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domingo, 15 de noviembre de 2015


LA CULTURA ESCOLAR EN TIEMPO DE NUESTROS ABUELOS. 1870-1931 (II).  LIBROS Y ESTRATEGIAS DE ENSEÑANZA
 
Juan Carlos Sánchez Corralejo.
 
Facanias. Noviembre de 2015.

 
UNA MIRADA A LA ESCUELA VALVERDEÑA DE LA RESTAURACIÓN 
 

La cultura escolar incluye los saberes a enseñar, las conductas a inculcar y las prácticas y modos de transmisión, tanto de las disciplinas o materias, como de los comportamientos y conductas que se busca infundir en los alumnos. Algunos especialistas distinguen tres vértices: uno práctico –el desarrollo empírico-práctico de los propios maestros capaces de modelar un estilo propio basado en el ejercicio diario de su propio oficio, -aquello de que “cada maestrillo tiene su librillo”-; otro científico, nacido de los avances de la pedagogía en cada momento histórico; y un tercero político-administrativo, que recoge las normas y el lenguaje que el poder político proyecta en torno a la organización de los sistemas educativos. Entre estos vértices se establecen relaciones que fluctúan entre la  autonomía, la interdependencia y la convergencia.
 

La escuela valverdeña del último tercio del siglo XIX y de los primeros decenios del XX  era una escuela unitaria que recogía niños de distintas edades –que a menudo se prolongaban desde los 6 hasta los 16 años- y una escuela segregadora, ya que siempre mantenía separados a los niños y las niñas. Dominaron las aulas situadas en casas particulares alquiladas por el consistorio o en edificios municipales, que reunían pésimas condiciones de habitabilidad e higiene. Solo se exigía un patio o corral para el solaz de los pequeños, aunque a menudo era más lugar de exposición a la  inseguridad que de recreo y entretenimiento.

 

El curso académico comenzaba a principios del mes de septiembre, una vez terminadas las vacaciones de verano, y solo se interrumpía con las vacaciones de Navidad y las de Carnaval.  El horario de las escuelas era de mañana y tarde, a lo que se unía la asistencia el sábado por la mañana. Durante la dictadura de Primo de Rivera, las clases se prolongaban de 9:00 a 12:00 y de 15:00 a 17:00 sin recreos y con mínimas excursiones o salidas extraescolares. A lo sumo las alumnas de la escuela San Carlos recuerdan alguna que otra visita a la Fuente del Berecillo. Pero ahí no acababa la jornada laboral de los educadores. Durante la crisis de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y más tarde en la época franquista, con las ataduras derivadas de las etapas confesionales, los maestros debían llevar a sus alumnos a la misa de domingo y acompañarlos a las principales procesiones de la localidad. 

 

El mobiliario escolar era escaso. Nuestros abuelos disponían solo de su pizarra y el pizarrín: un trozo de laja de 25 a 30 cms, con los cantos en forma de armazón de madera. Uno de aquellos abuelos nos recuerda su uso: La llevábamos en el bolso escolar. La comprábamos en casa Perea o en casa de Luis Domínguez, Luis el barbero, padre de Benedicto el de los platillos. El pizarrín, era una barrita de pizarra, de laja,  más fino y corto que un lápiz y con él escribíamos en la Pizarra. El que tenía más suerte tenía lápiz y papel.[1]

 

Más tarde, fueron apareciendo en las aulas la pluma y su tintero, colocados convenientemente en el pupitre de madera. Sobre la tapa de la banca destacaba la ranura del palillero para colocar la pluma y el tintero, y los cuadernos adquiridos en la papelería Perea. Manuel Tejero nos recuerda su tipología: Había tres tipos de plumas: la tuerca, la pluma corona y la pluma de pico de gorrión… y el palillero donde se encajaba las plumas. 

 


                                 Pizarra y pizarrín  

La renovación del mobiliario escolar dependía de la bonanza de los tiempos: «Se dio lectura a un oficio del presidente del Consejo Local de 1ª Enseñanza por el que se piden sean reparadas y blanqueadas las escuelas de la ciudad, que se adquieran mesas-bancos para las escuelas antiguas y alegorías de la república para todas. El ayuntamiento acuerda la reparación de las Escuelas que lo necesiten y procurará atender también las demás peticiones que en el oficio se hacen».[2]

 

La masificación hacía que, a menudo, muchos niños no dispusieran de su propia banca y que tuvieran que sentarse en el suelo «por no disponer de las necesarias para el total de alumnas». En 1909, siendo alcalde José Contioso Pernil, se decidió adquirir todas las bancas que fueran precisas[3], en una clara apuesta por el hecho escolar, aunque lo más habitual era lo contrario: la escasez de medios y la postergación de  las necesidades escolares. Tanto era así que, en 1916, la maestra Josefa García carecía de un sillón en el estrado donde poder  sentarse.

 
Pese a estos inconvenientes, nunca faltaba el trabajo y tesón de los maestros.  En abril de 1927 el consistorio propuso el reconocimiento público a la enorme labor educativa desarrollada por D. Francisco Romero Sánchez a lo largo de 26 años. Por tal motivo los miembros del consistorio acordaron por unanimidad solicitar la concesión de la medalla del trabajo para este maestro nacional al Ministerio de Trabajo:  «Es un maestro que asiste a las clases de manera cronométrica, sin saber cuándo ha de dejarlas, trabajando en ellas con los niños enormemente con una constancia y un estímulo no conocido y no solo se contenta con ello sino que establece repaso a deshoras para mayor resultado de la enseñanza sin fatigar a los niños y hace que sus hijos e hijas, dada la escasez  de escuelas en la localidad den clases también y cuáles no serán los resultados de sus enseñanzas que los niños tienen que espera para entrar en su escuela».

 

La propuesta contó con el apoyo de la ciudadanía, tal como manifestaba el propio alcalde accidental D. Manuel Castilla Hidalgo: «y todo el pueblo comenta con júbilo lo acertado de ella, por lo justo que es se conceda al expresado maestro alguna distinción para así premiar sus desvelos por la enseñanza y al mismo tiempo como manifestación o prueba de agradecimiento de la ciudad a su educador».

 

LAS ESTRATEGIAS O SISTEMAS DE ENSEÑANZA. Las secciones y los alumnos-monitores  

 

El sistema pedagógico de las escuelas de distrito valverdeñas se basaba en la repetición y la trova coral de los chiquillos, quienes repetían las lecciones a grito pelado. Nuestros abuelos debían aprender a leer, escribir y realizar cuentas elementales, aunque básicas para su socialización.  Se impartían clases de Doctrina Cristiana, Historia, Geografía Descriptiva de España y los continentes, lectura, escritura, gramática, ortografía, aritmética, utilizando para ello el sistema legal de pesas y medidas, obligatorio desde la ley Moyano.  El catecismo se cantaba, e igualmente la geografía se interiorizaba con pegadizas cantinelas que hablaban de los límites y de las provincias españolas. «Dar el mapa de España» se convirtió en una de las claves del sistema educativo. El maestro, como si quisiera emular a un director de orquesta, marcaba el compás dando punterazos en las bancas de madera. 

 

Don Manuel Delgado Lora afirmaba que en su escuela de la calle Nueva empleaba el “método mixto basado en el mutuo” Ello nos pone sobre la pista de escuelas muy concurridas, En el año 1893, sus alumnos se elevaban a 130 -34 menores de seis años, 66 entre 6 y 10 años y una treintena mayores de 10 años-, de los que asistían a diario unos 110[4]. Los niños eran agrupados según su edad y/o conocimientos y avances académicos, en las que el maestro se ayudaba de los alumnos más aventajados, que actuaban como monitores de los más pequeños.   

 

Narciso de Gabriel habla de cuatro sistemas o estrategias de enseñanza en el espacio temporal de la segunda mitad del siglo XIX: individual, simultáneo, mixto y mutuo[5]. En el sistema individual, el maestro instruye de forma separada y particular a cada niño, y adapta la enseñanza a los diferentes ritmos de aprendizaje, pero la estrategia solo era factible con un número de niños reducido y siempre inferior a la veintena. Durante buena parte del horario lectivo, los niños realizaban sus propias tareas al margen de la supervisión directa del maestro. Por ello, el orden podía resultar difícil de mantener, y se apelaba a menudo al castigo para garantizar la gobernabilidad de la escuela. Mario Calderera criticaba la falta de contacto entre alumnos, el estímulo derivado de ello y lo que él llama “el placer de la superioridad” del niño que sabía más sobre el que avanzaba menos.[6]

        El sistema simultáneo fue ideado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas[7]: el maestro se ocupaba simultáneamente de toda una sección. Era una enseñanza colectiva que posibilitaba el estímulo de la emulación entre los niños y favorecía la disciplina, ya que una de sus máximas era que «cada discípulo ha de estar constantemente ocupado». Para tal propósito, el maestro podía contar con la colaboración de ayudantes, reclutados entre los niños mayores y más aventajados. Tales ayudantes eran de dos clases: generales, con la misión de mantener el orden,  y particulares, que ayudaban o dirigían las tareas escolares de una sección. Cada niño quedaba encuadrado en el nivel que realmente le correspondía. Si aumentaban las secciones se restringía el tiempo que el maestro podía emplear con cada una. El número de alumnos encuadrables en cada sección o subgrupo  había de ser reducido, pues de lo contrario la tarea del maestro no sería eficaz. No resultaba operativo con más de  50 o 60  niños.

 

        El sistema mutuo. Fue definido por los ingleses Bell y Lancaster. Estaba especialmente indicado  para escuelas muy concurridas. Los alumnos también se clasificaban en secciones, pero el número de éstas era superior a las escuelas de método simultáneo, pudiendo existir distintos grupos dentro de cada sección. Su ventaja era posibilitar que los escolares se integrasen en niveles homogéneos y ajustados a sus capacidades. Además, la clasificación era flexible, y podía ser distinta para cada materia de enseñanza, mientras que bajo el sistema simultáneo existía una mayor rigidez[8]. Un solo maestro y los alumnos-monitores, podían enseñar a una gran cantidad de niños y mantenían la disciplina con ayuda de voces, silbatos o  campanillas. Su principal inconveniente era que los niños mayores y más adelantados, potenciales monitores, tendían a abandonar la escuela. 

 

        Pero la escuela valverdeña de la Restauración fue una escuela de sistema mixto. Los sistemas mixtos se basaban en combinaciones de los tres sistemas anteriores. Básicamente, se buscaba la participación directa del profesor en la enseñanza –base del sistema simultáneo- y la clasificación de los alumnos, los monitores y los  mecanismos disciplinarios, del sistema mutuo.  Gregorio Hueso, profesor de la Escuela Normal de Santiago, distingue  tres modalidades: una en la que el maestro se encargaba de instruir sucesivamente a las distintas secciones y los  instructores se ocupaban del repaso de las lecciones; una segunda, en la cual  los instructores  se ocupaban de las secciones inferiores y el maestro de los de mayor edad; y una  tercera variante, donde el maestro asumía personalmente la enseñanza de las materias más complicadas y los  instructores se ocupaban de los ejercicios escolares, siempre más mecánicos.[9]

 

En un mismo  salón compartían horario y tribulaciones niños de 6 años hasta adolescentes de 16 años.  Así funcionaba la Escuela de San Carlos. Solían dividirse en 6 secciones. Cuando se llegaba a la «Sexta» se habían superado los estudios primarios[10].  La escuela del Cabecillo de la Cruz se dividía en seis secciones o subgrupos, organizados por una combinación mixta de edad y avances curriculares. Cada sección se componía de diez o doce niñas sentadas en bancos corridos de madera para un total de alumnado que podía superar las setenta La maestra se ayudaba de las alumnas-monitoras: «Tú, Petra, llévate a la sección cuarta a la galería”. La monitora entonces se dirigía con las pupilas más pequeñas a un cuarto de casa anexo al aula, la llamada galería, y allí hacía de improvisada maestra repasando las tablas de multiplicar o las regiones españolas, con ayuda del puntero.[11] 

 



Esquema del modelo de enseñanza mutua de Joseph Lancaster. 10 alumnos bajo la supervisión de un maestro elegido entre los alumnos más destacados –sistema monitorial- Así se podía atender a mil alumnos a muy bajo costo, ya que la educación se repartía entre los alumnos sobresalientes.

 

Petra Arroyo Quiñones recuerda exámenes internos de la propia maestra que servían para recolocar a los alumnos delante o detrás, de modo que la proximidad al preceptor era la única recompensa de aquel sistema, y también las visitas del párroco, D. Jesús de Mora, que les hablaba de la necesidad de “ser virtuosos como la virgen y el señor”.

 

En la escuela de las Hijas de María Auxiliadora, cada año las alumnas debían superar dos exámenes, con asistencia del arcipreste, José María Vizcaíno, el alcalde y varios concejales del turno.[12]

 

LOS PRIMEROS LIBROS: Cartillas, catones y carteles de lectura

 

En la década final del siglo XIX, el  mobiliario escolar de la escuela de la calle Nueva disponía de un armario de madera, una colección de carteles de lectura de Zamora y otra de máximas morales. A ello se unían mapas geográficos, muestras de caligrafía, láminas de Historia Sagrada, los encerados y algunos libros, papel y pluma[13].  Gracias a la petición realizada por la maestra Josefa García Ruiz, sabemos que en la década de 1910, en el colegio de niñas de la calle Real de Abajo, al menos se utilizaba un mapa de España, un cuadro de pesas y medidas y las tablas aritméticas de sumar, restar, multiplicar y dividir. El consistorio subvencionaba a aquellos maestros con una cantidad en metálico para la adquisición de este material de enseñanza.  

 

Ese catálogo parcial –el completo pasaría por la detección total y sistemática de todos los libros utilizados en estos sesenta años- y los recuerdos de nuestros paisanos más longevos nos hablan de métodos de lectura basados en carteles, cartillas y catones. Desde fines del siglo XIX, nuestros abuelos aprendían a leer con el Catón de Seijas y con libros de lectura como Juanito de Parravicini, un libro ya clásico cuya primera edición data de 1836 del que se ha dicho que pretendía educar niños santos y sabios mediante una metodología puramente memorística[14]. Se introducían en la doctrina cristiana con el Catecismo del padre Jerónimo Ripalda y la Historia Sagrada de Fleuri y a veces accedían a El Epítome y El Compedio, los dos manuales publicados en 1857 por la Real Academia Española que se convirtieron en la base del estudio escolar de la Gramática y la Ortografía, que condicionaron físicamente y redujeron las explicaciones al mínimo.

 

Manuel Delgado Lora utilizaba en el siglo XIX el sistema de carteles de lectura de Zamora. Eran carteles con letras y las primeras silabas para iniciarse en la lectura. Los carteles de Clemente Fernández, director de la escuela Normal de Logroño a mediados del siglo XIX, y los carteles del método racional de José María Flores, fueron también muy usados en el siglo XIX[15], aunque no sabemos si en nuestro entorno. 

 

La cartilla Rayas y el Catón de Seijas y fueron  los medios más utilizados para la enseñanza de la lectura.  La cartilla Rayas fue utilizada en la escuela valverdeña de la Restauración[16]. La cartilla Rayas y su método de lectura, ideado por Ángel Rodríguez Álvarez, se componía de tres partes, que se basaban en el autodenominado método de enseñanza de la lectura por la escritura. La de Primera Raya empezaba con asociaciones de vocales con un dibujo. La i era la primera vocal presentada y se asociaba a una iglesia, mientras que los primeros trazos eran los de una cruz y una bandera de tres franjas. Se ha escrito, en tal sentido, que se buscaba ya desde las páginas de las primeras cartillas que los niños interiorizaran las primeras letras con los símbolos de Dios, la Patria y la Iglesia. Cada dos temas añadía una nueva letra, primero las vocales y luego las consonantes. La primera era la m, con la que se formaban aquellas célebres frases de  “Mi mamá me mima, mi mamá me ama”. Con sus métodos aprendieron a leer cientos de chiquillos valverdeños: algunos de nuestros entrevistados recuerdan bien “El papá y la pipa”, o cómo se aprendía la t con el tití, un monito con la cola enrollada en espiral, con cara de travieso y de allí se pasaba al “toma tomate” y al “toma lima, toma lima tomate”.

 

        

                    Cartilla Rayas          

 

El Catón metódico de los niños, de José González Seijas, contó con múltiples ediciones corregidas y aumentadas desde los primeros decenios del siglo XIX, pero se mantuvo vigente hasta la década de 1930.  En la década de 1920, se utilizaba el primer Catón en la Escuela de la calle Nueva, regentada por Evaristo Arrayás y Gregorio Romero; o en la escuela de la Luz, en la clase de Antonio Infante Valdayo[17]. Era también el silabario y primer libro de lectura de la escuela femenina del Cabecillo de la Cruz, regentada desde abril de 1920 por Carmen Regaña[18] y de la escuela de la Zona Militar. Así nos lo recordó Emilia Villegas Espada (1924-2014), que sintetizó de esta manera los manuales que le sirvieron de soporte en su vida escolar: «Primero la cartilla Rayas, luego el Catón, y finalmente la Enciclopedia». Esos mismos textos se utilizaban en la escuela unitaria y dos clases separadas  de niños y niñas de la  Fuente de la Corcha.[19] 

 

Era un libro que contenía las letras y sílabas iniciales y que proseguía con lecturas elementales que contenían frases cortas para enseñar y ejercitar en la lectura a los principiantes, muchas de las cuales tenían evidente contenido moralizador. Contó con múltiples ediciones, aumentos y correcciones, de la mano de los principales editores de la época: Victoriano Hernando, Gregorio Hernando, Saturnino Calleja, Hijos de Santiago Rodríguez o Edelvives.

 


 
        

Distintas ediciones del Catón metódico de los niños

 

 

  

 







 



 

Su trayectoria fue muy prolongada. La sección Anuncios de la Gaceta de Madrid, allá por la década de 1830, hablaba de las bondades de esta cartilla de lectura con que aprendían los niños a leer con mucha facilidad  y sin fastidio, por la sencillez y orden con que está compuesta.  Bajo el lema de "instruir deleitando", utilizaba un ameno y vistoso sistema iconográfico que facilitaba a los pequeños el aprendizaje de la lectura. Desde mediados del siglo XIX, la Dirección de Estudios, tras el dictamen de la Comisión de Examen de Libros, incluyó el Catón de Seijas[20] entre los libros de lectura, junto a los silabarios de Vicente Navarro y el de José Segundo Mondéjar; otro Catón, el de Victor Lamas, director de la escuela normal de Zaragoza, y el Arte o método practico de lectura de Francisco Pradel y Alarcón[21]. Además, se utilizaron el Silabario de Flórez, los Cuadernos de lecturas para uso de las escuelas de Avendaño y Calderera, o las Fábulas Literarias de Tomás Iriarte. 

 

En una de las múltiples ediciones del Catón de Seijas, de la editorial Calleja, la cubierta, ilustrada a color, muestra a dos pequeños en el campo afanados en la lectura de un libro. En todos sus ejemplares, la imagen de la infancia y de la enseñanza aparece fuertemente idealizada, mientras su interior recogía un conjunto de máximas y refranes que pretendían inclinar el corazón de los niños desde sus más tiernos años a la práctica de la virtud. Para muestra, valga un botón: “El que guarda su boca y modera su lengua se libra de muchos disgustos”;“Más vale poco con temor de Dios que tesoros grandes, los cuales nunca satisfacen el corazón” o “Cuanto tu enemigo caiga en desgracia, no te huelgues, ni en tu caída ni en su caída se alboroce tu corazón”. Al margen de los ejercicios correspondientes para aprender a leer, los catones incluían  lecturas de cuentos, poemas y oraciones que debían llenar las jornadas: así las había de por la mañana, al despertar, al salir de casa, al entrar en la iglesia, etc.

 

Pero además, el Catón fue utilizado directamente por algunas madres para enseñar los rudimentos de la lectura a sus propios hijos, con ayuda de una cartilla que bien conocían de sus tiempos de escolaridad: «Antonio Rodríguez-Cepeda  era nuestro maestro de primer grado. Nos enseñó a leer y escribir, aunque creo que quien realmente me enseñó a leer fue mi madre con un Catón de su infancia. El maestro nos ponía a leer. Cada vez que te equivocabas te daba con el palillero en la cabeza».[22]

 

 



[1] Entrevistas a Petra Arroyo Quiñones (1918) y Manuel Tejero Membrillo (1925).
[2] A.M.V. /L.A.C. de 1932, 7 de septiembre.
[3] A.M.V./A.C. de 1909 de 28 de agosto.
[4] Extraído de RICO  PÉREZ, A. (1993):  1893-1993. Valverde y las salesianas, p. 29.  
[5] DE GABRIEL FERNANDEZ, N. (1987):   “Escolarización y sistemas de enseñanza”. Historia de la educación: Revista interuniversitaria,  nº 6,  págs. 209-228
[6] CALDERERA, M. (1884): Guía del maestro de primera enseñanza o estudios morales acerca de sus disposiciones y conducta, con un apéndice sobre la educación de la mujer, Madrid, Librería de D. Gregorio Hernando,  63.
[7] GIOLITTO, P.: Histoire de l'enseignement primaire au XIX' siècle. L'organisation pédagogique, Paris, Nathan, 1983, pp. 21-23, y ANNE QUERRIEN: Trabajos elementales sobre la escuela primaria, Madrid, Ediciones La Piqueta, passim.. Recogido por Narciso de Gabriel, op. cit, p. 210.
[8] AVENDAÑO, J. y CARDERERA, M. (1888): Curso elemental de Pedagogía, Madrid, Imprenta de la Viuda de Hernando y C., pp. 303-305.
[9] HUESO, G. «Sistemas de enseñanza», El Magisterio Gallego. Recogido por Narciso de Gabriel, p. 215
[10] Entrevista a  Emilia Villegas Espada
[11] Entrevista a Petra Arroyo Quiñones (1918).
[12] SANCHEZ CORRALEJO, J.C (2004): “Las escuelas y los maestros de nuestros abuelos (I)”. Vid epígrafe “Las escuelas católicas”. En Raíces, nº 7, junio de 2004, p. 44.
[13] Extraído de RICO  PÉREZ, Antonio (1993): 1893-1993. Valverde y las salesianas, p. 29.  
[14] CORTS GINER Mª I y CALDERON ESPAÑA, Mª C,  op. cit.  319.
[15] ESPIGADO TOCINO, Gloria  (1996): Aprender a leer y a escribir en el Cádiz del ochocientos. Universidad de Cádiz. 
[16] Entrevistas a Petra Arroyo Quiñones y Emilia Villegas Espada.
[17] Entrevista a  Antonio Garrido Canto (1924- 2012) a principios de los años treinta y lo siguió utilizando en la unitaria de la calle Real de Abajo desde el año 1934.   
[18] Entrevista a Emilia Villegas Espada  (1924- 2014).
[19] Entrevista a Antonio Gamonoso Gutiérrez (1920). La clase de las niñas estaba en la primera estancia y la de los niños al fondo del inmueble, en el lagar
[20] CORTS GINER Mª I y CALDERÓN ESPAÑA, Mª C (2006): Estudios de historia de la educación andaluza. Universidad de Sevilla, p. 68.
[21] El Eco del comercio. 17/10/1841, p. 4.
[22]. Entrevista a Juan Feria Parreño.

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