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martes, 15 de septiembre de 2015

LA CUESTION CATALANISTA EN LA PRENSA DEL SIGLO XIX (I)


Notas sobre el nacimiento del regionalismo decimonónico (I). Los inicios del catalanismo (1859-1873): en torno al concepto de patria y la cuestión nacional

Juan Carlos Sánchez Corralejo
facanias, pp.  16-22


El regionalismo, señores, no es, ni ha sido jamás el separatismo, pues precisamente la historia demuestra lo contrario de lo que suponen los enemigos de las regiones. Justamente en los tiempos de centralización más absoluta es cuando la patria se ha visto entonces más triste y la integridad del territorio ha estado más amenazada; después que el espíritu regional desapareció momentáneamente bajo la cuchilla de los monarcas de la casa de Austria; cuando la autonomía de Castilla queda deshecha en Villalar, la de Valencia amenguase con las Germanías y la de Aragón cae con la cabeza de Lanuza, es cuando empieza la larga cadena de desventuras para España (Vicente Blasco Ibáñez, Juegos Florales de Valencia de 1891).

Introducción

Al siglo XIX, y en concreto al impacto romántico ochocentista, se deben los valores fundacionales de la moderna conciencia nacional. En  Cataluña tomó el  nombre de Renaixença   (renacimiento). Según Jordi Casassas, la clave de estos renacimientos –el catalanismo no fue ni mucho menos el único- era la necesidad de actualizar el discurso nacional y evitar la etiqueta de tradicionalismo. Este autor distingue un romanticismo castellano, de menor calado, de inspiración francesa, y un romanticismo catalanista, de inspiración germánica y en menor medida escocesa, que busca ahondar en el espíritu nacional –en la misma línea que el volksgeist de Herder, esto es, la búsqueda de los rasgos definitorios de cada pueblo o nación.  A menudo el habla del pueblo es el elemento diferenciador capaz de dar esencia al alma y a la cultura personal. Pero también hay otros elementos: el seny o sentido común catalán, parte esencial de ese espíritu nacional, se basaría en el pactismo político y el emprendimiento económico. 

El Ochocientos prolongó el distanciamiento entre Cataluña y España, pero sobre todo concretó la resistencia común contra el centralismo. La Renaixença tuvo una triple vertiente: literaria, histórica y económica. A veces se afirma que solo fue un movimiento cultural en los territorios de habla catalana, que llegó a su esplendor en la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre surgió de la voluntad de hacer renacer el catalán como lengua literaria y transmisora de una  cultura propia, y superar los siglos de diglosia[1] respecto al castellano, periodo que los integrantes del movimiento llaman Decadència. En el aspecto histórico, el argumento clave era la singularidad del Reino de Aragón frente al de Castilla. La Renaixença nació, pues, con el objetivo de lograr la superación de un largo proceso de decadencia; entonces se hablaba de «muerte nacional de Cataluña», que se remontaba al período bajomedieval y frente a la cual solo cabía  renacer[2]. Había que poner fin al aniquilamiento de Cataluña por parte de Castilla en los terrenos político, cultural, literario y económico.

Nosotros hemos pretendido un acercamiento a esta realidad desde la prensa de la época, a fin de mostrar las aristas de una realidad que parece la historia de nunca acabar.   

Los juegos florales decimonónicos

En tal proceso jugaron un papel evidente la recuperación de la historia regional-nacional y el reforzamiento de la lengua o las hablas propias, uno de cuyos vehículos de difusión -no el único- fueron los juegos florales decimonónicos.
Sobre su origen, se suele hablar del impulso del Romanticismo, de la recuperación de los juegos provenzales medievales de la vecina Francia (aquellos que tuvieron como centro Tolosa desde el siglo XIV y que sirvieron de modelo a los establecidos en Barcelona por el rey Juan I de Aragón, persuadido por el marqués de Villena, y que fueron refundados en Avignon desde 1806), y de la acción de instituciones culturales burguesas como los liceos, ateneos y mecenas particulares[3].

Los juegos florales tuvieron un enorme poder de convocatoria y su desarrollo llenaba las páginas de los periódicos. El evento se componía de varios elementos recurrentes: los salones  de un ayuntamiento o teatro, una corte de bellas mujeres representantes de la belleza     -mujeres limitadas a simples soportes de beldad e inspiración de poeta, glosadas por mantenedores de todas las ideologías, conservadoras y progresistas, sin apenas distingos, como comenta sutilmente Francisca Soria-, y una asociación burguesa deseosa de emular un festejo capitalino que pretendía ser sinónimo de distinción y cultura. El acto consistía en el elogio de la reina, la entrega de premios (flores y medallas), la lectura de las poesías premiadas, el discurso del presidente de la fiesta, al que seguían las palabras de respuesta del  mantenedor, y el respeto, en lo poético, a los tres temas clásicos: Patria, Fides, Amor[4], que apenas sufrirán variantes.

Junto a esos estándares, que representan sin duda la epidermis, los juegos fueron instrumentalizados desde posturas ideológicas antagónicas: en la década de 1860, las tribunas de estas justas vieron las polémicas entre liberales y moderados; más tarde entre unitarios y  nacionalistas, y una vez que los elementos nacionalistas se convirtieron en portavoces las regiones periféricas, entre sus elementos conservadores y progresistas. Las personalidades más notables del país —F. Soria cita a Balaguer, Pi y Margall, Unamuno, Pardo Bazán, Guimerá, Canalejas, Menéndez Pelayo, Costa, aunque la lista podría ser casi infinita— no vacilaron en defender sus posturas literarias e ideológicas en los estrados de los juegos florales[5]. Otro tanto podríamos decir de José Zorrilla, Pedro Antonio de Alarcón, Manuel Fernández Caballero, Pascual Madoz, Tubino, Sabino Arana… Fueron, por tanto, un espectáculo de enorme dimensión. 

Los juegos florales han sido mucho más que una fiesta poética. Fueron un vehículo de primera magnitud en el renacer del catalanismo decimonónico y de otros movimientos regionalistas nacionales –como el galleguismo o el valencianismo-,  nacidos a partir del orgullo de pertenencia a una lengua y a una cultura distintivas.

A veces, con la apariencia de asistemáticos  -a menudo parecen sujetos a las veleidades políticas, sobre todo en cuanto al nombramiento de presidentes y mantenedores-, mantuvieron una línea si no unidireccional, sí perfectamente marcada por las ideologías dominantes, en aras a servir de elemento transmisor de un credo o ideario buscado. De esta manera, los juegos florales dieron lugar a una suerte de poesía domesticada por la fuerza del credo interior o de la doctrina dominante. Dentro de su desarrollo, la convocatoria épico-histórica se limita, a menudo, a una reseña edulcorada de la historia religiosa, militar o civil de la patria más cercana o patria chica. Los onubenses, durante años, a Colón y a la gesta americanista; los portugueses, desde la década de 1870, gustaron de glosar a Vasco de Gama[6]. En Sevilla, a Murillo y la Inmaculada Concepción.

Tanto en los juegos florales como en otros ámbitos de la España de la segunda mitad del XIX, fue tema recurrente el de la patria. El enfoque del concepto cambiaba naturalmente si se abordaba desde una órbita nacionalista periférica, que resaltaba las diferencias identitarias masacradas por el centralismo unificador, o bien desde un enfoque de nacionalismo español, a menudo asociado al conservadurismo de la España Isabelina y más tarde de la Restauración.  No sabemos si el tema de la patria atraía más a las comisiones organizadoras o a los concursantes de los juegos florales[7]. La patria era una o múltiple. En función de esas interpretaciones, se pasaba a unos determinados usos propagandísticos que derivaron en una suerte de patriotismo excluyente. 

Los juegos florales y la concienciación nacionalista periférica

Los Jocs Florals fueron uno de los elementos claves de transmisión de la Renaixença catalana. Pero los juegos no fueron un hecho exclusivo de Cataluña: las grandes ciudades españolas gozaron de ellos desde mediados del XIX. En las regiones con lengua propia, sirvieron de estímulo para la toma de conciencia nacional, a través del vínculo cultural, como elemento indispensable y previo al salto a la palestra de los nacionalismos políticos.  

En los juegos florales, la literatura se hace nación, parafraseando el título del libro colectivo del que es editor Leonardo Romero[8]. Los ayuntamientos de Barcelona y Valencia los celebraban con intensidad[9]. Los juegos de Barcelona, reiniciados desde el primer domingo de mayo de  1859, veinticinco años después de la publicación de la Oda á la patria de Aribau[10],  volvieron a instaurarse, gracias a las iniciativas de Antoni Bofarull y de Víctor Balaguer[11].   Fueron no solo una exaltación literaria y de revitalización de la lengua propia, sino también un encuentro de afirmación de un nacionalismo aún poco definido. Rosa Cabré, profesora de filología catalana de la Universidad de Barcelona, distingue entre los trovadores conservadores, admiradores de una Cataluña  medieval, cristiana y tradicional, y los trovadores progresistas, estos últimos defensores de la libertad democrática frente a los monarcas invasores. Más tarde,  llegaría la reivindicación de una patria moderna, sustentada en un federalismo aún poco definido, pero apoyada en “amargos reproches contra Castilla y su centralismo”.[12]

En 1860 resultó premiado el poema “Los catalanes en África”. Su autor era Víctor Balaguer[13], hombre polifacético que resume la trinidad decimonónica de periodista, literato y político, de ideología liberal, una de las figuras principales de la Renaixença, autodenominado El trovador de Montserrat, propagador decidido de los Juegos Florales, no sólo en Cataluña, sino fuera de ella[14]. En 1861 Antonio de Bofarull se aplicaba, a través de la prensa, en acotar  la importancia de la lengua catalana y la defensa del genio de los poetas catalanes de todos los tiempos, pasados y presentes[15], al tiempo que se repartía los premios de los juegos florales con Balaguer[16]-
En la década de 1860, el Ateneo Catalán seguía buscando profundizar en la esencia de las peculiaridades históricas de Barcelona, pero sobre todo en extender el catalán a las masas populares. Sus juegos florales se celebraban el primer domingo de mayo. En 1868, El Ateneo catalán ha ofrecido para los juegos florales del presente año adjudicar un premio de una medalla de oro a la mejor Historia del sitio de Gerona en 1809, escrita en castizo idioma catalán, con abundancia de notas, y propia para circular provechosamente en manos de las clases  populares y el accésit de una medalla de plata por el mismo tema”[17]. La ganó Víctor Gebhardt, y la de plata Joaquín Riera[18]. Desde Madrid se replicaba con argumentos maximalistas a la iniciativa recuperadora: Lo mejor sería que se tuviera en cuenta que la unidad española exige la unidad de lenguaje, y esta no adelantará mucho con semejantes premios.[19]

En 1861 los juegos florales de Cataluña recibieron 163 composiciones[20], que suben a 350 en el año 1868[21], muchas sin duda, aunque menos de las 820 de los juegos de Tolosa del año 1866. 

Cada año, el 3 de mayo, el Salón del Ciento del ayuntamiento barcelonés albergaba la solemne adjudicación de los juegos florales, bajo la presidencia de alguna autoridad civil o militar de relevancia. Víctor Balaguer, relacionaba el salón de ciento con una Barcelona abanderada de la libertad en la Europa medieval, y consideraba los juegos catalanes renacidos como los genuinos defensores de una patria en libertad, la misma defendida por los caballeros y trovadores, frente a la idea de tiranía y de vejación[22]. Este bello espacio de arquitectura civil, construido por el maestro Pere Llobet hacia 1375, acogía a  los representantes populares de la capital catalana. Allí se procedía al reparto de los premios. El primero era un premio de honor y cortesía, la  flor natural, concedida a la mejor poesía; un primer premio, la englantina de oro[23], que galardonaba la mejor composición poética de tema patriótico y hechos históricos o tradicionales de Cataluña;  un segundo premio, la violeta de oro y plata, cada uno de ellos con varios accésits. No faltaron los premios extraordinarios: el Arpa de Corcho, concedido por el Círculo de Llagostera ; la medalla de oro concedida por el Ateneo Catalán; o el  Arpa de plata, regalada por el Ateneo catalán de la clase obrera, que ese año de 1863 recayó en una glosa a la memoria de  Buenaventura Carlos Aribau[24] , el estandarte del primer catalanismo, fallecido unos meses antes, en septiembre de 1862.

ARIBAU fue siempre catalán, suya era su habla, suyas sus costumbres. […]¡Ah! si ARIBAU hubiera podido prever de qué manera sus amigos, sus paisanos, hombres ricos y pobres, sabios é ignorantes, y hasta la hermosura, tomaban ayer como expresión de su sentimiento la corona de que se le ceñía, ¡cuánta alegría hubiera inundado su corazón! ¡Cuán dulcemente hubiera corrido el llanto por sus agostadas mejillas! Más grato hubiera sido para él el ciprés laureado que en justa literaria lo dedicaban hombres conocedores, que rica corona Ducal, ó altas distinciones nobiliarias que no siempre obtienen, ni los más probos, ni los más dignos.[25]

    
          Salón de Ciento. Casa de la Ciudad de Barcelona                                 

 


 Antonio de Bofarull

La lengua como arma política

El regionalismo se hizo omnipresente en la oratoria y en la literatura floralista[26]. Los catalanes  glosaron su pasado glorioso y sus tradiciones folclóricas. La englantina de oro de Barcelona premió las gestas poemadas de su historia y de sus gentes: “Los catalanes en África” (1860), una escena que vincula el esfuerzo catalán en el reforzamiento del imperio español en África, antes de que se impusieran otros temas más específicamente regionales: los Condes de Urgell, tema repetido en varias ocasiones; la conquista de Mallorca (1878); Ferrán V (1885); la Sardana (1894) o la Tramontana (1897); los segadores (1898)... Se cantaba a una Cataluña lejana, ideal, destruida por Felipe V, el aniquilador de sus fueros a través de los Decretos de Nueva Planta.

En 1866, el editor Luis Carreras pedía para los juegos de Barcelona el papel de modernizar la lengua madre: Los juegos florales de Barcelona son los que han de hacer en Cataluña este progreso(…). Créannos los escritores catalanes, en vez de reducirse á pedir meros  romances y alegorías, pidan poemitas, premien cuadros del corazón, den temas donde pueda brillar una imaginación distinguida. La historia catalana tiene épocas; ¿por qué no han de pedirse cantos filosóficos sobre ella? ¿Por qué no ha de proponerse el estudio político, filosófico, económico y literario de períodos determinados? ¿De qué sirven á la historia y la literatura relaciones de leyendas históricas fabulosas ó dudosas ?[27]

Sí, los juegos sirvieron para la restauración de la literatura catalana. En ellos jugaron un  papel esencial poetas y dramaturgos catalanes como Carlos Aribau, Manuel Milá y Fontanals, Rubió i Ors, Aguiló  Bofarull, Balaguer, Pons, Quintaña, Vidal y Valenciano, Colt, y otros muchos. Y ese fue el principio del debate sobre el regionalismo catalán: el corresponsal de El Tiempo,  recogido a través de las páginas de La Correspodencia de España –considerado adalid de diario nacional  independiente de los partidos políticos, alejado del doctrinarismo-, ya pedía reformas “que, sin contradecir en lo más mínimo el principio sagrado de la unidad nacional, satisficieran legítimas aspiraciones del provincialismo catalán”[28], además de una valoración más justa de las letras en lengua catalana.[29]
La historia, la poesía y el catalanismo literario se dan la mano. Pero los matices se multiplican entre la ortodoxia más absoluta y algunos heterodoxos como Serafín Pitarra  -Frederic Soler era su verdadero nombre-, convertido en el padre del teatro en catalán. Si Balaguer glosó la presencia catalana en la batalla de Tetuán[30], en la Pau d'Espanya (1860), Soler ironiza sobre la campaña del General Prim en África. Amigo de juventud de Valentí Almirall, reivindicó un teatro popular  pero  escrito "con el catalán que ahora se habla", frente a la lengua culta y arcaica de los Juegos Florales, aunque más tarde él mismo ganó en tres ocasiones los Juegos Florales y en 1875 fue investido maestro en gay saber. 

La historiografía catalanista

De 1860 a 1864, Víctor Balaguer entregaba los cinco volúmenes de la Historia de Cataluña y de la  Corona de Aragón, editada por Salvador Manero. Su éxito fie inmediato: Jerónimo Borao, a través de las páginas de La América, hacía una alabanza de esta  obra. La sitúa muy por encima de los escritos de Lafuente y de  los Anales de Zurita o de  Feliu de la Peña. Gracias a su éxito fue necesaria una segunda edición en 1885 en una Historia de Cataluña[31]. Sin embargo, hoy se considera que fue tan  popular como acrítica; una obra al servicio de un romanticismo nacionalista que buscaba mitificar el propio pasado; aunque, con todas las objeciones que se le puedan poner, había elementos sólidos y difíciles de rebatir en ella: la existencia de un pasado peninsular plural, el ejemplo de un modelo confederal de la Corona de Aragón y la exaltación del antiguo constitucionalismo catalán, que el catalanismo utilizará como parte troncal de su argumentario en su futura batalla política.


             
Víctor Balaguer                       




  
















                                                            Jerónimo Borao           


 


 Manuel Durán y Bas

Víctor Balaguer hizo una ímproba labor de difusión de la singularidad de una lengua propia y de la fortaleza de sus integrantes desde la época medieval: se esforzó en sacar del ostracismo a los poetas catalanes históricos[32], los poetas de la escuela valenciana y los grandes oradores catalanes que mantuvieron viva la llama de la lengua materna desde el siglo XV hasta el XVIII:

San Vicente Ferrer, cuya elocuencia, que era asombro de las gentes, tanto influyó en el famoso Parlamento de Caspe; Guillermo de Vallseca, jurista eminente y otro de los compromisarios de Caspe; Cristóbal de Gualbes, panegirista del príncipe de Viana y celoso defensor de la soberanía nacional en tiempo de las turbaciones de Cataluña; Jaime de Cardona, orador preclaro, que fue obispo de Urgel y cardenal; Francisco Martí y Viladamor, uno de los  cabezas y directores del movimiento del Principado contra Felipe IV, representante de Cataluña por los años de 1.646 en las conferencias de Münster; Pablo Claris, el gran tribuno popular del siglo XVII, aquel que con su voz levantó en armas á Catalana; Gaspar Sala y Berart, autor de aquella famosa «Proclamación católica» que fue el gran memorial de agravios contra el gobierno de Felipe IV, enarbolado como bandera por el senado barcelonés; y Juan Pedro Fontanella y Juan Pablo Xammar", varones superiores y jurisconsultos célebres, á quienes los acontecimientos políticos lanzaron á opuestos bandos, pero para ser entrambos timbre y gloria de la patria. [33]

También los historiadores de lo propio tuvieron su peso: Balaguer recuerda a los siguientes:

(…) en el siglo XV por Pedro Tomich, Gabriel Turell y Jerónimo Pau  en el siglo XVI por Pedro Miguel Carbonell, Pedro Antonio Beuter, Dionisio Jorba,  Icar y Calza; en el siglo XVII por los ya citados Viladamor y Sala, y por Jerónimo Pajades, el autor de la «Crónica de Cataluña,» de todas la más popular y conocida; Diego de Monfar y Sors, que con esmerada crítica escribió  la «Historia de los condes de Urgel» Andrés Bosch, que con sus «Títulos de honor de Cataluña, Rosellón y Cerdaña» nos ha dejado un libro de estudio y de consulta; Esteban Gabriel Bruniquer, cuya Rubrica se conserva todavía inédita en el archivo de las Casas Consistoriales de Barcelona; Esteban Corbera, Gaspar Roig y Jalpi, Manuel Marsillo, Juan Dameto, José Blanch, Jaime Ramón Víla, y otros muchos, sin que nos sea posible dar al olvido aquel Francisco de Moneada, que escribiendo en castellano la «Expedición de catalanes y aragoneses á Oriente,» dio blasón de gloria á Cataluña y timbre de honor á España[34]. Y algunos poetas de talla mediana como  Pedro Serafí,  Juan Pujol, Vicente García y José Fontanellas y Martell.

Se ha dicho que muchas de sus obras incluían notorias inexactitudes, plagios e invenciones, y que Marcelino Menéndez Pelayo consideró esas narraciones "las más ingenuas y pintorescas de la Edad Media", pero esa realidad esa afirmación puede ser  extensible a buena parte del resto de la historiografía nacional. En palabras de Jerónimo Borao, Balaguer poseía “dos eminentes condiciones: un talento generalizador claro y una laboriosidad llevada casi hasta el imposible”.



[1] En una situación de diglosia, las lenguas que conviven en una misma zona geográfica no tienen el mismo prestigio social.
[2] Vid. CASASSAS, J. (2006): “La domesticación novecentista de la Renaixença. Un problema de cultura política”. Mélanges de la Casa de Velázquez, 2006, 36.
[3] Sobre su origen y desarrollo histórico es interesante, sencillo y clarificador,  el articulo “Los juegos florales”. Clemencia Isaura, en Álbum de señoritas y Correo de la moda. 24/11/1853,  pp. 1-2.
[4] En Barcelona el lema «Patria, Fides, Amor», dio lugar a los tres premios ordinarios: la Flor Natural o premio de honor, a la mejor poesía amorosa; que era una vigandia caracassana, que crecía en Monserrat, cerca de la ermita de San Juan; la Englantina de oro a la mejor poesía patriótica, y la Viola d'or i argent al mejor poema religioso. El ganador de tres premios ordinarios era investido con el título de Mestre en Gai Saber.
[5] Vid. SORIA ANDREU, Francisca (2002): “Tópicos y temas floralistas “,  en José Carlos MAINER, y José Mª ENGITA (eds.), Entre dos siglos, literatura y aragonesismo,  Zaragoza, IFC,  pp. 74-75.
[6] El Imparcial. Madrid.  8/5/1871, p. 3.
[7] Juegos florales de Pontevedra de 1861 (La España. 22/8/1861, p. 4.). Poema la patria del señor cano y Barrera.  La Flor natural de Barcelona de 1863 recayó en Los aires de la patria, de Dámaso Calvet (La España 9/5/1863, p. 4.)
[8] ROMERO TOBAR; Leonardo (ed.): Literatura y nación: la emergencia de las literaturas nacionales. Prensas universitarias de Zaragoza, 2008.
[9] La España. Madrid. 1848. 17/6/1859,   p.2.
[10] Plau-me encara parlar la llengua d'aquells savis / que ompliren l'univers de llurs costums i lleis." (Me complace hablar aún la lengua de aquellos sabios / que llenaron el universo de sus costumbres y leyes).
[11] Hubo un intento anterior en 1841 cuando el Liceo concede varios premios entre ellos el ramo de flores a la mejor composición improvisada, junto a otros de e música, pintura, escultura, arquitectura y  lecturas dramatizadas. Preveía celebrar fiestas florales cada seis meses. “Gran reforma Liceística”, en El Constitucional (Barcelona). 20/1/1841, p.1.
[12] CABRÉ, Rosa Op. Cit, p. 277.
[13] Víctor Balaguer Cirera (Barcelona, 11 de diciembre de 1824 - Madrid, 14 de enero de 1901), escritor, periodista y político español, una de las figuras principales de la Renaixença, conocido como el trovador de Montserrat
[14] La América. Madrid.  24/3/1860, p. 14. Pascual Madoz, vinculado a Barcelona años antes como gobernador  civil,  tuvo, al decir del periódico La América la patriótica idea, de costear una rica flor de oro para premiar en los próximos juegos florales de Barcelona, la mejor composición  dedicada á ensalzar la gloria conquistada por los voluntarios de Cataluña en la célebre batalla de Tetuán, quienes resultaron claves para la suerte de la batalla dirigida por O’Donnell.
[15] El Contemporáneo  Madrid. 27/3/1861, p. 4.
[16] La España. Madrid.  9/5/1861, p. 4.
[17] La Correspondencia de España. 10/2/1868, p. 2. La España  13/2/1868,  p. 3.
[18] La Nueva Iberia. 9/5/1868, p.3.
[19] El Imparcial
[20] La Correspondencia de España. 26/4/1861,  p.1.
[21] El Imparcial. Madrid. 18/4/1868, p.2.
[22] BALAGUER; 1880, 10. Recogido por  Pilar Vega Rodríguez, op. cit, pp. 555-556.
[23] La englantina o rosa silvestre
[24] El Contemporáneo. Madrid. 28/4/1863,  p.  4.
[25] La España. 13/5/1863, n.º 5.145, página 2.
[26] Referencia tomada de SORIA ANDREU, Francisca: “Tópicos y temas floralistas”, pp. 85-87.
[27] La América. Madrid. 12/9/1866, p. 8.
[28] Poco después el término  provincialismo  se convirtió en sinónimo de separatismo para los lideres y la opinión pública más conservadoras
[29] La Correspondencia de España. 11/5/1879,   p. 3.
[30] La batalla de Tetuán de 1860 formó  parte de la guerra hispano-marroquí de 1859-1860, entre Isabel II en España y Mohammed IV de Marruecos. La victoria  españolas, al mando de O'Donnell  puso  fin  a los ataques a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, así como la captura de Tetuán para la reina Isabel II.
[31] BORAO, Jerónimo. “Historia de Cataluña y del Reino de Aragón por D. Víctor Balaguer” En La América. 27/1/1865, pp-10-12.
[32] Alfonso V y sus corte de literatos. En La América. 13/6/1870, p.10-13.
[33] “Discurso acerca de la literatura catalana leído ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Excmo. señor don Víctor Balaguer el dia 10 de octubre de 1875”. La Iberia. 14/10/1875, p. 1.
[34] Ibídem., p. 1.

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