LOS MOLINOS DE VIENTO DE VALVERDE DEL
CAMINO. 1744-1978. (IV)
Juan Carlos Sánchez
Corralejo
Actas de las VI
Jornadas del patrimonio del Andévalo, pp. 175-180.
La tipología
El molino valverdeño, como el
andaluz, responde a la tipología A de molino mediterráneo de Krüger: es un
molino de eje horizontal con aspas en forma de cruz, acopladas a un eje por
cuatro o más pares de varas, y velas triangulares de lienzo o panémoros.
Julio Caro Baroja realizó un doble viaje al Andévalo[1], y su
descripción clásica sigue siendo la base descriptiva de los molinos del
Andévalo. Los sitúa como integrantes de
una misma unidad estructural, el molino andaluz, que abarcaría la propia
comarca del Andévalo, ciertos tipos de molinos portugueses del Algarve y el
Alentejo, y los del Antiguo Reino de Sevilla.[2]
Con esa excepcional base, con los restos del
molino de Cañaluenga y la ayuda suplementaria de unas fotos decimonónicas,
podemos decir que los molinos valverdeños eran de torre totalmente cilíndrica, no
ligeramente tronco-cónicas como algunos molinos de la comarca; de muros gruesos
de unos 6 m de altura, construidos en mampostería de pizarra mezclada con
arcilla, posteriormente revocados y encalados. Los del cabezo de San Gregorio
eran de pizarra azul-morada, proveniente seguramente de la pedrera anexa al cabezo,
que trabajó a principios del siglo XX Juan Marín
Gamonoso –actual calle Tarsis-, o de las Pedreras del Pozo Malagón.[3]
Según la descripción de Caro Baroja, solían tener una base de 8 metros de diámetro,
que dejaba libre un interior de unos 5 metros, ya que las paredes llegaban a
tener 1’50 metros de anchura. Pero el valverdeño era un molino
menudo. Los restos del molino de Cañaluenga apenas tienen cuatro metros de
diámetro y un grosor de un metro[4]. Contaba con una única puerta
de acceso en la planta baja, situada al oeste-noroeste, en posición opuesta al
rotor, orientado al oeste-suroeste. Una escalera de piedra o ladrillos de 9
escalones, adosada al muro y sin barandilla, llevaba al piso de la maquinaria
principal, de igual diámetro que la base del molino, y de una altura de tres
metros. La escalera del molino de Feria era de ladrillo y el suelo enlosado de
lajas. Su rotor tenía
cuatro velas latinas. El chapitel o techumbre cónica estaba recubierto con un
manto de brezo.
Era un molino móvil: unas ruedas de madera de encina o de hierro, las
“carretillas” (19) embutidas en la rueda grande (20), permitían el giro de la
estructura superior del molino –el ingenio-,
ya que giraban en círculo sobre el carril (18) fabricado de madera pero
con refuerzos de hierro. Del extremo del injerto colgaba una cuerda o cintero (33) para provocar el giro deseado.
El
eje superior horizontal se componía de las berlingas
(31), ocho aspas rudimentarias formadas
por cuatro pares de árboles o palos de madera: cuatro de vela y cuatro de puño,
estos últimos así llamados porque en ellos se amarraba las velas cuando estaban
desplegadas. Las velas eran fabricadas con telas amarradas a las arboladuras o palos del rotor, de forma
similar a los molinos persas, mientras las aspas estaban tensadas entre sí por
una soga o escota (36).
El molino onubense y
gaditano posee un giro de velas dextrógiro,
siguiendo la dirección de las agujas del reloj, mientras que los almerienses
giraban en sentido levógiro. La velocidad de giro podía regularse por el
procedimiento de soltar o recoger vela, y ésta es una de sus principales ventajas. Una desventaja era que,
frente a tormentas imprevistas, las velas se rompían con facilidad.[5]
El movimiento circular de las
aspas era transmitido al injerto, el eje horizontal del molino, que ya en su
interior perforaba la rueda de engranes
o rueda catalina, gracias a su extremo o “rabo”. La rueda de engranes (23), fabricada de madera de encina, se componía
de hasta 30 piñones o dientes y multiplicaba las revoluciones de una a cinco. En
la sala de molienda, la potencia multiplicada se transfiere por medio de la
linterna (11), formada por seis husillos de madera o hierro, al eje vertical o tenazón, que actúa como engranaje secundario, solidario al eje
vertical que debe mover las muelas. La transmisión desde la linterna al tenazón
se realiza con dos piezas –varón del
carro (6) y barril (5)- a modo de
abrazaderas. El tenazón se sujeta a la lavija -una plancha de hierro con un agujero en el
centro-, atraviesa las dos piedras de moler, la solera, fija, y la volandera,
móvil, transmitiéndole a esta última el movimiento de giro que hace posible la
molturación del grano.[6]
La tolva de madera (12), de forma piramidal invertida, suministra el
grano a la piedra, cuyo vértice estaba conectado con la panereta (13), elemento
que regulaba la entrada de grano por el ojo de la piedra volandera,
garantizando su flujo constante. Todo el peso del sistema llegaba hasta el
suelo, donde el molinero, sentado en el marranillo, regulaba una palanca que
servía para regular la presión de las muelas y así determinaba la calidad de la
harina resultante.
Caro Baroja establece diferencias entre los molinos andevaleños y
los manchegos: los diferentes sistemas de aspas y velas, la diferente situación
de la rueda de engranes, en el molino
manchego delante de la linterna y en el andevaleño detrás; o el diferente
sistema de caída de la harina, no por un conducto de madera, sino directamente
al jarnal –harinal o piquera en otras poblaciones; el suelo de laja, delimitado por unas chapas o reores (17), donde se llenaban los sacos[7]. La harina, gracias a la fuerza centrífuga, era empujada por las chapas
laterales del reor o guardapolvo.
Resulta imposible saber la cuantía
cierta de la molienda eólica en el siglo XVIII. Es algo conocido el alto grado
de ocultación
de la encuesta sobre la riqueza mandada realizar por Ensenada. En cuanto a la producción agrícola, se
suele cifrar entre un 20 y un 40% del total, seguramente mayor en las
producciones industriales como la molienda. Según las Respuestas Generales, los
molinos de viento de Castillejos
molturaban 35 fanegas anuales cada uno; los de
Valverde 30 fanegas, ya que muelen solo
el tiempo de verano. La infravaloración de los rendimientos salta a primera
vista, y alcanzó cotas desproporcionadas en las Comprobaciones
del Catastro. Según éstas, el molino de viento de Calañas no produjo nada
desde 1751 a 1761.
Rueda
de engranes. Molino de El Granado
Maquinaria del molino de Santa Bárbara. Foto Antonio
Escudero.
Esquema de molino andevaleño. La Puebla de Guzmán. Julio
Caro Baroja (1996): Tecnología Popular Española. Pág. 179. 1.Piedra fija o solera. 2.Piedra volandera.
3.Tenazón. 4.Lavija. 5.Barril 6.Varón
del carro 7. Pala de cola de pato. 8.Sortijas de hierro. 9.Galápago. 10.Viga transversal
11.Linterna, farolillo o carro. 12.Tolva. 13.Pandereta. 14.Caíllo. 15.Alivio o
freno. 16. Jarnal. 17 Reores. 18.Carril. 19.Carretilla. 20.Rueda Grande.
21.Techo cónico. 22.Palo chamicera. 23.Rueda de engranes. 24.Piñones o dientes.
25.Caja. 26.Injerto. 27.Rabo. 28.Rollete. 29.Gollete. 30.Ulambre. 31.Berlingas.
32.Hocico. 33. Cable o cintero. 34.Cigúeñal. 35.Velas. 36.Escota.
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[1] Caro Baroja,
atraído por los datos del diccionario de Madoz, visitó los molinos del
Andévalo, especialmente los de Puebla de Guzmán, a los que dedicó una doble
visita: a fines de 1949 estuvieron Julio Caro Baroja y George Foster en Puebla
de Guzmán, Alosno y El Cerro, y volvieron en la
primavera de 1950 a la romería de la Virgen de la Peña, la de San Benito
en El Cerro y las Cruces de Alosno, conocieron el folclore y las peculiaridades
de sus molinos de vela.
[2] En dicha obra
describe además los de Conil y Vejer de la Frontera, en Cádiz, y los de la comarca onubense
del Andévalo. El viaje es reproducido por GARRIDO PALACIOS, M., 2011.
[3] Entrevista a
Antonio Mora Mora (1922). Otra opción menos probable es que procedieran de canteras más lejanas como la de Villarbajo, cercanas al
río Odiel
[4] RICO PÉREZ, A.
“Por un viejo molino”. Facanías.
Extraordinario de Feria, 1983.
[5] ROJAS-SOLA, J.I. y AMEZCUA-OGÁYAR, J.M., 2005.
[6] Ruta cultural ingenios del aire. Los molinos
harineros de la Comarca Onubense del Andévalo. Instituto Andaluz de Patrimonio
Histórico. Consejería de Cultura.
[7] CARO BAROJA;
1996, p. 182. Recogido por GARRIDO PALACIOS, M, 2001.
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