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domingo, 17 de enero de 2016


CARTAS Y CRÓNICAS  DESDE  EL FRENTE Y LA RETAGUARDIA.  LA GUERRA CIVIL VISTA DESDE VALVERDE DEL CAMINO (I)

 

Juan Carlos Sánchez Corralejo

 

El Andévalo. Paisaje y Humanidad

Actas de las V Jornadas del Andévalo, pp. 215-222.   

 

 

Introducción

 

No pretende ser éste un trabajo sobre la represión ejercida por las fuerzas golpistas en las áreas dominadas, a través de sus modelos habituales de paseo, tortura, vejaciones, campos de concentración, trabajos forzados, exterminio en las cárceles, incautación de bienes o batidas contra los movimientos de resistencia antifranquista, todo documentado a nivel provincial por los estudios de F. Espinosa Maestre, P. J. Feria Vázquez y J. M. Vázquez Lazo, para el magisterio provincial por Reyes Santana y De Paz Sánchez, y para el ámbito local por la obra colectiva Memoria Viva. Es básicamente un acercamiento a los jóvenes enviados, a la fuerza, a las trincheras[1].

 

A través de las cartas enviadas desde el frente de guerra por José Contioso Lineros a su novia y futura esposa, Dolores Arroyo, hemos podido rastrear las vicisitudes de algunos soldados de Valverde del Camino durante la Guerra Civil. Nuestro protagonista formó parte de la 62ª División de Navarra, y hemos documentado su presencia en los frentes de Burgos y León, y en las batallas de Santander y Asturias; en el intento de nueva ofensiva sobre Madrid, y más tarde en la batalla de Teruel, en la ofensiva nacional contra Aragón y Cataluña.

 

 





      

José Contioso Lineros




Carta de José Contioso Lineros 


 

Esclarecedoras y muy útiles han sido las vivencias de otro valverdeño, José Dolores Macías Delgado, quien pasó buena parte de la guerra en el frente de Madrid, vivió la batalla del Jarama, y durante más de dos años recaló en la Ciudad Universitaria. Esas vivencias fueron convertidas en un libro inédito en el ocaso de sus días, bajo el título “La guerra que yo viví”.

 

También nos hemos servido de las conversaciones con los pocos quintos vivos, como Antonio Gamonoso Gutiérrez y Florencio Gallego González[2], por el bando nacional, y Antonio Fernández Mora, por el bando republicano. Las cartas y las crónicas directas, junto a los relatos bélicos de cientos de valverdeños narrados a sus hermanos, hijos y nietos,- y convertidos en narración vital, son la base del presente estudio, aunque no renunciamos ni a las fuentes archivísticas ni a la hemeroteca.

 

                 
  

                                                             José Dolores Macías  Delgado               




                                                                    La guerra que yo viví      

 

 


 

 

      

    Florencio Gallego  González         






Antonio Gamonoso Gutiérrez

 

Las noticias puramente bélicas que aparecen en las cartas son escasas. El motivo es doble: por un lado, nuestro soldado nunca estuvo en primera línea, sino encargado del reparto del correo, de tareas administrativas y del cuidado del teléfono; por otro lado, el más importante, el papel de los censores militares, que debían limitar la crónica bélica a los diarios oficiales. Los pocos comentarios o alusiones bélicas de las cartas de José son muy someros y van referidos al homenaje al General Mola de 1937, a la necesidad de dejar sin comunicación y auxilio a Asturias, o a la preparación del ataque contra Guadalajara. Apenas sabemos nada de su presencia en Teruel, en el Segre y en Barcelona, aunque sí informa de la resistencia de Cartagena y el Levante español, en el final de la guerra.

 

Otra cosa fueron los relatos de los soldados una vez acabada la guerra. Entonces hablan de penalidades, lluvia, frío, hambre, o de compañeros muertos enterrados en fosas comunes. El miedo, el hambre y la falta de alimentos fueron elementos recurrentes en el campo de batalla. El tabaco, las hojas de afeitar, el jabón, los sobres y las plumas son los envíos más demandados por los soldados. Pero, frente a las penurias, el frío y el hambre, el humor y el sarcasmo se agigantan en los pliegos como estrategia de supervivencia frente a la proximidad de la muerte, y se envalentonan las declaraciones de amor, frente a la prudencia y la cautela de la vida cotidiana. Muchos de aquellos quintos se saltaban también  las órdenes de no indicar el destino concreto a sus novias y familiares, con indicaciones más o menos crípticas dentro del forro del sobre.

 

Pero, además, hemos podido conocer -aunque en una visión muy parcial e incompleta- algunos elementos sobre la retaguardia del Andévalo oriental onubense. Destacan las manifestaciones para celebrar los éxitos militares, y la labor de adoctrinamiento de la juventud a través de las milicias juveniles: flechas, pelayos, margaritas y jóvenes de la sección femenina eran adoctrinados por sus capellanes y sus instructores en las destrezas religiosas y militares, pero además eran piezas fundamentales para dar realce a los actos religioso- patrióticos. Uno de los cometidos de las muchachas de la Sección Femenina de Falange fue convertirse en madrinas de guerra y, además, se aplicaron en múltiples cuestaciones populares –como el aguinaldo del soldado o el día del plato único-, cuyo fruto era destinado para los envíos de enseres, dulces y ropa a los soldados, para sufragar comedores de beneficencia o para la atención de los heridos en las instalaciones hospitalarias, como el Hospital de la Cruz Roja de Huelva.

 

La movilización para la guerra. Las  quintas de 1927 a 1941. Solteros contra casados

 

El reclutamiento para la guerra civil, dependió, en palabras de James Matthews[3], profesor de la Universidad de Oxford, más de la geografía que de la ideología. En provincias como Huelva, bajo control nacional, significó el reclutamiento obligatorio de miles de jovencitos. Cabanellas y la Junta de Defensa Nacional tuvieron claro desde el primer momento la necesidad de recurrir a la recluta forzosa para complementar el ejército profesional[4]. En tal sentido, se ha afirmado que fue una guerra de pobres reclutados a la fuerza, y a toda prisa tras las complicaciones y retardos del plan de guerra ideado por Mola, quienes, a menudo, carecían de la debida instrucción y pasaban de un día a otro de la fábrica, y casi del colegio, a las trincheras. Pedro Corral los califica como “carne de cañón[5].

 

Las cajas de reclutas se abren apenas un mes después de iniciada la contienda. Primero los quintos, y poco después los reservistas, pasan a engrosar el ejército nacional. La propia prensa los cuantificó en 300.000 efectivos un año después del alzamiento[6]. Pedro Corral habla de una guerra de solteros contra casados: los más jóvenes serían enviados a la primera línea, mientras que los varones casados y con hijos, a los que se suponía menor combatividad, ocuparían frentes secundarios o posiciones menos arriesgadas, a menos que se presentaran voluntarios, mostrando con ello predisposición manifiesta para el combate.[7]

 

Entre agosto del 36 y abril del 37 fueron llamados a filas los reemplazos comprendidos entre 1931 y 1937, formados por jóvenes de 21 a 26 años. Desde la primavera del 37 pasaron a las trincheras jovencitos de 19 años, y en el futuro serían más jóvenes[8]. Muchos de ellos se marchan de los pueblos del Andévalo y de la Cuenca Minera. En Nerva lo hicieron al calor de esta cancioncilla: Si se los han de llevar / que se los lleven / la guerra no se ha hecho / para mujeres…[9]. A mediados de julio de 1937fueron llamados los miembros del reemplazo de 1939, zagales que adelantaban su ingreso en el ejército dos años sobre lo previsto[10]. Finalmente, los quintos del 41 fueron movilizados desde agosto del 38 hasta el final de la guerra, de manera progresiva, a diferencia del bando republicano, que lo hizo de manera completa  en abril de 1938. 

 

En mayo del 37 fueron llamados los reclutas de 1930, de 28 años de edad. En septiembre del 37, a punto de caer Asturias, el reemplazo del 29[11]. Los reservistas de 1928, nacidos en 1907, son llamados a filas entre julio y septiembre de 1938, y posteriormente la quinta de 1927.

 

El bando franquista movilizó a los reemplazos comprendidos entre 1927 y 1941. Los soldados de mayor edad fueron alejados de la primera línea y se los dedicó a labores de vigilancia. Si el sacrificio fue grande, también fue mucho menor que el de los reservistas del bando republicano, que se vio obligado a ampliar a 11 reemplazos más, abriendo la horquilla desde 1915, debido a su inferioridad territorial y, por ende, demográfica.

 

Un millar de valverdeños fueron obligados a luchar en las trincheras. Fueron movilizados casi todos los varones desde 17 a 33 años y estuvieron en todos los frentes: el frente de Córdoba y Badajoz, la batalla del Jarama, el Alto de los Leones, la batalla de Santander, las batallas de Belchite y de Teruel, la del Ebro, la toma de Cataluña y finalmente la toma del Levante español y la rendición de Madrid. En los principales episodios de la Guerra Civil se detecta la presencia de lugareños del Andévalo y de Valverde del Camino.

 

Varios del 34, como Antonio Villadeamigo Calero, Benito López Calleja o José Ramírez Garrido, fueron destinados al frente de Córdoba con centro de operaciones en Espiel y Peñarroya-Pueblo Nuevo, y de allí a Badajoz a la zona de operaciones de Azuaga y Llerena; Antonio Lazo Borrero, a Madrid.

 

Varios quintos del 35 pasaron directamente del servicio militar al campo de batalla. Algunos de ellos, de los que luego hablaremos, fueron enviados al frente de Madrid. Otros quintos del 35,como José Contioso Lineros, Castilla, Pollito y Giordano Contioso, a los frentes del norte. Francisco Lorca Gutiérrez, a Zaragoza; José Blas Santos a los frentes de Córdoba y Jaén, en localidades como Peñarroya, Pozoblanco y Úbeda. José Arenas Malavé estuvo en Granada y de allí pasó a Burgos, y recordaba cómo solía ver a Franco y su familia.

 

La quinta del 36, con Gregorio Castilla González, Manuel Arrayás Rabadán, Manuel Bermejo Vélez, Manuel Castilla y José Díaz Mora, al frente de Córdoba. Otros a Madrid, como Juan Parreño Pérez. Varios miembros de la quinta del 37 estuvieron en la batalla de Belchite y más tarde en Teruel. José de Jesús Fernández Domínguez participó en la batalla del Ebro; Manuel Castilla Alcuña fue enviado al frente de Córdoba, Antonio Rosa Llanes a Toledo. Varios valverdeños de la quinta de 1938, como Diego Mora Membrillo, Manuel Cejudo Gutiérrez, Miguel Padilla Sánchez o Diego Mantero, fueron enviados a la Alpujarra granadina; algunos al frente de Peñarroya.

 


 


José Dolores Macías y Antonio Lazo. Madrid junio de 1939

 

Los quintos del 39, 40 y 41 fueron los últimos en incorporarse a la guerra, desde  mediados de 1938[12], como ya lo habían hecho antes en el bando republicano[13], dando origen a la llamada quinta del biberón en las filas republicanas, y conocida en Valverde como de los pantalones cortos. Varios quintos del 39 y del 40, como Luis Macías Cejudo o Manuel Rodríguez Varón, estuvieron en el frente del Ebro, en Cataluña,y terminaron en Alicante; otros, como Manuel Bernal Arroyo, José Alcaría Corralejo o Demófilo Castilla Vizcaíno fueron destinados al frente de Córdoba. Otros, como Andrés Ramírez Ramírez, de la quinta de 1939, al frente de Jaén. Una parte de la quinta valverdeña del 41 acabó en la batalla del Ebro, otra parte en Bilbao, y muchos en la Ciudad Universitaria de Madrid.

 

Los reservistas tuvieron algo más de suerte, ya que solo fueron movilizados los de la última mitad del año respectivo. Los reservistas de las quintas del 28, 29 y 30 acabaron en frentes secundarios como Extremadura; José Sánchez Corralejo, de la quinta del 28, en Écija; Augusto Martínez Perea, de la quinta del 29, en Sevilla. Mientras, los del 31 y 32 tuvieron suerte dispar: varios quintos del 32, como Daniel Pedrada Cejudo, son enviados a Cádiz y más tarde a Castellón; José Castilla González acabó en sanidad en Sevilla, dentro del departamento de infantería, y Manuel Calero Sánchez, en la batalla del Ebro. Juan Alcaría Corralejo, quinto del 33,  estuvo en la batalla de Teruel, donde fue herido en una pierna.

 

       
      

José Sánchez Corralejo                    




 Daniel Pedrada  Cejudo

 

No faltan tampoco militares profesionales, como el entonces capitán de infantería Andrés Nieto Mariano, antiguo teniente con Millán Astray y, más tarde, gobernador militar de Huelva en la década de 1950, destinado en la Ciudad Universitaria y más tarde en Badajoz y Toledo, acompañado de su célebre asistente, Diego Cejudo Asuero, “Reverte” y su anecdotario interminable; o José Morales de León, quien abandonó la jefatura de la zona de reclutamiento y se incorporó a la guerra como capitán. Fue clave en la selección de los entonces llamados “enchufados” de la Inval S.A., de la que era socio, y se llevo con él al frente a algunos mecánicos expertos de la localidad, como José María Arroyo Quiñones.

 

 


 
  

Capitán Nieto Mariano         




D. Manuel Viso Toscano

 

 

No faltaron los alistamientos voluntarios de milicianos de primera línea de FET y de las JONS. El maestro Manuel Viso Toscano, quien había obtenido  destino en Valverde en 1924, se reintegró al ejército nacional en el regimiento de infantería Granada nº 6, como alférez de complemento[14], engrosó las milicias de Falange, ascendió a teniente y, a fines de 1938, permanecía herido en el hospital de Tolosa[15]. Fue uno de los seis maestros fundadores del Grupo Escolar y quizá su alistamiento trató de borrar el expediente que se le abrió por supuestas acusaciones de tendencias políticas de izquierda y pertenencia a sindicato de enseñanza, por las que nunca fue sancionado[16]. También, Manuel Arrayás Rabadán abandonó la docencia y se marchó al frente de Córdoba como  miembro de primera línea de Falange con la segunda bandera de Huelva, los llamados Pinzones, y murió en combate en Los Blázquez (Córdoba). Eliseo Caballero Santos, quien fuera habilitado de clases pasivas, pasó voluntario de Tetuán a la península e ingresó como administrativo en el Estado Mayor. Al parecer, otros como los hermanos Ricardo e Ildefonso Castilla Jiménez, se fueron como voluntarios a Larache, por recomendación hecha a su padre Manuel Castilla Hidalgo, ya que “algo gordo iba a pasar[17].

 

La práctica secular de las sustituciones a cambio de dinero quedó limitada desde principios del siglo XX por los llamados soldados de cuota[18].  Dicen los viejos del lugar que nadie se libró “de cuota” en Valverde. Si bien es cierto que varios quintos estaban pagando la cuota para limitar su servicio de armas, fueron movilizados nada más empezar la guerra. Junto a ello, hubo las típicas recomendaciones para que los hijos de las familias más poderosas empezaran su carrera de alféreces o tenientes y, si era posible, lejos del frente de guerra.

 

Solo se libraron algunos operarios del ferrocarril y trabajadores de sus talleres, gracias a su valor estratégico. Un ejemplo sobrecogedor fue el de Antonio Rite Ramírez, calderero-ajustador de los talleres valverdeños quien, tras ser reclamado, volvió del frente para ser después encarcelado y ajusticiado en la puerta del cementerio del Pozuelo, el 27 de agosto de 1937, junto a otros seis paisanos, lo que provocó el intento de suicidio de su madre y un caso más entre los llamados lutos del comandante.

 

También es conocido que, a lo largo de la geografía nacional, cientos de hombres buscaron recomendaciones en la retaguardia para no ser movilizados. En Valverde, algunos se libraron parcialmente de la guerra al ser reclamados desde una empresa, la Inval S.A., que monopolizó el abastecimiento de botas a los soldados del bando nacional. Algunos tuvieron la suerte de no ser ni siquiera movilizados, gracias a la mano del coronel Morales, uno de sus socios fundadores; otros fueron reclamados y desde el campo de batalla volvieron a Valverde para fabricar calzado militar en dicha fábrica[19]. También los hubo que pasaron buena parte de la guerra en Valverde, gracias a una herida afortunada y algo de presión en los despachos.

 

Otros no abandonaron la retaguardia, como Francisco Becerro Ramírez, a quien  la guerra cogió en Sevilla, en el cuartel de la Puerta de la Carne, haciendo el servicio militar como soldado de cuota, y allí pasó el resto del conflicto bélico.

 

Otro tipo de exenciones estaban más justificadas: la de uno de cada tres hermanos en filas, según establecía la orden de 20 de febrero de 1937 (B.O., 125), aunque si había cuartos y quintos hermanos, de todos ellos solo se libraría uno, el que dispusiera el padre[20]. Un buen ejemplo lo encontramos en la familia Ramos Cejudo, que se componía de 7 hermanos, 4 varones y 3 hembras. Por ello el padre, Juan José Ramos Vizcaíno, capataz de mantenimiento de la línea férrea en el tramo de Venta Eligio a Pallares, mandó a la guerra a Ildefonso, a Manuel y al más pequeño, Juan, y libró al mayor de sus hijos, José Ramos Cejudo, guardagujas de Venta Eligio, que estaba a punto de casarse. También se libró Gregorio Palanco Vélez, quinto del 38, ya que fueron movilizados sus hermanos mayores, Manuel y José. De los hermanos Romero Santos fueron a la guerra los dos mayores, José Antonio y Francisco, y se libró el menor, Manuel. De los cuatro hermanos Fernández Domínguez, huérfanos de padre, solo se libró el mayor, Nicolás, no así Ramón, Manuel y José Jesús. De los hermanos Tocino Castilla fueron a la guerra los mayores, José Antonio y Ángel, y se libró el menor, Juan.

 

 



Ildefonso Ramos

 

No se libraron los padres de familia ni los hijos de viudas. Rafael Borrero Gómez, quinto del 30, tuvo que irse a la guerra y dos días después nació su hija mayor, Mari, por lo que madre e hija tuvieron que ser recogidas por sus tías. José Sánchez Corralejo, de la quinta del 28, estaba casado y ya tenía 3 hijos en el mundo, Polonia, Juan y José, cuando fue destinado a Écija. La familia, que vivía en El Guijo, tuvo que vender las bestias y el ganado cabrío, y ello fue el origen de la ruina familiar. José solo estuvo 8 meses. “Yo no tenía que haber ido a la guerra. De allí nos vino la ruina”, contaba con amargura. José Rosa Cejudo fue alistado a pesar de su sordera y sirvió como conductor en Peñarroya.

 

Algunos miembros de familias potentadas fueron a la guerra con sus propios asistentes. José Mª Gómez Sánchez,  de la quinta del 40, con apenas 18 años, fue a la guerra como asistente de Jorge Zarza Fleming, quinto del 38, hijo de Juan Zarza, uno de los mayores capitales locales. Jorge tuvo que abandonar sus estudios en la Universidad de Deusto, pero al menos entró  como alférez y acabó como capitán. Fue destinado en Peñarroya-Pueblo Nuevo, donde recibió un tiro en la rodilla derecha, que obligó a su asistente a evacuarlo del combate a hombros durante una distancia de 7 km.

 

 



[1] Vid. ESPINOSA MAESTRE, F.: La Guerra Civil en Huelva. Diputación, 1996. ESPINOSA MAESTRE, F.: La justicia de Queipo: violencia selectiva y terror fascista en la II División en 1936. Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba, Málaga y Badajoz. Barcelona. Crítica, 2006.  FERIA VAZQUEZ, P.J.: “La guerrilla antifranquista en la provincia de Huelva. Fuentes y estado de la cuestión”, en Congreso La Guerra Civil Española 1936-1939. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (edición electrónica), 2006. FERIA VÁZQUEZ, P.J.: “Rompiendo el silencio. Memoria de la guerrilla antifranquista de Huelva (1936-1949). AH- Andalucía en la historia, 2009, nº 24, abril-junio.  pp. 62-67. REYES SANTANA. M. y PAZ SÁNCHEZ, J. J.: La represión del Magisterio republicano en la provincia de Huelva. Diputación provincial, 2009. VV.AA. Memoria Viva. Valverde del Camino (Huelva). 1936-1939. Comisión ciudadana pro recuperación de la Memoria Histórica de Valverde.
 
[2] Tristemente, Florencio nos dejó el pasado 29 de diciembre de 2015, después de una vida larga y plena.  Sirva este texto de modesto homenaje para él y para el resto de aquellos muchachos, nuestros abuelos, que sufrieron los rigores de aquella cruenta guerra.   
[3] MATTHEWS, J.: Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la guerra civil, 1936-1939. Madrid: Alianza Editorial, 2013.
[4] Víd. CORRAL, P.: Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar. Random House Mondadori, 2006. p. 95
[5] CORRAL, P. op.cit., 2007, p. 96.
[6] El Luchador: diario republicano. 26 de julio de  1937, p. 1. “Comentario del día. Carne de Cañón”.
[7] CORRAL. P., op. cit., Cap. 31, pp. 166-169.
[8] Podemos rastrear la recluta a través de la prensa. ODIEL. 13/11/1936. “Incorporación  a filas de los individuos que cumplieron la edad en el segundo semestre”. El defensor de Córdoba: diario católico. 5 de marzo de 1937. ODIEL. 1/0571937. “Despedida  a los reclutas del 37”.ODIEL. 20/05/1937, “Incorporación a filas. Reemplazo de 1938”. ODIEL. Sábado 22 de mayo de 1937. “Incorporación a filas”.
[9] ODIEL. 1 de mayo de 1937. “Nerva. Despedida a los reclutas del 37”.
[10] ODIEL. Jueves, 22 de julio de 1937. Alistamiento del reemplazo de 1939.  Noticiero de Soria. 1937 julio 29, p. 3. El avisador numantino, 28 de julio de 1937, “Se van los quintos”.
[11] La prensa. Sta. Cruz de Tenerife. Viernes, 17 de septiembre de 1937, p. 4. “Llamamiento de la quinta de 1929”.
[12] Labor. 1938 diciembre 8, p. 6. “Versos dedicados a los jóvenes…”.
[13] El defensor de Córdoba. 25 de marzo de 1938, p. 2 “Chiquillos”.
[14] BOE. Burgos, 17 de noviembre de 1937, p. 4384.
[15] BOE. 26 de diciembre de 1938, p. 3150.
[16] REYES SANTANA M. y PAZ SÁNCHEZ, J.J. op. cit, p. 594.
[17] La recomendación procedió, al parecer, de Ricardo Olivós.
[18] Desde el Reglamento de 19 de enero de 1912 y la Ley de Bases del Servicio Militar, se creó la figura del "soldado de cuota". Ya no se eximía de la mili, pero los beneficiarios reducían el tiempo, podían elegir la unidad militar y se libraban de muchas obligaciones cuarteleras. La cuota a pagar variaba entre 1.500 y 5.000 pesetas, y el vestuario y el equipo corrían a su cargo. El "soldado de cuota" se mantuvo hasta la ley de Reclutamiento del año 1940.Víd.GARCIAMORENO, J.F.: “El Servicio militar en España (1913-1935). Colección Adalid. Madrid, 1988. PUELL DE LAVILLA, F.: “El Soldado desconocido: De la leva a la mili”. B. Nueva. Madrid, 1996.
[19] Juan Cejudo Santos nació en 1915, e hizo la mili como secretario del coronel Morales, y al terminar el servicio trabajó como oficinista en la Inval. Su hermano Manuel, nacido en 1917, recibió un trato similar.
[20] El Día de Palencia. 19 de noviembre de 1938, p.1. “Gobierno militar. Reclutamiento”.

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