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viernes, 18 de diciembre de 2015

LA CULTURA ESCOLAR EN TIEMPO DE NUESTROS ABUELOS. 1870-1931 (III).


LA CULTURA ESCOLAR EN TIEMPO DE NUESTROS ABUELOS. 1870-1931 (III). LIBROS NUEVOS, LIBROS DE SIEMPRE. EL DEBATE PEDAGÓGICO 


Juan Carlos Sánchez Corralejo
Facanías. Especial Navidad 2015.


En 1906, Vicente Castro Legua, editor de El Criterio, periódico destinado al mundo de la docencia[1], se quejaba de que la mayoría de los libros de las escuelas españolas eran anticuados, pues habían sido escritos en la primera mitad del siglo XIX. Se refería al Catón de Seijas, los carteles de lectura de Flórez y a los libro de lectura:  Juanito de Parravichini,  El Amigo de los Niños del abate Sabatier, Páginas de la Infancia de Ángel Maria Terradillos; el manuscrito Guía del Artesano de Paluzie, o las Gramáticas de Herranz y la Real Academia, además de diversos Catecismos de Doctrina Cristiana y la Historia Sagrada de Fleury.[2]


También preocupaba el tratamiento de los conocimientos científicos en el currículo oficial, convertido en un debate casi permanente. Los congresos pedagógicos españoles de la segunda mitad del siglo XIX afrontaron  la cuestión del papel y de los métodos didácticos de la enseñanza primaria en su tarea de elevar el nivel científico y cultural del pueblo. Era básico el empeño de generalizar los conocimientos básicos de Física, Química, Historia Natural o  Mecánica[3], a fin de hacerlos llegar de manera eficiente a la población.   


Desde diversas ópticas se recomiendan las excursiones escolares, frente a una enseñanza basada únicamente en el libro de texto y en construcciones de pensamiento cerradas y puramente teóricas. 

Las ideas de Pestalozzi, sistematizadas por otros muchos pedagogos, derivaron en la importancia dada a las colecciones de minerales o de productos naturales y manufacturados.  No se debía proporcionar conocimientos totalmente construidos, sino la oportunidad de aprender sobre sí mismos mediante la actividad personal. Elizabeth Mayo recalcó la necesidad de ampliar el currículo limitado a las cuatro reglas para extenderlo al conocimiento de los objetos de la vida cotidiana, como paso previo al conocimiento científico.[4]


La enseñanza mediante láminas era recomendada para los temas de historia sagrada, y los de historia natural se servían de objetos naturales. Así lo defendía Pablo Montesino Cáceres, el pedagogo zamorano considerado el introductor de las lecciones de cosas en España, siguiendo las directrices de Charles y Elizabeth Mayo, a través de Manual para los maestros de escuelas de párvulos, ya en 1840[5]. Era el enfoque empirista que buscaba la vulgarización de la ciencia.


El Congreso pedagógico de Madrid de 1882 -patrocinado por la Sociedad El fomento de las Artes y otras instituciones representantes de la clase obrera-, discutió la utilidad de las llamadas lecciones de cosas. Desde entonces, se publican libros de texto con esta denominación que se prolongarán hasta la Segunda Republica. Estos congresos sirvieron también de altavoz de las escuetas asignaciones económicas de los maestros, dirigida al ministro de fomento.[6]


El Congreso pedagógico de Barcelona de 1888 volvió a tratar estas cuestiones, pero se abren paso a la influencia creciente de las teorías positivistas de Herbert Spencer y la necesidad de ampliar el currículo con las ciencias físico-naturales y el conocimiento de los fenómenos de la naturaleza. Se abren paso las   lecciones de Cosas, como las de Purificación Feltrer y Muntión, editadas desde 1883 y recomendadas por Real Orden de 19 de marzo de 1886.[7]


En la escuela valverdeña de la Restauración hubo carteles, láminas de  lectura y otra de máximas morales. Sin embargo, muchos maestros eran reacios: Petra Arroyo, alumna de Carmen Regaña,  nos espeta: no recuerdo haber ido nunca de excursión.  Tampoco nadie recuerda la existencia de museos escolares, defendidos por muchos, especialmente por los  idealistas, seguidores del alemán Federico Froebel.


La defensa de las lecciones ilustradas: Carteles y láminas


Vicente Castro Legua hizo una defensa por la renovación de aquellos viejos manuales a través de las páginas del diario El Día, en especial de los carteles y láminas de un inspector de Orense, Salvador de J. Ponsada[8]. A modo de monografías o lecciones sueltas, una para cada día del mes, o si se prefería una hora cada mes, debían permitir a los estudiantes una sinopsis, al tiempo textual y visual de temas de especial interés:


Esos carteles son monografías ó lecciones sueltas; especie de toma ó programa sobre un punto ó cuestión que se entrega al Maestro para que él lo desarrolle ante adecuadas á la inteligencia infantil. Si continúa acentuándose ese procedimiento de lecciones sueltas ó ilustradas con grandes láminas, se llegará á formar un sistema que se perfeccionará como nueva forma do enseñanza. Uno de los mejores carteles que hasta ahora conocemos es el publicado por don Salvador de J. Ponsada, inspector de primera enseñanza de Orense. Titúlase «Protección á los árboles y plantas» y con perfecto dibujo y hermoso y fresco colorido, representa tres diferentes hechos de la vida real de los niños con relación á los árboles y á las flores, á cual más atrayente y más verídico.[9]


Los carteles de Ponsada eran variopintos: unos estaban  dedicados a las principales leyes votadas en Cortes,  otros a la protección  de los pájaros o al combate de la  tuberculosis. Los había sobre normas de  urbanidad, contra el alcoholismo, la protección a los monumentos, el respeto a los ancianos y otro al horror del uso de armas o de máximas culminantes de higiene personal y social,  como el que  prohibía escupir en el suelo. Había otros dedicados a los ejercicios para la salud: juegos corporales, nociones y  los avances de la modernidad  como la teoría de la bicicleta, el automóvil, la navegación aérea, el telégrafo sin hilos; estudio dé la emigración y tantos otros problemas que la vida moderna impone al estudio de todo ciudadano desde los primeros años de su vida, desde la escuela de primeras letras.[10]


Los libros valverdeños en la Crisis de la Restauración


Durante la Dictadura de Primo de Rivera, los niños y niñas valverdeños estuvieron acompañados por el manuscrito, la Cartilla y el «Cosas y hecho».


 Mª Jesús Domínguez Batanero, nacida en 1917, y Petra Arroyo Quiñones, nacida en 1918, nos recuerdan sus asignaturas en la escuela del Cabecillo de la Cruz: Historia Sagrada, Doctrina,  Historia de España, Geografía, y las  nociones básicas de aritmética, dos libros de  lectura, Deberes y Estrella del Mar, y las prácticas con el Manuscrito –que servían para adiestrase en agilidad lectora-. Los sábados por la mañana tocaba clases específicas de Geografía de España y de los aspectos más relevantes de la Geografía del vecino portugués, mientras que el  horario vespertino se dedicaba a las labores de corte y confección[11]. 


En la escuela de D. Gregorio Romero Bogado (1890-1980)[12] de la calle Nueva, se leían algunas de las biografías de la serie Vida de grandes hombres que relataba las semblanzas de personajes de la talla de Velázquez[13], así como el libro de La Guerra de la Independencia.  Algunos de sus alumnos fueron Jesús Bermejo Doblado,  Ildefonso Arroyo Calleja, Juan Ramos Alcuña,  Rafael Arroyo (sobrino del maestro), su propio hijo y más tarde maestro Francisco Romero, Aniceto Contioso Girol,  y Gregorio, Gorito el del Barrio.


Aunque en teoría funcionaban como escuelas unitarias e independientes, algunos de sus alumnos de fines de la década de 1920 nos hablan de cierta especialización por materias entre ambos maestros: D. Gregorio Romero nos daba las matemáticas y D. Evaristo Arrayás, la historia. Lo que más nos gustaba eran las matemáticas. En las vacaciones nos comprábamos cuadernillos de cuentas. Con ellas aprendíamos la regla de tres compuesta o la regla de compañía compuesta.[14]   


Tales conocimientos, el cálculo matemático y aritmético con aplicaciones a la contabilidad empresarial, abrían un mundo de posibilidades laborales a los jóvenes estudiantes. Los manuales  se multiplican entonces. Uno de ellos era el Elementos de aritmética numérica y literal al estilo de comercio para instrucción de la juventud,  escrito por Manuel Poy y Comes, editado en Barcelona en 1819.



Gregorio Romero Bogado con sus alumnos de la escuela de la calle Nueva.


En la década de 1920, en las Salesianas, las niñas se disponían en bancas de a tres, a lo largo de tres filas pareadas, a derecha e izquierda de la mesa de la maestra, para un total de 18 chiquillas[15]. Sus alumnas  utilizaban la Enciclopedia Dalmau -que al parecer costaba dos pesetas-, libros de lectura como Elocuencia y poesía castellanas de Cayetano Vidal de Valenciano y además libros de mapas y las lecciones de urbanidad[16]. Más tarde,  al llegar la segunda República  se impusieron, al parecer, libros diferenciados por asignaturas.[17]


La  urbanidad era la ciencia del saber estar y de los buenos modales. Carmen Benso  pasó revista al concepto de urbanidad  de la enseñanza primaria del siglo XIX, y concluyó que debía ser entendida en una triple dimensión, como virtud social, como virtud moral, estrechamente unida a la caridad cristiana, pero también como virtud estética que rechaza los comportamientos groseros de las clases bajas y aspira a mantener unas reglas de cortesía. Desde fines del siglo XIX, la urbanidad incluye una nueva variante que aspira a la formación cívico-política de los ciudadanos.[18]


 

Mobiliario escolar de principios del siglo XX


En el tránsito de la dictablanda de Berenguer a la Segunda República, impartían docencia en el colegio valverdeño de las Hermanas de la Cruz las hermanas Crucificado, Eduarda y Visitación. Entre sus  libros escolares no podían faltar  el Catecismo de Ripalda- y el libro de lecturas Estrella del Mar, ni tampoco las clases de primores de las tardes, los rezos del rosario y la   preparación exhaustiva para la primera comunión, que habría de celebrarse el Día de la Cruz[19]. 


Aquellos libros no siempre estaban al alcance de todas las familias. José Castilla González, nacido en 1910, nos recordó en su día cómo los alumnos debían aportar dos pesetas a su maestro D. Francisco Romero Sánchez para la adquisición de nuevos libros. A Emilia Villegas (1924-2014), la directora de la escuela de la Zona le regaló la enciclopedia en 1931,  porque su madre no podía pagar las cinco pesetas. Concepción Cera Pérez (1932-1996) fue alumna de las Escuelas Vicentinas del Sagrado Corazón y contaba a sus hijos como sus maestras le regalaban libros.[20]


Desde 1928, D. Antonio Infante Valdayo, en la escuela de la Luz utilizaba la enciclopedia Dalmau, y Lecciones de Cosas:[21] Las Lecciones de cosas incluía a modo de fábulas algunos de los grandes inventos, entre ellos la ametralladora, cuyo poema se aprendieron decenas de valverdeños y miles de españoles. El poema decía así: 


Con esta ametralladora,
dice el sabio Sisebuto,
mil disparos al minuto
y sesenta mil por hora.


¡Qué gloria será la mía,
si esta máquina potente
llega a matar buenamente
un millón de hombres al día!


Proclamarán su bondad
en las más remotas tierras,
y así acabarán las guerras.
-Y también la humanidad.


Además de los libros de texto oficiales, era habitual que los ayuntamientos asignaran ciertas cantidades de dinero para el reparto de premios a los mejores alumnos, que iban desde medallas  y  certificaciones a libros instructivos. Jesús Bermejo nos comenta: en cierta ocasión me dieron  de premio a la mejor puntuación del mes y conseguí el libro “La historia del mundo”. Alfonso Parreño recuerda una escena parecida: En esta ocasión los libros aparecían desparramados en la mesa del maestro para que cada alumno cogiera el que quisiera: A mí me  toco en suerte la vida de San Tarsicio. 


                

La historia del Mundo de Federico Torres        




  Cuaderno de Adelaida Villadeamigo




Lecciones de cosas



Junto a los libros, no podían faltar los cuadernos y las actividades. Manuel Pérez Castaño nos enseñó los de Adelaida Villadeamigo Castilla (1885-1975), alumna que fue del Colegio María  Auxiliadora[22], llenos de cartas y de cuentos. Se buscaba la redacción exquisita, abundando en las fórmulas de trato y de respeto con las que había que dirigirse a la amiga, la madre o el padre, y también los  ejercicios de lengua y los ejercicios  de matemáticas basados en problemas de la vida cotidiana.

Durante la Dictadura de Primo de Rivera, los alumnos mayores se dedicaban a hacer «planas», esto es, simples escritos que debían completar los alumnos menos aventajados como ejercicio básico, para aprender a escribir y mejorar su caligrafía, mientras el maestro valverdeño recogía en el Libro de registro de Ezequiel Solana los datos de padres y alumnos, así como las faltas de asistencia. Gracias a sus explicaciones, y a su perseverancia, se educaron cientos de valverdeños.





Los alumnos de la Escuela de la Luz y su maestro D. Antonio Infante Valdayo. Hacia 1929-1930. Archivo de Antonio Garrido Canto. Patio de la escuela, actual biblioteca José Arrayás Arroyo y antigua parada de sementales.


   Se cuidaba con esmero la caligrafía. El manuscrito infantil de D. Francisco García Collado fue utilizado en el Valverde de la Crisis de la  Restauración. Tuvo una primera edición en Valencia en el año 1897, y fue aprobado por R.O. de 8 de junio de 1989.  El que aparece a continuación fue utilizado por los hermanos Francisco Doblado Sánchez, Rosario (1894-1988) y Auxilio (1896), asentados en la Dehesa Blanco, junto a sus  padres José Doblado y María Jesús Sánchez.[23]



Archivo de Jesús Bermejo Doblado


Una escuela sexista, segregada y adoctrinadora: Las Lecciones de cosas y los libros de lectura


La Ley Moyano fue la primera que quiso generalizar la enseñanza para las niñas desde los 6 a los 9 años. Pero de forma paralela  reafirmó una instrucción claramente diferenciada para uno y otro sexo. Los contenidos enseñados a las niñas trataban de formarlas como esposas y madres. Las maestras debían enseñar a sus alumnas a coser y bordar, croché, ganchillo y punto de cruz, todo ello durante la sesión vespertina. Eran las típicas labores femeninas, base de una educación machista. En este mismo sentido actuaban buena parte de los manuales de texto. Libros como La buena Juanita o La nueva Juanita trataban de instruir a las niñas en los cometidos propios de su sexo: las formaban para adoptar el rol social atribuido al género femenino, o dicho de otro modo,  para ser buenas madres y amas de casa. Eran las virtudes inherentes a su naturaleza.


Por supuesto, el proceso educativo se impartía en escuelas separadas o segregadas por sexos. La escuela trataba, pues, de incentivar un determinado proceso de socialización bifurcando claramente dos modelos de género, uno masculino y otro femenino. Incluso en plena república, durante el Bienio radical-cedista, una Orden Ministerial de 1 de agosto de 1934 prohibió el régimen de coeducación, prohibiéndose a los maestros su implantación en las escuelas primarias nacionales, frente a lo legislado durante el Bienio de izquierdas. 


Las Lecciones de cosas fueron, en opinión de Félix García Moriyón, un mecanismo de transmisión de valores morales, intención que se veía aumentada en los llamados libros de lecturas. Eran libros de cuentos,  historietas y fábulas que pretendían conformar los principios morales y cívicos de la chiquillería. Los temas de religión y los de urbanidad eran otro de los mecanismos de instrucción moral o pre-moral [24]


La Buena Juanita


En Valverde se utilizó la “Guía de la Mujer” de Pilar Pascual[25]. Pilar Pascual de San Juan (1827-1899) fue una escritora y pedagoga nacida en Cartagena (Murcia), cuyas obras fueron destinadas a fomentar la devoción y la moral del público infantil. Fue una de las autoras más leídas en las escuelas españolas de la segunda mitad del siglo XIX y de principios del siglo XX. En Valverde se leyó la Guía de la Mujer y Flora o la Educación de una niña, ambas obras destinadas a inculcar en las niñas  labores «propias de su sexo» 


La “Guía de la Mujer” de Pilar Pascual  tuvo como título original primigenio, que luego pasó a subtitulo, Lecciones de economía doméstica para madres de familia. Desde su quinta edición (Barcelona: Librería de Juan y Antonio Bastinos, 1877) se añadieron dos apéndices en los que se ofrecían, respectivamente, recetas para la elaboración y conservación de alimentos, y  modelos para la confección de bordados. Esta mejora supuso para dicha reedición el galardón de la Medalla de Oro, concedida por la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción


En el Valverde de principios del siglo XX se leía “Flora o la Educación de una niña[26], una narración novelada publicada en 1881. El texto fue aprobado como lectura escolar por R. O. de  12 de mayo de 1888. Según el editor, Faustino Paluzie pretendía ser la versión para niñas del Juanito de Parravici.  Pilar Pascual narra la vida de la pequeña Flora desde la cuna  hasta el altar y se preocupa de lo que debía ser una correcta instrucción de la mujer. Flora se convierte así  en el ideal decimonónico de mujer honrada, digna, que se arrepiente de sus errores, y aplicada en la escuela y en la casa.  La asistencia a la escuela y las conversaciones entre padre e hija sirven a la autora para introducir, como si de una enciclopedia se tratara, temas de historia de España y cuestiones relativas a los movimientos planetarios y las estaciones, los estados del agua, y diversas cuestiones de historia natural  referidas a la clasificaciones y características de las principales muestras del reino animal y vegetal, o las bellas artes. 
No faltan las oraciones matutinas ni la asistencia fervorosa a misa. Pero, sobre todo, define los “deberes de una ama de casa”. Flora debe asumir tal responsabilidad cuando su madre, Sofía, acompañó a la abuela a unos baños termales para paliar la parálisis que había sufrido. Al tratarse de una familia acomodada, la misión de Flora era distribuir el trabajo de las criadas, variar los manjares “para que su padre y abuelo comiesen a gusto, pero sin salirse nunca del presupuesto”, dar conversación a los hombres de la casa durante la comida, y después de una corta siesta, dedicar la tarde a la labor. Debía, además,  ordenar a las criadas lavar la ropa blanca todos los lunes,  y ayudar a tender y zurcir la ropa y colocarla en el ropero de forma ordenada[27]. Pilar Pascual de San Juan encarrila  las virtudes  de una buena ama de casa, eso sí, burguesa: el aseo, el orden y la economía, y seguir la máxima de que “debe haber una hora para casa cosa, y cada cosa hacerse a su tiempo”. Todo ello es el fruto de una esmerada educación basada en la adquision de los conocimientos útiles a la mujer 


Sorprende la dura crítica a las criadas, a su escaso afán por el trabajo que se demostraría –solo traemos a colación algunos ejemplos de la obra-  en la comida cruda o carbonizada,  en el hecho de encontrar una mosca en el guisado, o en su obstinación por callejear en lugar de trabajar en las casas. En definitiva “enemigos pagados, de quienes no puede una prescindir” con las que solo cabe un tratado de paz[28]. Más tarde se matiza la crítica y aparece el paternalismo: a las muchachas de servicio aldeanas e ignorantes hay que tratarlas con indulgencia –compadeciéndolas por su ignorancia y falta de cultura-, comprobar su honradez, y servirles de ejemplo de actividad y amor al trabajo.   


En 1891, Flora tuvo una segunda parte Escenas de Familia[29], escrita en forma de selección de cuentos, todos ellos con un relato específico cuyo objeto es formar a la infancia y a la juventud.


En la escuela del cabecillo se utilizaba, a mediados de la década de 1920, otro libro de lecturas bajo el título "Deberes" de José Dalmau Carles, afamado maestro nacional de Gerona que llegó a ser miembro de la Orden Civil de Alfonso XII por sus méritos en la edición de textos escolares. Nos lo contó Manuel Pérez Castaño, entonces estudiante de bachillerato y hoy alumno de la facultad de Geografía e Historia de Huelva, quien incidía en la importancia de afrontar la  comprensión lectora a través de cuentos referidos a la familia, a la sociedad, a la patria con un evidente sentido aleccionador que alcanzaba  su citas máximas en los llamativos “preceptos morales”: 1º Ya que Dios nos ha dado la vida, tenemos el deber ineludible de conservarla.[30]

 




Deberes. Dalmau Carles. Propiedad de Reposo Gutiérrez Villadeamigo (1919-1983)


Había que fomentar entre las niñas los valores religiosos, especialmente el amor a la virgen. Tal era el objetivo de otro de los libros de lectura básicos: Nos referimos a  Estrella del Mar. Escrito por la escritora malagueña Isabel Cheix Martínez[31], estuvo presente tanto en el colegio de las hermanas de la Cruz como en la escuela de Carmen Romero Regaña[32]. Era un libro de temática religiosa, dedicado a la vida de la virgen, que obtuvo la medalla de plata concedida por la Escuela Normal Superior de maestras de la provincia de  Sevilla, con ocasión de la Exposición Anual del Trabajo de la Mujer, en septiembre de 1875[33]. Su autora fue asidua de los juegos florales de Andalucía y de otras regiones entre 1868 y 1887. De pensamiento tradicional y conservador, no pasó del romance de temática religioso-popular, como el dedicado a “La romería del Rocío”, premiada con una rosa de plata en los Juegos Florales de Murcia en 1876, y otros de contenido épico-histórico. 



Isabel Cheix


Otro autor leído en Valverde fue Cayetano Vidal de Valenciano, bajo el titulo de “Elocuencia y poesía castellana”. La obra fue aprobada como texto para las escuelas primarias por R.O. de 20 de diciembre de 1886. Es una recopilación de textos de escritores españoles: Jovellanos, A. de Alarcón o Juan Donoso Cortés. Su autor, catedrático de la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Barcelona, no olvida a distinguidos representantes de la Renaixença catalana  como V. Balaguer o P. Piferrer y sus textos dedicados a Jaime el Conquistador y Monserrat. Sabemos que se utilizó en las décadas de 1920 y 1930 en las Salesianas[34]



Carmen Romero Regaña con sus alumnas en la escuela del Cabecillo de la Cruz. Década de 1920. Foto cedida por Mª Jesús Domínguez Batanero.


La segregación también afectaba a los niños. Para ellos la formación política y algunos libros de  lectura  que  representaban el llamado nacional-catolicismo de la Restauración.  


En 1924, el por entonces alcalde de Valverde, Daniel Rodríguez Romero[35] (1873-1928) propuso adquirir seis ejemplares del libro de D. Manuel Siurot Rodríguez «Emoción de España» con destino a las escuelas nacionales de la villa[36]. Era una obra editada en 1923 bajo el subtítulo de libro de cultura patriótica popular que proponía un viaje a través de las regiones españolas con personajes infantiles, tal como prescribía el concurso ministerial al que se presentó el pedagogo palmerino con objeto de escoger el mejor libro patriótico para la escuela española. El libro ha  sido calificado como integrante del nacional-catolicismo de la Restauración. Es un viaje que realizan por su excelencia escolar cuatro niños, Juanito Menéndez, Pepe Velázquez, Fernando Cid y Miguel Saavedra, dirigidos por Alfonso Lulio. [37]


Siurot compone un manual de Geografía e historia que toma a Castilla por corazón fundante del español. El periplo de los cuatro niños termina, es decir, renace en una posada manchega donde se obra un milagro nocturno. El niño-Cid, velando mientras los otros duermen, ve caer del cielo una estrella que, acercándose a la tierra, se transmuta en Don Quijote. A renglón seguido, este avista otra estrella que cae y se transforma en el Cid Campeador.[38]


Desde entonces, tras la conversación entre el Cid y D. Quijote, éste renuncia a su amor terrenal y promete convertir a España en su verdadera Dulcinea.  



Portada de la emoción de España


Entre los libros específicos escritos para niños y presentes en la escuela valverdeña[39] está    Complemento de la educación escolar”, obra de G. de la Peña y de la editorial Calleja. Era un libro de de ciencias sociales que parte del origen de la sociedad. Sus primeros capítulos van dedicados al papel de la tribu y la familia, la ciudad, la nación y las formas de gobierno. Su subtitulo, último libro de lectura para niños en las escuelas de primaria enseñanza. Analiza las formas de gobierno nacionales, la monarquía, los imperios, la república, el poder unitario y el federalismo.  Afirma que la monarquía democrática, propiamente dicha, sólo existió en España durante los dos años del reinado de D. Amadeo, y que tenía precedentes en la Monarquía aragonesa desde el siglo XIII a fines del XV[40]; se detiene en las ventajas e inconvenientes de las distintas formas de gobierno (cap. IX) y en el  capítulo final hace un examen al socialismo y al anarquismo. Critica al primero que solo busque una “igualdad artificiosa que solo puede someterse igualando el mérito a la rutina, el talento a la torpeza y el estudio a la ignorancia” y del anarquismo “una palabra vana y una aspiración irrealizable”.[41]


También fue utilizado en Valverde, al menos en la escuela de Gregorio Romero Bogado de la calle Nueva el libro Cosas y hechos de Félix Martí Alpera, el maestro y pedagogo de El  Cabañal (Valencia), una obra de primera impresión en 1917[42]. Fue  muy leído en la segunda República, e incluso la inercia hizo que se siguiera utilizando en los albores  del franquismo. En palabras de su biógrafo, Juan Benimeli, Martí Alpera fue el "maestro nacional más famoso del país”. Su depuración política lo apartó de la escuela y condenó sus libros al olvido. Pero antes, fue  considerado uno de los grandes reformadores didácticos de la primera mitad del siglo XX y defensor de una nueva escuela pública. Había viajado por las escuelas de Europa[43] y era conocedor y seguidor del movimiento internacional de la Escuela Nueva. Impulsó las escuelas graduadas, inicialmente en Cartagena, junto con Enrique Martínez Muñoz, ya que fue director de la Escuela Graduada San Fulgencio y de la Casa del Niño; y se preocupó por la extensión del  conocimiento geográfico, por los temas de alimentación y salud del alumnado y por  otros muchos aspectos renovadores.

           

Cosas y hechos                                      





Martí Alpera



Una escuela confesional 



La escuela de la Restauración fue esencialmente confesional. La ley Moyano establecía la religión como una asignatura obligatoria. En las escuelas católicas se ponía especial interés en la instrucción religiosa de los colegiales. Así, en el Colegio de las Salesianas las niñas, además de los rezos diarios,  participaban en las santas misiones celebradas por los padres del Corazón de María, asistían a las misa de medianoche del 25 de diciembre, o a las misas de comunión de antiguas alumnas. Del mismo modo, el colegio salesiano fue el lugar preferido de las catequesis infantiles de niños y niñas, y promotor de los ejercicios espirituales de las jovencitas valverdeñas. 


       

Rosa Rite Ramos adoctrinó a cientos de niñas valverdeñas en las Escuelas Vicentinas, ayudada por Conchita y Juana Iñurrieta, Dolores Pernil Tejero y otras.  Rosa Rite fue el alma mater de las famosas «comedias». Formó un cuadro artístico y con ayuda del piano de Ildefonso Valero Arrayás, pusieron letra propia a un sinfín de cuplés, habaneras y zarzuelas. De esta forma festejaban cada acontecimiento o fasto parroquial  y obtenían ingresos para fines benéficos. Desde 1923, las Escuelas Vicentinas fueron sede de la preceptoría fundada en Valverde por el cardenal Ilundáin para fomentar las vocaciones sacerdotales. No faltaron veladas literario-musicales[44].


Las catequistas en la década de 1920, Reposo Vizcaíno, conocida como Reposita la de D. Juan, Teresa Vizcaíno, Gregoria Moya, de la calle Camacho. Eran los corros de catecismo que se reunían en la iglesia Parroquial tras la misa de 12.


Nos regalaban libros de oraciones, rosarios y nos seguían  formando hasta la confirmación. Los domingos llegábamos a misa las niñas de todos los colegios de Valverde y ellas se ocupaban de organizarnos para la misa.[45]


El Catecismo


Para la doctrina cristiana se utilizaba el Catecismo del Padre Ripalda. Era un catecismo muy sencillo que ofrecía sencillas ilustraciones de los mandamientos de la ley de Dios,  y de la Iglesia,  los pecados capitales y las siete virtudes que los neutralizaban


Contra soberbia, humildad.
Contra avaricia, generosidad.
Contra lujuria, castidad.
Contra ira, paciencia.

Contra gula, templanza.
Contra envidia, caridad;
Contra pereza, diligencia.


Las virtudes teologales y cardinales. Las teologales incluyen fe, esperanza y caridad y las cardinales prudencia, justicia, fortaleza y templanza


No es difícil  imaginar que ya por entonces los críos habrían de  aprenderse de memoria las preguntas del catecismo y por supuesto las Bienaventuranzas, el Credo, el Yo pecador o el Díos Mio Jesucristo.


Los alumnos de la escuela de D. Evaristo Arrayás y D. Gregorio Romero daban catecismo en las salesianas que ofrecían una educación religiosa muy rigurosa y exigente, aunque no faltó algún desliz: Recuerdo el catecismo con  las salesianas de detrás del Porche. Yo era grande, ya tenía diez u once años,  después de haber pasado por la Fuente de la Corcha y El Cuco. Una de las monjas me preguntó ¿Has hecho la primera comunión? Y yo respondí afirmativamente, aunque no era cierto.[46]


 

Catecismo de Ripalda: pecados y obras de misericordia.  Propiedad de María Guzmán Rubio   


Las labores fueron un elemento básico repetido en las escuelas, tanto públicas como privadas. En la décadas de 1910 y 1920, a las alumnas de la escuela privada femenina regentada por Adelaida Pérez Martín, situaba en la calle del Duque Chica, esquina con la calle del Duque, les daba clases de bordado y costura Dª Concepción Iñurrieta Macías.


Es curioso que el llamado Laboratorio del colegio salesiano -ese debía ser su cometido originario- fuera la sede de las clases de costura impartida por tres maestras de labores  que fueron sustituyéndose unas a otras: Sor Elvira Molinet, Sor Elvira Ortega y Sor Amparo Saura[47]: cientos de valverdeñas aprendieron con ella a bordar sus colchas de matrimonio, juegos de camas y mantelerías, aprendizaje aquel que les sirvió de base para confeccionar el ajuar que llevarían a su matrimonio.  También algunas niñas[48] pudieron bordar sus mantones de Manila familiares. Sor Elvira Moliner vendía  chucherías durante las clases vespertinas de costura y labores, desde altramuces  hasta  pirulitos de miel y azúcar de fabricación propia, versión salesiana de las pachangas valverdeñas.


En la clase de Carmen Romero Regaña se aprendía a bordar. Las niñas llevaban de sus propias casas sábanas y mantelerías y las bordaban en el bastidor. También nos enseñaba punto de cruz, pero no croché[49]. En las salesianas, Sor Concepción Asencio enseñaba “punto, maya y croché” en la década de 1920.[50]




Colegio de las Hijas de Marías Auxiliadora.  Alumnas posando con el bordador. Año 1918.

RICO, A. Valverde en sepia, vol. 3, lám. 66.


Por último, no faltaron otras actividades que hoy llamamos complementarias. La excursión era la máxima novedad didáctica. Las alumnas de la escuela San Carlos recuerdan alguna que otra salida a la Fuente del Berecillo. Las alumnas del colegio de las Hijas de María Auxiliadora acudían al mismo destino: salíamos después de comer,  acompañadas por Sor Julia, jugábamos al corro y a las prisioneras; debíamos cruzar la carretera para beber de la fuente ayudadas de un acetreo de una simple lata. Nos llevábamos la merienda  y volvíamos a la seis. [51]


No faltaba el deporte. En el patio grande de las Salesianas, junto a las palmeras, el olivo y el naranjo se instalaron las primeras canastas de baloncesto.


Sin embargo el resto de escuelas públicas carecían de aquella posibilidad. Manuel Tejero Membrillo no recuerda haber hecho deporte en la escuela de la Luz con D. Antonio Infante; sí en cambio haber jugado durante el recreo a la piola y los bolinches. Pero aquellos momentos de esparcimiento desaparecieron cuando Antonio Infante se trasladó a la escuela de la calle Abajo, donde ni siquiera había recreo, ya que el colegio carecía de espacio de esparcimiento. Lo mismo pasaba en la escuela de la calle Nueva de D. Evaristo Arrayás y D. Gregorio Romero: apenas  disponía de un callejón que comunicaba con los servicios  del fondo. Al carecer de cortinal no había posibilidad de recreo ni de juegos.   



Patio grande y patio chico. Salesianas










[1] Vid CHECA GODOY, A. (2002): Historia de la prensa pedagógica en España. Universidad de Sevilla, p. 59.

[2] El Día (Madrid. 1881). 27/10/1906, página 2.
[3] Vid. TIANA FERRER, A, 2000, El libro escolar … 154.
[4] Vid. TIANA FERRER, A.,  2000, El libro escolar … 140.
[5] Vid. Los pormenores en  TIANA FERRER, A , 2000, El libro escolar… 151-153.
[6] BATANAZ PALOMARES Luis (1982): La educación española  en la crisis de fin de siglo. (Los Congresos pedagógicos del siglo XIX). Córdoba : Excma. Diputación Provincia
[7] DELGADO MARTÍNEZ, M. Ángeles (2009): Científicas y educadoras: las primeras mujeres en el proceso de construcción. Ediciones de la Universidad de Murcia, p. 263.
[8] Elementos de Agricultura. Nociones teórico-prácticas, por Salvador de J. Ponsada..
[9] El Día. Madrid.  27/10/1906, p. 2.
[10] El Día. Madrid. 27/10/1906, p. 2.
[11] SANCHEZ CORRALEJO, J.C.  (2005): “El  mapa escolar valverdeño desde la crisis de la restauración hasta la segunda república (1923-1936)  En Raíces, nº 8, junio de 2005, pp. 37-39, dedicado a la Escuela Nacional San Carlos.
[12]Hijo de Francisco Romero Sánchez, había nacido en Almonaster la Real. Ingresó en el cuerpo de magisterio el 14 de agosto de 1915[1]. Comenzó su carrera profesional en Escacena, prosiguiendo en Aracena y Calañas, para terminar en Valverde. Llegó como auxiliar de la escuela de la calle Nueva, debido al gran tamaño de aquella, ya que acogía desde rapaces de 6 hasta adolescentes de 18 años.
[13] Entrevista  Jesús Bermejo Doblado (1925)
[14] Entrevista a Antonio Gamonoso Gutiérrez (1920).
[15] Así ocurría al menos en la clase de Sor Julia. Entrevista a Petra Arroyo Quiñones (1918).
[16] Entrevista a Petra Hidalgo Caballero (1920)  e Inés Rentero Bermejo (1924).
[17] Entrevista a Catalina González Mora (1923).    
[18]  BENSO CALVO, Carmen: Las enseñanza de la urbanidad o el ideal de niño educado en el siglo XIX. En Tiana Ferrer, A., op.  cit, 2000.  pp. 207-234
[19] Entrevistas a Josefa Moya Bermejo (1923) y Ana Campos Silgado (1924-).
[20] Entrevista a M. Fernando Gómez Cera.
[21] Entrevista a  Antonio Garrido Canto (1924-2012), Manuel Tejero Membrillo (1925), Diego Garrido Bonaño (1933).
[22] PEREZ CASTAÑO; Manuel (2012): “ Notas sobre la escuela valverdeña de principios del siglo XX”.   http://historiavalverde.blogspot.com.es/. Sábado 15 de diciembre .
[23]  Entrevista as Jesús Bermejo  Doblado.
[24] Vid. GARCIA MORIYÓN, F. (2011): El troquel de las conciencias: una historia de la educación moral en España. Ediciones de la Torre.
[25] Conservamos un ejemplar de Guía de la Mujer, propiedad de Marcelina Rubio Sánchez, natural de Oliva de Jerez,  Badajoz, pero establecida en Valverde.
[26] Conservamos un ejemplar de Josefa Donaire Mantero,  alumna de las Salesianas
[27] PASCUAL de Sanjuan, Op, cit,  edición de 1918. ,   “deberes de una ama de casa”, pp. 346-348
[28] Ibídem. Amas y criadas, pp. 349-354.
[29] Libro de lecturas en prosa y verso para niños y niñas (Barcelona: Faustino Paluzie, 1891). Obra de gran difusión, fue reeditada en 1895, 1898, 1913 y 1927.
[30] http://historiavalverde.blogspot.com.es/. Sábado 15 de diciembre de 2012.
[31] Vid . CORTS GINER Mª I y CALDERÓN ESPAÑA, Mª C (2006): Estudios de historia de la educación andaluza. Universidad de Sevilla , p. 68.
[32] Entrevistas a Petra Arroyo Quiñones (1918).

[33] RAMIREZ GOMEZ, Carmen (2006). Mujeres escritoras en la prensa andaluza del siglo XX (1900-1950). Universidad de Sevilla, p. 125.

[34] Lo leyeron en su día Josefa  Donaire Mantero, Petra Hidalgo Caballero….
[35] Fue alcalde de Valverde en varios momentos a lo largo de la Restauración.  Casado con Carmen Guerra-Librero Moreno, fue dueño de la finca Santa Juana y de numerosos bienes. Testamento abierto. A.P.V.C. Leg. 577.
[36] A.M.V. /L. A.C. de 1924 de 12 de marzo
[37] Vid . GONZALEZ FARACO, J.C. Arte, lenguaje y educación: apuntes para una crítica de la razón pedagógica de El Quijote. En El Quijote y la Educación. Revista de educación, Numero extraordinario, 2004, pp. 93 y 97. 
[38] Ibidem. 97
[39] Era propiedad de Marcos Salas Díaz.  El mismo anota  “Este libro me lo dieron en la visita  de 1910”. Lo conservó su primo hermano Aurelio Salas Donaire.
[40] PEÑA, G. de la , op, cit, 1893, p. 135.
[41] Ibidem, pp. 149-153
[42] Vid su biografía MORENO MARTINEZ, Pedro Luis (2010): Félix Martí Alpera: (1875/1946); un maestro y la escuela de su tiempo. Editum. 
[43] GOMEZ Alberto L.  y ROMERO MORANTE, Jesús (2007). Escuela para todos … Universidad de Cantabria , p. 56 , 
[44] ARROYO NAVARRO, F., Op, cit., p. 230.
[45] Entrevista a petra Arroyo Quiñones
[46] Entrevista a Antonio Gamonoso Gutiérrez (1920).
[47] Entrevista a Catalina González Mora (1923).
[48] Como Bernarda Mantero,  Manolita Mora o Ana Mora.  Entrevista a María Jesús Duque Doblado.
[49] Entrevista a petra Arroyo Quiñones  (1918).
[50] Entrevista a Petra Hidalgo caballero (1920).
[51] Entrevista a Purita  Borrero Becerro (1927).

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