CARTAS
Y CRÓNICAS DESDE EL FRENTE Y LA RETAGUARDIA
LA GUERRA CIVIL VISTA DESDE VALVERDE DEL
CAMINO (XI).
DESPUES DE LA GUERRA
Juan Carlos Sánchez
Corralejo
La forzada vuelta a la normalidad: de las trincheras a las
banquillas
Los quintos y reservistas
reclutados para la guerra fueron obligados a
normalizar rápidamente sus vidas. Por un lado, deben tener suerte para volver a
sus trabajos anteriores; por otro siguen en situación activa.
Veamos algunos ejemplos: Juan Mora Márquez (1915-1994) volvió a casa
y estableció su residencia en la calle Sevilla, 11. Desde 1940 pasó su revista anual en el centro de
reclutamiento nº 10. Como el resto de soldados, se encontraba en situación de
disponible, asignado a una unidad militar concreta: desde 1941 pertenecía al
Regimiento de Infantería mixto nº 82, que desde 1944 tomó la denominación de
regimiento de Infantería Nuestra Señora de la Cabeza nº 58, y desde 1946 fue trasvasado
al regimiento de Infantería Granada 34, de la guarnición de Huelva, donde
acumuló un tiempo de servicio de 35 años, hasta que en 1982 ingresó en el
cuerpo de mutilados. Treinta años antes, en 1952, había obtenido la licencia absoluta, al
cumplir los 18 años de servicios y pasó a la reserva en la que permanece hasta 1982, esto es, 27 años y finalmente a situación
de retirado el 1 de enero de 1992, con 76 años de edad.
Juan Mora se dedico a la construcción. Era losetero[1]:
fabricaba losas y baldosas con cemento,
en la proveedora de Morián, en el Dolor, desde julio de 1947. Era un
trabajo duro, aunque se fue facilitando progresivamente, tras el paso
de la prensa manual a la hidráulica. Debía echar capas de arena con cemento mezclado en unos
moldes metálicos con distintas longitudes que disponían de figuras y dibujos a
los que se añadían los colores deseados; colores que fabricaba el propio Juan en unos depósitos situados al lado de la
prensa y que él añadía sobre los moldes donde estaba la mezcla. Además de esto,
Juan, en las pocas horas libres que tenía, trabajaba en su propia casa haciendo
umbrales de granito en su banco de trabajo con la ayuda de la máquina de amolar
y pulir. La empresa luego le retribuía su trabajo. [2]
Juan Mora Márquez.
Alfonso
Ruiza Malavé (1916-1951), quinto del 37, se
incorporó a la caldera de los hermanos Ildefonso y Juan Zarza. Félix Navarro y Antonio
Rosa Llanes ingresaron en la fábrica de harinas San Rafael; Ángel Tocino en la panadería del
economato, en el 107 de la calle Calvo Sotelo, frente al
antiguo matadero; y Manuel Fiscal Almeida en la oficina de aquel mismo viejo economato.
Francisco Domínguez -Paquito el de la Cooperativa-, a la
llamada Cooperativa Vieja, conocida de antiguo como La Prosperidad, sita en la
calle de Duque Chica.
Varios soldados acabaron en el
ayuntamiento. Emilio Guerra Librero-Arroyo (1920-2013), oficial del ayuntamiento, se convirtió en
secretario accidental y más tarde oficial mayor. Diego Mora Membrillo fue maestro de obras en el ayuntamiento y más tarde abrió empresa
constructora propia. Ramón Arroyo Arroyo, antiguo zapatero,
ingresó en el consistorio gracias a la
intersección de D. Manuel Medina, ya que
era primo de su esposa Dulce Nombre. Era el rentero
de Valverde que pasaba por las casas particulares con el cometido de pesar los
cochinos de la matanza familiar, base para el cálculo del arbitrio municipal
que existía por tal menester.
Cristóbal
Fernández Jiménez (1908-1991), con el hándicap del ojo perdido en Gandesa,
comenzó a trabajar en la agencia local de correos y se convirtió en Cristóbal, el cartero.[3]
Alfonso Ruiza Malavé.
Ramón
Arroyo Arroyo.
Manuel Cejudo Gutiérrez regentó la Barbería del Zumbi de la calle del Sol; Diego Mantero ejerció de panadero en el Cristóbal Fernández Jiménez (1908-1991), con el
hándicap del ojo perdido en Gandesa se convirtió en Cristóbal el cartero.[4]
Manuel Cejudo Gutiérrez regentó la Barberia del Zumbi de la calle del Sol; Diego Mantero ejerció de panadero en el Valle de la Fuente,
y Pedro Chacón de albañil.
La Sociedad Cooperativa la Unión, sita frente a la sacristía de la
Iglesia Parroquial, recibió a Alfonso
Ramos que se ocupaba del despacho de su economato y a Juan José Tocino Jiménez,
oficinista de la misma. Adulfo Márquez
se reincorporó como mancebo de farmacia de Manuel Hidalgo Vizcaíno. José Díaz Mora, “el Tarra”, era el
cajero de la oficina del Instituto Nacional de Previsión, tras la
apertura de la Agencia Comarcal de Valverde en octubre de 1944
–procedente de la Delegación Provincial
de Huelva, siendo jefe de la agencia Francisco Muñoz Baeza. De los hermanos Melo, Benito Gómez Santos fue zapatero y José
María , carpintero y churrero en la plaza
de abastos.
José Díaz Mora, el Tarra.
Calle
Calvo Sotelo, frente a la sacristía.
Pero entre los
desmovilizados dominaron los zapateros y
los carpinteros.
Al volver de la Guerra Civil, Miguel Padilla trabajó de pellejero y
curtidor de pieles con su padre, José
Padilla Zurita y en aquella vieja
tenería del Dolor, en el numero 103 de la calle Calvo Sotelo, su hijo
José Padilla Sánchez levanto un taller
de botas en el año 1943.[5]
La amistad de estos jóvenes, curtida precisamente en la Guerra Civil, allanó
algunos proyectos empresariales o alianzas laborales. Antonio Lazo Borrero (1913-2004) continuó la
labor de zapatería de su suegro, José Padilla Zurita y situó la banquilla
originaria en Rella Kaesmacher. Poco
después, José Dolores Macías, quien
se había formado como cortador con Juan Lorca en la calle Peñuelas, empezó a echar mediodías con Antonio Lazo y acabó
como patronista de aquella empresa que fue tomando forma hasta derivar en
Calzados Labor en los inicios de la década de 1960.
Mientras, Federico Arroyo
Arroyo, de la quinta de 1930, apenas
llegado de la guerra, en marzo de 1940, inició expediente de actividad
industrial de la fábrica de calzado en los Arrabales Chicos[6], origen de una de las sagas más prosperas de
la industria zapatera de los siglos XX y XXI. Giordano Contioso, “el Capullo” de la calle
Nueva terminó como zapatero en casa de Manuel Tirado Domínguez, en el Peñeo Escalón, frente a la ermita de la
Trinidad.
Gregorio
Castilla González se convirtió en contable de la fábrica de cortes aparados
de los hermanos Juan y Rodolfo Parreño Romero, del número 18 de la Calle Nueva. Eduardo Herrera Castaño sería zapatero de la Inval y finalmente
operario de los talleres del ferrocarril. Juan Antonio Cejudo Duque, Antoñé, continuó en su banquilla en
la calle San Isidoro.
Gregorio Boniquito Borrero, hijo de Manuel Boniquito Chaparro, el changuero, vuelto del frente de
Peñarroya se unió a su madre, Catalina Borrero Mora, en
la tienda de zapatos que la familia mantenía abierta en Cartaya, para dar
salida a sus producciones valverdeñas.
Los hermanos Fernández Domínguez,
Nicolás, Ramón, Manuel y José
de Jesús, continuaron con la
banquilla familiar, situada en el número 10 de la calle Nueva, que andando el
tiempo, por cambio de numeración, pasaría al actual 8 y que fue trasladada en
los años 40 al inmueble de enfrente, en el número 5 de la misma Calle Nueva.
Lázaro Lazo Borrero se incorporó a la
banquilla de su padre, Pedro Lazo Ramos, en General Sanjurjo, 35 -actualmente
La Calleja 41-, junto a sus hermanos Pedro y Antonio.
A la Culmen volvió Manuel Bermejo
Garrido, tras su breve estancia en Cádiz. Y Rodrigo Fernández Alcuña
(1910-1980), antiguo trabajador de la banquilla de Gregorio Rentero Limón desde 1923 a 1930, de la calle Trinidad 48,
se reincorporó en 1935, tras su servicio militar, a la fábrica de calzado de
Rafael Arroyo, pero al volver de la
guerra, concretamente en 1942, comenzó
a trabajar en la Culmen, dos años antes de contraer matrimonio.
Luis Caballero
Santos.
A la Inval llegaron
los oficinistas Juan Cejudo, Luis Caballero Santos (1915-1976) y el viajante
Gregorio Sánchez Hidalgo. También Eduardo Herrera Castaño, reconocido
futbolista de la Olímpica Valverdeña sería zapatero de la Inval y finalmente
operario de los talleres del ferrocarril. A la fábrica semi-mecanizada de Alejandro Calero Sánchez vuelven Rodrigo Fernández Alcuña
y Manuel Bermejo García, alias Domingo.
Vuelto de la guerra, José
Contioso Lineros trabajó
de contable en la fábrica de calzados de Andrés
Senra Huertas, en la calle Baldíos de
Niebla, nº 19, donde aún mantiene sus instalaciones, pero, además, vendía carbón,
junto a su esposa Dolores en el cabecillo Martin Sánchez. Nunca perdió su
vocación de docente y gustó de ayudar, siempre de
forma altruista, además de a sus hijas a algunos vecinos y conocidos, a
enderezar sus estudios, tanto de bachillerato como de magisterio.[7]
No faltaron los talabarteros:
José Arenas Malavé volvió a los
talleres de talabartería de los hermanos José María -donde manejaba el telar
sevillano-, y Manuel Borrero Bermejo, del nº 26 de la calleja de carpinteros.
El hijo de este último, Rafael Borrero
Gómez, quinto de 1930, igualmente vuelto de la guerra, amplió los salones de
talabartería de la Cruz de Calañas y poco después, padre e hijo partieron el
negocio. Pero a raíz de su matrimonio, acaecido en 1940, José Arenas, decidió abandonar la
talabartería y buscar mayor prosperidad económica, dedicándose a la elaboración
de albardones por su cuenta, y a la destilación de esencias en varias calderas
valverdeñas (Fuente del Berecillo, del Ladrón y en la de Triana), ya que la
talabartería era un trabajo duro y muy mal remunerado. Domingo Castilla
Carrero (1920-1983) era hijo de María Jesús Carrero Malavé,
conocida talabartera local, con quien aprendió el oficio
en el taller materno, sito en el Cantón (Camacho 58), y allí continuó las
labores de talabartería iniciadas por su madre en un telar de pared donde
realizaba cinchas, jáquimas, ataharres y cinchos de nazarenos.
Otros muchos eran carpinteros. Cándido Domínguez Lorca
volvió a la carpintería de su padre junto a su hermano Juan. Pero, ya antes, en
los tres últimos años de servicio militar alternó parte de la semana en la
carpintería de los Trascorrales y parte en el cuartel del Puerto Pesquero de la
capital onubense. José Dolores Fernández
Alcuña volvió a la carpintería de Miguel Carrillo Becerro en la calle Las
Peñas.
En los primeros
años 50, la carpintería de “Hijos de
José Franco José” contaba con varios obreros que habían vivido la guerra
como José Corralejo, José Asuero, Dionisio Camacho Caballero o Vicente Sánchez
Corralejo.[8]
Juan Esquina Quiñones reingresó en la fábrica de la luz de la familia Fleming compaginando
labores de oficina con la lectura de
contadores;
Manuel Bernal Arroyo, antiguo operario de la
fábrica de calcetines siguió vinculado a los negocios de José Franco José, pero
ahora como tapicero de la Fábrica de
Muebles de los Zarzales. Otro quinto suyo y futuro consuegro, Andrés
Ramírez Ramírez, trabajó en los Muebles de José Franco, junto a su hermano
Ildefonso.
El buitronero José Antonio Martínez Carranza, escapó del campo de prisioneros
de Manzanares y volvió al Buitrón
andando desde Madrid. Volvió a su oficio de minero, pero ahora no en Castillo-Buitrón,
sino en la mina de Oriente (El Pozuelo).
Manuel Romero García volvió
a su oficio de cosario y transportista en una población con un modesto sistema
de coches de alquiler[9].
Demófilo Castilla Vizcaíno vuelve
a su oficio de zapatero. Antes de la guerra había trabajado en la banquilla de Manuel
Arrayás Tirado, desde 1933 a 1938 y tras su experiencia militar se incorporó a
la banquilla de Manuel Vizcaíno Delgado, desde 1942 a 1945, en realidad, continuadora de la anterior
empresa. Luego la abandonó, y trabajó en el taller de Dolores Vélez Domínguez,
entre 1946 y 1949. Pero en 1950 se dio de baja voluntaria e
ingresó en la compañía “Explotación de Ferrocarriles Españoles”, primero en la sección de vías y obras y finalmente como mozo de
estación: Tras un
breve paso por la línea Palamós-Gerona-Bañolas, y residencia en Corsá (Gerona),
estuvo destinado en Málaga desde mediados de 1950, en la Línea San Julián
(Málaga) a Fuengirola, como obrero de vías y obras y residencia, durante ese
periodo en Fuengirola. Desde mediados en la década de 1950 lo
encontramos en Zalamea la Real y desde
1958, de nuevo vuelto a Valverde del
Camino, adscrito a la línea de Buitrón a San Juan del Puerto. Estableció su
domicilio en José Franco, 23.
La emigración forzada.-
Otros valverdeños vueltos de la guerra tuvieron que
emigrar en busca de mejores expectativas de vida y trabajo, a veces en la
esfera comarcal, otras veces en movimientos intrarregionales, y en muchas
ocasiones en movimientos migratorios internacionales.
David Pedrada se fue a vivir a Sotiel y
trabajó en la mina del Asperón y más
tarde en La Torerera. Su primo, Daniel Pedrada se marchó a Pont de
Suert, en Lleida, en la orilla del río Noguera Ribagorzana,
la capital de la comarca de la Alta Ribagorza en
busca de mejores espectativa laborales. Otro miembro de la quinta del
biberón, Rafael Mosqueda Martín, tuvo que marcharse debido a la penuria de la
postguerra. Recogió a su hermanastra, Antonia Mosqueda Morgado, y se marchó a Manzanilla
como guarda de las vacas del Cortijo de Garruchena, propiedad de la familia
Vallejo de Bollullos. Ya de viejo seguía haciendo zahones como remembranza de
sus orígenes valverdeños[10].
José Parra Vizcaíno estuvo en acciones
bélicas en Asturias y Cantabria. Al
finalizar la guerra no volvió a Valverde y se empleó en la mina de la población
asturiana de Blimea.
Daniel Pedrada en Pont de Suert. Lleida.
También hubo obreros onubenses y valverdeños que se
sintieron atraídos por el acuerdo laboral hispano–germano de agosto de
1941 que permitió el envío de trabajadores a las fábricas y minas alemanas
en sustitución de los obreros teutones derivados a la campaña de Rusia: los
primeros fueron Fernando del Valle Villegas,
Jesús Garrido Romero, Manuel Córdoba Bonaño e Isidoro Contioso Herrera. Hubo
picadores, fogoneros, ajustadores,
electricistas, fontaneros, albañiles o pintores. Ramírez Copeiro cuantificó la marcha
de 1.820 hombres de la provincia de Huelva.[11]
Un
caso, no sabemos si arquetípico o excepcional, lo constituyó Jesús Garrido Romero. Había sido miembro de la UGT durante la
Segunda República y aprendiz de laboratorio de las Minas de Castillo-Buitrón. Fue
obligado a alistarse para purgar el expediente de su padre, Felipe Garrido
Pulido, acusado, como otros muchos artificieros, de ciertas explosiones previas
a la batalla del Empalme. Su marcha a la Alemania nazi tuvo como destino las
minas de hulla de la cuenca del Sarre, aunque poco después se empleó con un
contratista de madera, talando pinos, cuya madera iría destinada a la
entibación de minas, lo que le permitió disfrutar de una tarjeta de
racionamiento suplementaria. La reincorporación laboral de aquellos ciudadanos
con alguna tacha para el nuevo régimen franquista no debió ser nada fácil. Desde
noviembre de 1943, una vez finalizados los dos años de contratos se produjo la
repatriación de la mayoría de estos emigrantes forzados.
Invierno de 1942. Ramírez Copeiro, 229.
De los popularmente conocidos como gatillos, los hermanos Domínguez Ramírez,
Luis siguió la carrera militar, mientras Enrique terminó empleado en la
Delegación local de Abastecimientos y transportes, sita en el antiguo Hospital,
encargada entre otros menesteres del reparto de las cartillas de
racionamiento.
Muchos de los amigos del Casino Obrero volvieron a reencontrase. Varios de ellos eran
zapateros: José María Morián Romero, dueño de calzados Corona en la calle Colón,
esquina Lucia Ramírez; Desiderio Boniquito volvió al taller de su padre Manuel Boniquito Chaparro, “Changuero”. José
Rentero Arrayás trabajo en el envase de calzados Eximios. Gregorio Sánchez
cambio la carpintería para ser viajante de calzado. Isidoro Hidalgo Herrera fue
representante de calzado. Otros trabajaron
en la Inval S.A.: los oficinistas Juan Cejudo y Luis Caballero Santos y el viajante
Gregorio Sánchez Hidalgo.
Miembros del
Casino Obrero. Primera comunión del hijo de Manuel Ramos Asuero. Huerta de
Francisquito Arroyo
Fila superior:
José Limón “Peguero”, Cayetano, Manuel Ramos Asuero, Francisquito Arroyo,
Desconocido, Julio Arroyo, Rufina e Isidoro Hidalgo Herrera “Porrino”. Fila
central: Desiderio Boniquito Borrero, Juan Cejudo, “Chincha”, Gregorio Ramírez,
“Cheque”, Luis Caballero Santos, José Dolores Macías y José María Morián
Romero, alias “Corona”. Fila inferior: Benito Gómez “Melo”, Gregorio Sánchez
Hidalgo y Faustino Rentero Arrayás.
Los militares
Los
militares prosiguieron con su carrera:
por orden de 28 de
junio de 1939, Andrés Nieto Mariano obtuvo
el reingreso en la escala activa, con el empleo de comandante por méritos de
guerra, pasando a formar parte del Regimiento Mixto de Infantería 87 con base
en Zamora. Un año después, el 8 de mayo
de 1940 fue destinado al Gobierno Militar de Sevilla como jefe del primer
negociado de Contabilidad y Asuntos generales de la Subinspección de la Segunda
Región Militar. Tras su paso por el frente de Córdoba perdemos la pista de Telésforo
Cayuela Cánovas.
Algunos soldados encontraron en la milicia una buena
oportunidad económica y se reengancharon en el ejército, como Antonio
Villadeamigo Calero, quien sería maestro herrador, en el regimiento Granada 34, en la
2ª región Militar con sede en el cuartel del Carmen de Huelva, donde ascendió a
subteniente.[12]
Un caso similar es
el de José María Arroyo Quiñones (1915-2014), cuyos conocimientos en la herrería de
su padre, Federico Arroyo Santos, y su
habilidad natural le permitieron
encontrar su verdadera vocación, la de militar de aviación. Se fue a la guerra
de la mano del coronel Morales. Entonces fue admitido en la fábrica de armas de
Sevilla, y continuó el resto de su vida militar adscrito al Cuartel de Tablada.
Ascendió a teniente de aviación, fue armero artificiero[13] y
se jubiló como capitán honorífico de aviación.
Manuel Márquez
Rodríguez. Desde
1937 es armero provisional destinado en el segundo grupo de intendencia[14].
Fue miembro del
C.A.S.E.
José María Arroyo Quiñones.
Manuel Márquez
Rodríguez.
Los jóvenes más acérrimos con la causa nacional prefirieron enrolarse en la División Azul[15],
como Francisco Ariza Higuera o Manuel Batanero Jiménez, los albañiles Francisco Bermejo Oso, José Antonio Boza Contioso, Manuel Carrero
Cervera, Jesús Cuaresma García, y Vitorio Contioso Ibarra, este ultimo devuelto
por inútil; el panadero Guillermo Bolaños Carrasco, labradores como Andrés Corralejo Sánchez;
jornaleros como Manuel Díaz Mora[16],
Domingo García Ratón y Juan Mongango Cuesto, el último rechazado por corto de
talla; el zapatero Juan Manuel Domínguez Manobel, el oficinista Bautista
Donaire Montero, Gregorio Márquez Calleja de la quinta del 41, Juan Martín
Rosario, José Oviedo Sánchez, Gregorio Santos Hidalgo o Antonio Valdivia
Malaver[17].
El
más famoso de ellos, el que ha quedado más marcado en la memoria colectiva de
la población, fue el teniente José Antonio Rodríguez
Marín que marchó a Rusia con la División Azul y al que su muerte prematura
–ocurrida el 27 de octubre de 1941,
apenas dos semanas después de entrar en combate- le valió una calle en
Valverde, el antiguo cabecillo Martín Sánchez.
La salida de
estos voluntarios falangistas se produjo los días 2, 3 y 4 de julio de 1941 desde la estación de la M.Z.A. de
Huelva, en medio del entusiasmo de los vencedores.
Pensiones a los mutilados de guerra
Muchos de aquellos
soldados a la fuerza ingresaron en el benemérito cuerpo de Mutilados de Guerra.
El estado franquista premio a los mutilados, aunque a veces el cobro dependió
de la formación de los propios soldados y de la acreditación documental de sus
propias circunstancias.
Su situación quedó
reconocida inicialmente por el Decreto de 5 de abril de 1938 (BOE 540 de 14 de
abril) que constituyó el Reglamente Provisional del Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria, que distinguía
entre mutilados absolutos, permanentes, potenciales y finalmente mutilados
útiles. La Ley de 15 de marzo de 1940 (BOE nº 77/1940) y
la Ley 5/76 de 11 de marzo de 1964
completaron algunas de las condiciones iniciales.
El Gobierno Militar de Huelva avisó de la posibilidad de solicitar el
percibo de haberes por las secuelas de la guerra desde diciembre de 1939[18], pero no
todos se enteraron. Por ello, unos disfrutaron de esa
compensación de forma inmediata, otros con años de retraso. Juan Mora Márquez
no vio su situación reconocida hasta 1982: ingreso en el cuerpo de mutilados de
guerra, por la orden 111/190127 de 30 de
abril de 1982. Ese retraso se debió a
que no inicio la petición sino un año antes, en 1981 por la herida
sufrida en su muslo izquierdo durante la guerra.
Carnet del cuerpo
de mutilados de guerra de
Cristóbal Fernández Jiménez.
Carnet del cuerpo de
mutilados de guerra de Demetrio Cobos Belmote, quinto de 1931,
Vecino de Almonaster
la Real.
[1] Carnet de la CNS de
Huelva, nº 2057731.
[2] Entrevista a su hijo
Domingo Mora y a su nieta María Mora.
[3] Entrevista a su hijo Juan
Fernández Vélez.
[4] Entrevista a su hijo Juan
Fernández Vélez.
[5] Vid Altas de la
Contribución industrial. Leg. 709.
[6] AHH. Delegación Provincial del
Ministerio de Industria. Expedientes de actividades industriales. Signatura 2556/028. La publicidad familiar retrasa su
creación hasta 1945.
[7] Entrevista a su hija María Dolores
Contioso y a sus alumnos José Antonio Pérez Rite y
Mª Jesús Ramos, todos ellos maestros del Menéndez y Pelayo.
[8] Entrevista a
Aniceto Contioso.
[9]
Los coches de alquiler de Braulio Contioso y
Manuel Morián Mora, este ultimo dueño
de la ferretería de la Plaza, quien poseía tres taxis o coches de alquiler, un
Plymouth conducido por Paco Barranca, un
Dodge que conducían de forma alternativa Diego Morián y el sobrino Manuel
Cartes Morián, y un Fiat Balilla conducido por su hermano Fernando Morián Mora.
A ellos se unían el Fiat Balilla de
Manuel González Rey y el Studebaker de siete plazas de Manuel
Romero García, conocido en la población como Manolillo de Aracena. La camioneta
del Moreno era propiedad de Francisco Moreno Romero: obtuvo la concesión del servicio público
regular de transporte de viajeros por carretera entre Valverde del Camino y el
Cerro de Andévalo, con sus dos vehículos de las marcas Ford y Chevrolet, además
del Fiat de siete plazas del diputado, José Limón Caballero, conducido por Pedro Moreno.
[10]
Entrevista a su nieta Elisa Mosqueda
Pavón. Cuenta su familia que con el
dinero de la casa que vendió en Valverde se compró siete en Manzanilla.
[11] RAMÍREZ COPEIRO DEL
VILLAR, J. (1996): Huelva en la II Guerra Mundial, capitulo 15: “Obreros Onubenses en
la Alemania de Hitler”.
[12]
Acumuló su 6º trienio en 1957 (O. del Ministerio del Ejercito, nº 98 1/05/1957) y su 9º trienio en 1966 (D.O. del
Ministerio del ejercito, nº 72. 29/03/1966).
[13] Boletín Oficial del Ministerio del Aire. “Cursos de capacitación
para ascenso a oficial” (19/02/1963).
[14] Órdenes. Armeros
provisionales (BOE. 9/12/1937). .
[15] Para valorar el peso onubense en este fenómeno
recomendamos la lectura de RAMÍREZ COPEIRO DEL VILLAR, J (1996): Huelva en la II Guerra Mundial, capitulo
14: “La División Azul”. Y PÉREZ MAESTRE,
A. (2008): La División Azul de Huelva.
1941, 1943. Diputación.
[16] A su vuelta , trabajó en
la inspección médica de INP de Valverde de forma breve, antes de convertirse en
empleado del Banco Central en Sevilla y finalmente en Carmona.
[17] PÉREZ MAESTRE, A. (2008):
La División Azul de Huelva. 1941,
1943. Diputación.
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