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jueves, 15 de septiembre de 2011

GUERRA CIVIL EN HUELVA (II)

 Juan Manuel Macías Ramos.

Extraído de la revista Memoria viva 1936-1939: Comision Ciudadana Pro recuperación de la Memoria histórica, Valverde, 2005, págs. 34 y 35.  


EL BUITRÓN DIEZMADO

RELATO CONSTRUIDO A PARTIR DE UNA CHARLA CON REPOSO MARTÍNEZ CARRANZA, SUPERVIVIENTE.

“Si esta casa de fieras/ sigue en gobierno/ hacen de nuestra España/ un cementerio”
(1934, durante el bienio cedista)

“En abril viniste, del 31/ porque España entera te proclamó/ y con regocijo hoy se venera/ la bandera tricolor./ Valientes para defenderte/ estaremos los españoles/ republicanos de corazón./ No hemos necesitado ametralladoras/ ni arma de fuego alguna/ para esta obra./ La campaña se ha hecho/ con gran talento/ cambiando a esos malvados/ por hombres honrados/ en los ayuntamientos” (1932)

Las coplillas carnavaleras de Pelachingo eran cantadas con alegría por la gente en los pocos años que duró el Estado de la Segunda República. Nunca llegaron a imaginarse lo que llegaría a ocurrir. Por ejemplo, lo que pasó en El Buitrón.

No se sabe quiénes, una noche de las siguientes al levantamiento militar de los fascistas, irrumpieron en la iglesia y quemaron los santos. Eran las tres de la madrugada y Hermengaudio Vázquez, alcalde pedáneo, dormía tranquilo, con la llave de la iglesia bajo su almohada, para evitar que entraran en ella… pero forzaron las puertas. La mañana anterior, Hermengaudio tuvo que soportar que le dijeran que era un alcalde fascista porque no quería entregar la llave, y eso le dolió muchísimo.

Días después, el 21 de setiembre del 36, iba Hermengaudio camino de la muerte que encontraría en las tapias del cementerio de Valverde, junto con más hombres que morirían con él ese día y el 3 de octubre. Sólo José Antonio Martínez Carranza salvó la vida, gracias a sus piernas. Hay quien dice que asesinaron a 25, otros que a 32… Muchos cayeron en Valverde, otros pocos en El Pozuelo, lejos de miradas horrorizadas.

A todos los acribillaron a balazos, acusados de haber participado en la quema de los santos y de haber hecho guardias armadas en los días en que aun se podía defender sin miedo el legítimo gobierno republicano. Curioso, porque la mayoría ni tenía armas. Francisco Martínez era un cacho de pan reconocido; al igual que Juan González, que incluso estuvo enfermo durante esos días y era aporreado por los fascistas cada que lo contaba antes de que lo mataran. Macay era el más joven de todos ellos, y de él cuentan que ni siquiera llego a conocer Valverde antes de que lo trajeran para darle “el paseo”. No llegaron a estar ni un mes en la cárcel. Por entonces, el general Queipo de Llano tuvo que prohibir que se fusilara a menores de 15 años

La mayoría de los muertos del el Buitrón andaba por la treintena y tenía descendencia. Era lo único que tenían, pues no poseían tierras y no pudo ser, por tanto, la codicia de otros propietarios la causante de sus muertes. Aquello fue matar por matar, y consecuencia de una mala sombra que habitaba en algunos corazones aldeanos. Esa mala sombra llegó hasta los años sesenta, cuando tuvo que sufrir más vejaciones J.A. Martínez, acusado de escupir al paso de la persona que todos creían responsable de la matanza, pero felizmente exculpado gracias a las declaraciones de numerosos testigos.

Mala sombra, mala saña de una mujer que hizo que las primeras condenas a 12 años se convirtieran en condenas a muerte. Ella dio a los asesinos la excusa necesaria, “son rojos”, para segar las vidas de un 10% de la población de la aldea. Desde entonces y mientras duró la guerra, el resto vivió con un miedo espantoso, siempre a la espera de una mala noticia, yendo a implorar a Dios y a los santos en todas las misas que se celebraban. Era el tiempo de las mujeres que se habían quedado sin hombres. Unas se escondían y arropaban literalmente su cabeza por el pánico; otras , como Enriqueta Martínez, esposa del alcalde, tuvo arrestos para ponerse delante de la camioneta del Moreno cuando se llevaban a su marido, pero se desmayó mientras el vehículo se alejaba y sonaban en el aire las voces de Hermengaudio “¡recogerme a esa mujer!”. Enriqueta se fue de la aldea y nunca más volvió.

Esos hombre que mataron fueron antes empleados como mano de obra en la construcción de la actual casa cuartel de la guardia civil de Valverde, en los Riscos Tintones ; después de que los mataran nadie quiso continuar la obra y esas paredes no se terminaron de levantar hasta muchos lustros después . Los que sobrevivieron con penas de cárcel volvían baldados por las torturas que habían sufrido o morían enfermos en prisión o poco después de abandonarla; eso hacía interminable el rosario de penalidades.

Pero ahí está El Buitrón, setenta años después, vivo y con memoria, una memoria que a veces puede parecer perdida, porque extraña que esas enlutadas sigan yendo a todas la misas posibles, aunque saben que su pena partió del ambiente eclesiástico. Ellas saben que no fue culpa de Dios, fueron otros hombres y mujeres los que convirtieron sus vidas en un valle de lágrimas, y fueron sus hombre los martirizados como un día lo fue Jesucristo “¡Ay, Dios mío, que te hicieron igual que a mis hijitos!” rezaba Rocío en los en los años cuarenta.


Algunas de estas mujeres quedaron viudas en el Buitrón

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