocuencia,
que era asombro de las gentes, tanto influyó en el famoso Parlamento de Caspe;
Guillermo de Vallseca, jurista eminente y otro de los compromisarios de Caspe;
Cristóbal de Gualbes, panegirista del príncipe de Viana y celoso defensor de la
soberanía nacional en tiempo de las turbaciones de Cataluña; Jaime de Cardona,
orador preclaro, que fue obispo de Urgel y cardenal; Francisco Martí y
Viladamor, uno de los cabezas y
directores del movimiento del Principado contra Felipe IV, representante de
Cataluña por los años de 1.646 en las conferencias de Münster; Pablo Claris, el
gran tribuno popular del siglo XVII, aquel que con su voz levantó en armas á
Catalana; Gaspar Sala y Berart, autor de aquella famosa «Proclamación católica»
que fue el gran memorial de agravios contra el gobierno de Felipe IV,
enarbolado como bandera por el senado barcelonés; y Juan Pedro Fontanella y
Juan Pablo Xammar", varones superiores y jurisconsultos célebres, á
quienes los acontecimientos políticos lanzaron á opuestos bandos, pero para ser
entrambos timbre y gloria de la patria. [33]
También
los historiadores de lo propio tuvieron su peso: Balaguer recuerda a los
siguientes:
(…) en el siglo XV por Pedro Tomich, Gabriel Turell
y Jerónimo Pau en el siglo XVI por Pedro
Miguel Carbonell, Pedro Antonio Beuter, Dionisio Jorba, Icar y Calza; en el siglo XVII por los ya citados Viladamor y
Sala, y por Jerónimo Pajades, el autor de la «Crónica de Cataluña,» de todas la
más popular y conocida; Diego de Monfar y Sors, que con esmerada crítica
escribió la «Historia de los condes de
Urgel» Andrés Bosch, que con sus «Títulos de honor de Cataluña, Rosellón y
Cerdaña» nos ha dejado un libro de estudio y de consulta; Esteban Gabriel Bruniquer,
cuya Rubrica se conserva todavía inédita en el archivo de las Casas Consistoriales
de Barcelona; Esteban Corbera, Gaspar Roig y Jalpi, Manuel Marsillo, Juan
Dameto, José Blanch, Jaime Ramón Víla, y otros muchos, sin que nos sea posible
dar al olvido aquel Francisco de Moneada, que escribiendo en castellano la
«Expedición de catalanes y aragoneses á Oriente,» dio blasón de gloria á
Cataluña y timbre de honor á España[34]. Y algunos poetas de
talla mediana como Pedro Serafí, Juan Pujol, Vicente García y José Fontanellas
y Martell.
Se ha dicho que muchas de sus obras incluían notorias inexactitudes, plagios e
invenciones, y que Marcelino Menéndez
Pelayo consideró esas narraciones "las más ingenuas y pintorescas
de la Edad Media", pero esa realidad esa afirmación puede ser
extensible a buena parte del resto de la
historiografía nacional. En palabras de Jerónimo Borao, Balaguer poseía “dos eminentes condiciones: un talento generalizador claro y una
laboriosidad llevada casi hasta el imposible”.
[1] En una situación de diglosia, las lenguas que conviven
en una misma zona geográfica no tienen el mismo prestigio social.
[2] Vid. CASASSAS, J. (2006): “La domesticación
novecentista de la Renaixença. Un problema de cultura política”. Mélanges de la Casa de Velázquez,
2006, 36.
[3] Sobre su origen y desarrollo histórico es interesante,
sencillo y clarificador, el articulo
“Los juegos florales”. Clemencia Isaura, en Álbum de señoritas y Correo de la moda. 24/11/1853, pp. 1-2.
[4] En Barcelona el lema «Patria, Fides, Amor», dio lugar
a los tres premios ordinarios: la Flor Natural o premio de honor, a la mejor
poesía amorosa; que era una vigandia
caracassana, que
crecía en Monserrat, cerca de la ermita de San Juan; la Englantina de oro a la mejor poesía patriótica, y la
Viola d'or i argent al mejor poema religioso. El ganador de tres premios
ordinarios era investido con el título de Mestre
en Gai Saber.
[5] Vid. SORIA ANDREU, Francisca (2002): “Tópicos y temas
floralistas “, en José Carlos MAINER, y
José Mª ENGITA (eds.), Entre dos siglos,
literatura y aragonesismo, Zaragoza,
IFC, pp. 74-75.
[6] El Imparcial. Madrid. 8/5/1871,
p. 3.
[7] Juegos florales de Pontevedra de 1861 (La España. 22/8/1861, p. 4.). Poema la patria del
señor cano y Barrera. La Flor natural de
Barcelona de 1863 recayó en Los aires de la patria, de Dámaso Calvet (La España 9/5/1863, p. 4.)
[8] ROMERO TOBAR; Leonardo (ed.): Literatura y nación: la emergencia de las literaturas nacionales.
Prensas universitarias de Zaragoza, 2008.
[9] La España. Madrid. 1848. 17/6/1859, p.2.
[10] Plau-me encara parlar la llengua d'aquells savis / que
ompliren l'univers de llurs costums i lleis." (Me complace hablar aún la
lengua de aquellos sabios / que llenaron el universo de sus costumbres y
leyes).
[11] Hubo un intento anterior en 1841 cuando el Liceo
concede varios premios entre ellos el ramo de flores a la mejor composición
improvisada, junto a otros de e música, pintura, escultura, arquitectura y lecturas dramatizadas. Preveía celebrar
fiestas florales cada seis meses. “Gran reforma Liceística”, en El Constitucional (Barcelona). 20/1/1841, p.1.
[12] CABRÉ, Rosa Op. Cit,
p. 277.
[13] Víctor Balaguer Cirera (Barcelona, 11 de diciembre de
1824 - Madrid, 14 de enero de 1901), escritor, periodista y político español,
una de las figuras principales de la Renaixença, conocido como el trovador de
Montserrat
[14] La América. Madrid. 24/3/1860,
p. 14. Pascual
Madoz, vinculado a Barcelona años antes como gobernador civil,
tuvo, al decir del periódico La América la patriótica idea, de costear una rica flor de oro para premiar en los
próximos juegos florales de Barcelona, la mejor composición dedicada á ensalzar la gloria conquistada por
los voluntarios de Cataluña en la célebre batalla de Tetuán, quienes resultaron
claves para la suerte de la batalla dirigida por O’Donnell.
[15] El Contemporáneo Madrid. 27/3/1861,
p. 4.
[16] La España. Madrid. 9/5/1861,
p. 4.
[17] La Correspondencia de España. 10/2/1868, p. 2. La
España 13/2/1868, p. 3.
[18] La Nueva Iberia. 9/5/1868, p.3.
[19] El Imparcial
[20] La Correspondencia de España. 26/4/1861, p.1.
[21] El Imparcial. Madrid. 18/4/1868, p.2.
[22] BALAGUER; 1880, 10. Recogido por Pilar Vega Rodríguez, op. cit, pp. 555-556.
[23] La englantina o rosa silvestre
[24] El Contemporáneo. Madrid. 28/4/1863, p. 4.
[25] La España. 13/5/1863, n.º 5.145, página 2.
[26] Referencia tomada de SORIA ANDREU, Francisca: “Tópicos
y temas floralistas”, pp. 85-87.
[27] La América. Madrid. 12/9/1866, p. 8.
[28]
Poco después el término provincialismo
se convirtió en sinónimo de separatismo para los lideres y la opinión
pública más conservadoras
[29] La Correspondencia de España. 11/5/1879, p. 3.
[30] La batalla de Tetuán de 1860 formó parte de la guerra hispano-marroquí de
1859-1860, entre Isabel II en España y Mohammed IV de Marruecos. La
victoria españolas, al mando de O'Donnell puso
fin a los ataques a las ciudades
españolas de Ceuta y Melilla, así como la captura de Tetuán para la reina
Isabel II.
[31] BORAO, Jerónimo. “Historia de Cataluña y del Reino de
Aragón por D. Víctor Balaguer” En La América. 27/1/1865, pp-10-12.
[32] Alfonso V y sus corte de literatos. En La América. 13/6/1870,
p.10-13.
[33] “Discurso acerca de la literatura catalana leído ante
la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Excmo. señor don
Víctor Balaguer el dia 10 de octubre de 1875”. La Iberia. 14/10/1875,
p. 1.
[34] Ibídem., p. 1.
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