Vistas de página en total

viernes, 31 de diciembre de 2010

BELENES DE VALVERDE DEL CAMINO (I)

EL BELEN DE  VALVANERA JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ.   
 SETENTA AÑOS PONIENDO EL PORTAL


Prima hermana de Manuel Castilla  Jiménez, el afamado escultor valverdeño fusilado en 1937, Valvanera hizo bueno el refrán que dice que de casta le viene al galgo y se convirtió en  una escultora autodidacta, siendo una niña.
Hacia 1942, cuando solo tenía diez años, ya ponía el Belén en la nueva vivienda familiar del número 87 de la Calle Nueva.
Desde el principio las  piezas de su Belén  eran de elaboración propia: las confeccionaba con barro procedente del cabezo del Molino que le traía su hermano, Manuel Jiménez, aunque aún su corta edad le llevaba a moldearlas todas con los brazos abiertos. Eran piezas efímeras que reelaboraba cada año con sumo esmero.
Valvanera  tuvo que acompañar a su marido Domingo Leñero Borrero fuera del Valverde pos sus obligaciones laborales.   La familia vivió Villafranca del Bierzo, Mazarrón,  Guadix, Alicante y  Mallorca. En todos estos emplazamientos seguían montando un Belén, aunque fuera de reducidas dimensiones,  salvo el Teruel -nos dice la propia Valvanera-, ya que allí  la abundante panita la animaba a recrecer el tamaño.
De vueltas a Valverde su Belén cobra grandiosidad. Para ello cuenta con la ayuda inestimable de sus hijos, PIlar, Manolo y  Ángel Luis.
Hoy las fuerzas decrecen  y el Belen se ha hecho algo más menudo, pero sus hijos Pilar y Ángel mantienen el deseo de que vuelva a su esplendor de antaño.
   El Belén de esta artista Valverdeña siempre ha contado, además del  Nacimiento y los Reyes Magos, con típicas escenas navideñas  como  la buñolera con la cara de su madre Teófila Domínguez, la  noria de cangilones, la red de cabras, el agricultor arando, las castañera -a la que puso cara de su suegra, María Borrero-, el panadero, la hilandera, el herrero, el caganet, el pastor con sus ovejas,  la matanza, el herrero, la hilandera o el panadero.  


viernes, 24 de diciembre de 2010

HISTORIA DE VALVERDE DEL CAMINO: EL FALSO MILIARIO

Por Juan Carlos Castilla Soriano


Hace bastantes años apareció en el Cerro de Santa Marina, en el paraje de Raboconejo, una columna de mármol. Del hallazgo fueron testigos, entre otros, José María Mora y Diego Ramón Maestre. Don Diego Romero Pérez, “El Notario”, la trajo a Valverde del Camino con la intención de utilizarla como pie de pila bautismal, posiblemente para la ermita de “El Santo”.


¿Miliario romano o
soporte de altar de época  paleocristiana? 

Durante mucho tiempo se pensó que esta columna podría ser un miliario romano, es decir, uno de esos hitos o postes de piedra que éstos utilizaban junto a los caminos para marcar las distancias. Se encontraban separados entre sí unos mil pies, de ahí su nombre de miliario.

No era descabellada la idea, pues se sabe que la calzada romana que venía de las minas de Riotinto y pasa por Valverde se divide allí en dos tramos: uno iría buscando el puerto en una zona aproximada entre San Juan y Huelva, el otro tramo se dirigía hacía Niebla (la Ilipla romana) y pasaría por las cercanías de Raboconejo. Por esto fue que se pensara en un principio que se tratara de un miliario, pero esta funcionalidad fue ya descartada en su momento por P. Sillieres.

Esta pieza actualmente se conserva en los jardines de la Casa Dirección de Valverde del Camino. En ella aparece parte de una inscripción en latín. No hace mucho esta inscripción ha sido objeto de un primer estudio al objeto de incluirla en un corpus o recopilación de inscripciones latinas (CIL) y las primeras  conclusiones de A. Stylow y H. Gimeno nos dicen que se trata de letras, aunque en latín, típicas de época visigoda. Es decir, en torno a los siglos V- VI de nuestra era.

En el texto, incompleto por una rotura de la pieza, se puede leer la expresión “DE LIGNINETARAS”, que parece hacer alusión a las palabras “lignum” y “aras”, o lo que se puede interpretar como “cruz de madera” y “altares”. Podríamos interpretar así que, la pieza de mármol en cuestión, podría ser el soporte de un altar con una cruz de madera.




Conociendo estos datos, me dirigí junto a D. Enrique Carlos Martín Rodríguez, valverdeño y Conservador del Museo Provincial de Huelva, el profesor de la Universidad de Huelva, D. Juan Aurelio Pérez Macías y D. Diego Ramón Maestre, conocedor de la zona,  a visitar el lugar donde apareció la columna, el Cerro de Santa Marina.

Juan Aurelio Pérez Macías[1] pudo observar en superficie en el Cerro de Santa Marina una acumulación de materiales constructivos y pequeños trozos de cerámica que indican una pequeña construcción de unos 10 metros de largo por 4 de ancho, que puede relacionarse con una basílica paleocristiana. La columna, casi con toda seguridad, sería de origen romano y procedente de alguna construcción de la cercana Ilipla. Los nuevos pobladores visigodos traen la pieza hasta el cerrete de Santa Marina y la dan al culto cristiano con la citada inscripción.

Estamos, por tanto, ante uno de los pocos restos conservados en las cercanías de nuestra localidad que nos documentan los principios u orígenes del culto cristiano en esta zona.


[1] Pérez Macías recoge estos datos en el catálogo de la exposición “Ave verum Corpus: Cristo Eucaristía en el arte onubense. Exposición conmemorativa del Cincuentenario de la creación de la Diócesis de Huelva. 7 de octubre a 7 de diciembre de 2004. Museo Provincial de Huelva”. pp. 92-93. Córdoba: Publicaciones Obra Social y Cultural Cajasur, 2004

martes, 21 de diciembre de 2010

HISTORIA DE VALVERDE DEL CAMINO: LA EPOCA ROMANA

CAMINOS DE HISTORIA: POR LOS CAMINOS DE ROMA


El documental "Caminos de Historia" fue el corolario del proyecto “Camino Romano de Valverde”, llevado a cabo  por los miembros de la Asociacion “Amigos del Patrimonio Valverdeño” y que fue  seleccionado por la  Consejeria de Cultura de la Junta de Andalucia dentro de su programa de voluntariado en el año 2002.
  
 La exposición y el video que culminaron las tareas previas de limpieza de tres tramos de la via Onuba-Urium, pretendieron ser una obra básicamente divulgativa.
Nuestro único objetivo era volcar los estudios de prehistoria -verdaderos protagonistas de este trabajo- en un discurso que nacía con vocación de síntesis y que trataba de ahondar en el conocimiento de los restos romanos anexos a la vías Urium-Onuba y Valverde-Ilipla.
Deseamos que pronto se subsane la carencia alarmante de prospecciones y excavaciones arqueológicas en la zona. Estamos seguros que entonces -quizá más que ahora- se pondrán a la luz muchos de los errores, inexactitudes e incluso disparates contenidos en este trabajo. Sin duda, será un día feliz para nosotros, cuando desde una perspectiva totalmente científica, podamos tener acceso a un conocimiento riguroso, preciso, fidedigno y absolutamente imprescindible.   
   Si nos atrevemos a elucubrar y a menudo damos rienda suelta a la especulación sólo lo hacemos con la intención de que nuestros hijos y alumnos  se acerquen con entusiasmo a la tarea de bucear en el pasado.

   Pensamos que los estudiosos sabrán perdonar la osadía. De ellos parten la mayoría de opiniones y  teorías. Con casi toda seguridad habremos montado mal algunas de las piezas del puzzle, pero al menos -así lo pensamos al menos nosotros- nuestra tarea o podrá servir en nuestros colegios e institutos para facilitar el acercamiento el debate y la reflexión acerca de la importancia de los restos del pasado.   

El guion fue elaborado por los historiadores locales Juan Carlos Castilla Soriano y Juan Carlos Sánchez Corralejo. Las imagenes son del cámara Juan Reinoso y el  excelente montaje obra de José Juan  Parreño Ramírez.

Asimismo agradecemos la participacion desinteresadadel profesor universitario  Juan Aurelio Pérez Macias, de Jesús Fernandez Jurado, arqueologo de la Diputacion de Huelva  y de Juana Bedia, conservadora del Museo Provincia lde Huelva.


Amigos del Patrimonio Valverdeño 
     









miércoles, 15 de diciembre de 2010

ETNOGRAFIA DE VALVERDE DEL CAMINO: OFICIOS EN EL RECUERDO (I): LAS SAGAS DE TALABARTEROS VALVERDEÑOS DEL SIGLO XX (I).-

Por D. Juan Carlos Sánchez Corralejo

«OFICIOS EN EL RECUERDO: TELARES Y TALABARTEROS VALVERDEÑOS DEL SIGLO XX (I)». En Raíces, nº 3, págs. 18-25.  Valverde del Camino. Gráficas Fernández.  

A mi tío Manuel Flores Maestre,
Rafael Borrero Gómez,  
Domingo Bermejo Carrero (in memoriam)
y a todos los tabarteros, urdidoras y tejedoras valverdeños.



1.      Talabarteros valverdeños del siglo XX.-

Cuatro sagas o familias, amén de una multitud de particulares, destacan en el oficio de talabartería valverdeño en la presente centuria.

            *La familia Borrero. Se compone, al menos, de tres generaciones de talabarteros conocidos. Manuel Borrero Bermejo (1880-1954), casado con Marina Gómez, aprende el oficio en el taller de sus padres Gregorio Borrero Morián y Reposo Bermejo Oso, primeros miembros documentados de la familia que poseían taller de talabartería, aunque no desdeñamos precedentes. El primer taller de Manuel estaba ubicado en La Calleja, 22 -por entonces General Sanjurjo-, en un salón del patio. Entre sus operarios, sus hijos Rafael y Reposo,  Josefa Mantero Batanero, Francisca Oso, quien entre 1926 y 1929 se dedicó a las labores de torcido de la lana, y José Arenas Malavé que trabajaba en el telar de urdimbre vertical en los años finales de la década del 30.

            En los inicios de la década de 1930, se traslada a un nuevo taller construido por él mismo en la carretera de Calañas, a espaldas de una casa de su propiedad, sita en la calle Nueva, 90.

Tras la vuelta de su hijo, Rafael, de la Guerra Civil amplían los salones de talabartería y trabajan juntos en la Cruz de Calañas. Pero, poco después, padre e hijo parten el negocio y con él a las operarias. Manuel se traslada entonces al número 26 de La CallejaLa Freiduría»). Este taller se componía de tres cuerpos. En el primero, trabajaban varias muchachas -habitualmente las más jóvenes-, como Antonia Romero, realizando las labores de torcido, los bordos de las alforjas de caballerías o «alforjes» y las canillas. En el segundo, operaban cinco o seis telares de cinchas, jáquinas y ataharres, a cargo de Petra Pulido Barba, Reposo Márquez Romero, Alejandra Romero Marín, Petra Romero Cuesto, Miguela y Ascensión.

 En el último, existieron al menos tres telares de alforjas «flojas», en los que trabajaron Ramona Gutiérrez Pérez, Manuela Caballero Sánchez, María Alberto Barba y Petra Romero Cuesto, y uno de alforjas de montura accionado por las expertas manos de Francisca Feria Rite. Se completaba el taller con las mesas de talabartería, donde se realizaban los albardones y las enjalmas, a cargo del propio Manuel y de Joaquín Ramírez González. Este taller se dedicó asimismo a la confección de toldos, aprovechando los paños de lona y las argollas, típicas de cualquier talabartería.  Durante los últimos años de su vida, Manuel, siguió trabajando en compañía de su hija Reposo Borrero Gómez (1911-1999), a quien los operarios llamaban la «maestra», en señal de respeto. Reposo, se ocupaba de las labores administrativas y vendía los polvos de teñir. Muerto su padre, lo mantuvo en funcionamiento hasta los años finales de la década de 1950.

            El hermano mayor de Manuel, José María Borrero Bermejo (1872-1953), siguiendo asimismo la tradición de sus ancestros, poseyó su propio taller de talabartería en la calle Real de Abajo, 18 -por entonces General Mola- con un acceso trasero. Se componía de dos telares para realizar mantas de trapo y alforjas, otros dos verticales, un urdidor de pared, las devanaderas de yute, de mayor tamaño que las de algodón, y la rueda de madera, donde se torcía igualmente yute.
 De su matrimonio con Reposo Mora Quintero, tuvo cinco hijas que le ayudaron en el negocio familiar: Reposo, Gregoria, Lucía, Josefa y Carmen. Reposo Borrero Mora (1903-1995), la mayor y Josefa solían realizar las alforjas, Lucía se especializó en la confección de jáquimas y cinchas, mientras que Gregoria, además del telar vertical, cosía los albardones, enjalmas y las tarabitas de las cinchas. Otros operarios fueron Gregoria Santos y José Arenas Malavé (1914).

José Arenas es un hombre polifacético. A caballo de la décadas de 1920 y 1930, alterna sus labores en los talleres de Manuel, Rafael Borrero, y con la familia Sánchez Domínguez, confeccionaba los ataharres de María Jesús Carrero, mientras que en el taller de José María Borrero era el encargado del «telar sevillano». Este telar, que disponía de lanzadera volante, se utilizaba para la confección de alforjas y piezas de lona para la fabricación de enjalmas y mantas «sacaeras». Tras contraer matrimonio, en 1940, busca mayor prosperidad económica, dedicándose a la elaboración de albardones por su cuenta, y a la destilación de esencias en varias calderas valverdeñas, ya que la talabartería era un trabajo duro y muy mal remunerado. El taller de José María Borrero dejó de funcionar a fines de la década de 1950.



Rafael Borrero Gómez (1909-1997)
en su taller de la carretera de Calañas.  

            Rafael Borrero Gómez (1909-1997) representa, al menos, la tercera generación de esta saga de talabarteros valverdeños. Aprendió el oficio con su padre, Manuel Borrero. Tras volver de la Guerra Civil y partir el negocio, crea su propio taller en la carretera de Calañas, convirtiéndose pronto en uno de los más activos de la localidad. El taller de talabartería de la Cruz de Calañas dejó de funcionar entre 1969 y 1970. Era habitual ver en él a un número de jovencitas, entre tejedoras y  urdidoras, que oscilaban entre diez y doce y que, a menudo, debían ser sustituidas después de contraer matrimonio.

Entre sus operarias destacaron Gregoria Santos Donaire (1907-1989), Antonia Bernal Delgado y Josefa Bando Linero, en los alforjas, Vicenta Prieto y Reposo Blanco Ramírez en el telar de urdimbre vertical. Otras operarias fueron Manuela Caballero,  Valvanera Jiménez o Catalina Bernal, dedicadas a las labores de torcido y los bordos de las alforjas, amén de la ayuda inestimable de su esposa, Josefa Lorca Palanco y de sus hijos, Mary, Pilar y Pedro. Se componía de tres telares de alforjas, seis de urdimbre vertical y cuatro mesas de talabartería donde trabajaban el propio Rafael, Manuel Flores, Manuel Borrero Gutiérrez y Joaquín Ramírez González. Este último trabaja en el taller de Manuel Borrero, pero era requerido por Rafael en épocas de mucha demanda, cuando se multiplicaban los pedidos o se acercaban las ferias más importantes del contorno. El taller contó además con un telar sevillano para hacer lonas, aunque nunca llegó a entrar en funcionamiento.
         





Telares de urdimbre vertical.
En primer término Resposo Blanco Ramirez.
En segundo término,  y Antonioa Bernal


            *El taller de Josefa Mantero Batanero. Nacida, al parecer, en el último decenio del siglo XIX, aprendió el oficio en el taller de Manuel Borrero. En una fecha no bien precisada, decide trabajar por cuenta propia. Su primer taller se localizaba en el Valle de la Fuente nº 89 (actual «panadería Rite-Peteco»), siendo trasladado posteriormente al Cabecillo Martín Sánchez, 50. Se componía de un único telar horizontal, donde realizaba alforjas, mantas de caballo de lana y mantas de trapo, realizadas con la ayuda de ovillos de trapos viejos, cortados previamente en tiras. 


            *El taller de la familia  Sánchez-/Domínguez. Taller localizado en la calle Trinidad, 44, que ya existía a fines del siglo XIX. A falta otros precedentes, conocemos a su dueño a fines de la pasada centuria:  Juan Sánchez Díaz (1850-1919), hijo de Pedro Sánchez Arrayás y Josefa Díaz Santos.  El matrimonio formado por Juan Sánchez y Juana Domínguez Santos tuvo seis hijos, Pedro, Francisco, Aurora, María Josefa, Horacio y Consolación, tres de los cuales, solteros, prosiguen la tradición familiar: Pedro (1874-1945), Aurora (1878-1967) y Francisco Sánchez Domínguez (1883-1933).

Se componía el taller de tres telares verticales, la mesa para los albardones y enjalmas, la rueda de torcer hilos y varias devanaderas. Pero además poseía una rueda de hacer sogas. Según la descripción de Juan Sánchez Sánchez, era un instrumento parecido a la torna, compuesto de una rueda de hierro para torcer maromas, de tres o cuatro centímetros de diámetro, destinadas para sogas de pozos y para atar la carga de las caballerías. Este dato pone de manifiesto cómo las operaciones de talabartería y espartería a veces estaban muy unidas en la localidad. Para tal operación los hilos debían sacarse a la calle, en una longitud de 25-30 metros. Se enganchaban en cuatro garfios, mientras que en el otro extremo se situaba un «cerraó». La maquinaría estaba lista para iniciar el torcido con solo accionar la manivela. En dicho taller se fabricaron asimismo látigos para arrear a las bestias y se vendían horquetas y palas que la familia adquiría en Mula (Murcia).

El taller desaparece tras el fallecimiento de Pedro Sánchez Domínguez, en 1945. Su sobrino, Juan Sánchez Sánchez, pretendió seguir la tradición familiar, pero finalmente se dedicó a la zapatería, por indicación paterna. Buena parte de los útiles de talabartería fueron adquiridos por Rafael Borrero. No obstante, Aurora «la manana» siguió vendiendo polvos de teñir, debido a la arraigada tradición local del luto.


            * La familia Carrero Malavé-Bermejo Carrero. Las hermanos «perrerre»,
-permítanme utilizar el apodo en aras a un mayor conocimiento por parte de los lectores-, José María (1881-1935), María Jesús (1886-1973) y Manuela Carrero Malavé (1889-1981), poseían su taller en la Calle Real de Abajo nº 30 -por entonces General Mola-, taller heredado de su madre, María Jesús Malavé, que debió estar en funcionamiento, al menos, desde el último tercio del siglo XIX.
           



Maria Jesus Malavé escamenando lana.
Fines del siglo XIX.  

María Jesús Carrero, tras contraer matrimonio con Manuel Castilla, vive y monta su taller en la Calle Camacho 58, por entonces General Goded, compuesto de un único telar de urdimbre vertical y, -nos cuenta José Arenas- enseñó a su marido a hacer enjalmas y albardones. Mientras tanto, el taller de la calle Abajo siguió en manos de Manuela y José María, ambos solteros. Este último, se componía de tres telares de pared, situados en un alpende, un telar de «alforjas» y la mesa de hacer albardas. Además de su telar y de las labores propias de la talabartería, Manuela Carrero se dedicaba a la venta de tintes, tanto al resto de profesionales, como a particulares.
                                              
            Siguen la tradición Domingo Bermejo y Domingo Castilla.

Domingo Bermejo Carrero (1911-1994) era hijo de Tomás Bermejo Quintero y Leonor Carrero Malavé. Tras aprender el oficio con sus tías, María Jesús y Manuela, hacia el año 1946 instaló su propio taller en la calle Curtidores, 13, que sobrevivió hasta 1976, coincidiendo con su jubilación, aunque a partir de dicha fecha, siguió realizando, de forma esporádica, algunos albardones y morrales por encargo. Algunos operarios eventuales de su taller fueron los hermanos Juana y Gregorio Castilla, Clara, Manuela «la rubia» y sus hijos, José María y Leonor. Su hija, Leonor Bermejo Mora, es precisamente la única tejedora que mantiene vivo, en Valverde, este bello oficio. Trabaja con su padre desde los once años. Empezó realizando jáquinas, cinchas y ataharres, y aprendió más tarde a tejer las alforjas, observando la tarea de su tía Manuela Carrero y de Josefita «la bizca». Actualmente conserva uno de los telares de pared de su padre, donde sigue confeccionando los típicos cinchos de los «capiruchos negros». 
   

            Domingo Castilla Carrero (1920-1983) era hijo de María Jesús Carrero Malavé y primo hermano del anterior. Aprende el oficio en el taller materno, sito en el Cantón (Camacho 58), donde continuará las labores de talabartería iniciadas por su madre. Este taller disponía de un telar de pared donde realizaba cinchas, jáquinas, ataharres y cinchos de nazarenos. En dicho taller trabajó asimismo su hermana, Francisca Castilla, desde los diecisiete hasta los veinticinco años, antes de contraer matrimonio. 




Mesa de talabarteria del taller de
Domingo Bermejo Carrero (1911-1994).
Calle Curtidores, 13. 

Leonor Bermejo Mora mantiene vivo el
oficio de talabarteria en Valverde





            * La familia Flores. Manuel Flores Maestre (1928-1990). Discípulo de Rafael Borrero, montó su primer taller, en 1952, en la Calle Peñuelas, 10 -por entonces Millán Astray-. Se componía de tres telares verticales, situados en la segunda cocina de la casa, un telar de alforjas localizado en una pequeña cuadra y la mesa de talabartería. Poco después, instaló el telar de alforjas en casa de Petra Romero Cuesto (Peñuelas, 39) para facilitar el trabajo de esta última. También Antonia Bernal realizó alforjas, de forma esporádica, en el taller de las calles Peñuelas a fines de la década de 1950. En 1963, Manuel, trasladó su taller a su nueva vivienda, sita en Don Juan de Austria, 3, tras la inauguración de la Barriada de la Inmaculada Concepción, dejando de funcionar hacia el año 1978. Entre sus operarios destacan Vicenta Prieto Gutiérrez, encargada de la elaboración de ataharres, María Alberto Barba, encargada de los alforjas, sus sobrinos Juana y José Antonio Corralejo Flores, Rosi Banda, Ascensión, y la ayuda inestimable de Reposo Fernández, su esposa, y sus tres hijas, Pepi, Mari Reyes y María Reposo.


Manuel Flores Maestre

        

domingo, 12 de diciembre de 2010

VALVERDE DEL CAMINO. ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS (I): EL PARQUE PERIURBANO SALTILLO-LOMERO LLANO

ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS (I)

El parque periurbano Saltillo-Lomero Llano.-

Juan Carlos Sánchez Corralejo 

Fuente: Catálogo de la Biodiversidad y del Medio Ambiente.. Valverde del Camino. 2005
Consejeria de Medio Ambiente y Ayuntaniento de Valverde.
Gráficas Fernandez 

Por Orden de 18 de mayo de 1999, la Junta de Andalucía declaró parque periurbano el paraje «El Saltillo y Lomero Llano», con su consiguiente inclusión en el Inventario de Espacios Naturales protegidos de Andalucía. Con esta figura legal se pretende conseguir el difícil equilibrio entre el uso recreativo  y la necesidad de protección capaz de permitir la conservación de sus valores naturales, toda vez, que a este espacio natural se une  el área residencial de Los Pinos.  
Asentado sobre una superficie de 188’5 hectáreas, su topografía es muy suave, con altitudes que oscilan entre los 40 y los 100 metros sobre el nivel del mar.

El bosque climácico mediterráneo de encinas y alcornoques ha quedado reducido a su mínima expresión. Sus escasas manifestaciones están  acompañadas de un sotobosque de jaras, mirto, lentisco, madroño y romero. Domina el bosque secundario de pino piñonero (Pinus Pinea). Esta especie, la  más extendida del parque,  se eleva hasta los 20-25 metros de altitud y se caracteriza por una copa amplia y aparasolada, debido a la tendencia de las ramas de cada nudo a engrosar el tronco. Su gruesa corteza se resquebraja en grandes espejuelos de color rojizo. Sus acículas son largas y rígidas, en grupos de dos. La piña, en forma de globo y escamas gruesas, tarda tres años en madurar.


Se trata de coníferas centenarias, cuyo origen se remonta a los siglos XVIII y XIX. No son resultados de repoblaciones recientes. Es un pino propio de climas mediterráneos, muy resistente a la sequía y al calor y, por contra, sensible al frío. Prefiere terrenos arenosos, sueltos y profundos, rehuyendo los arcillosos y yesosos, y es indiferente a la acidez o basicidad. Es, pues, una especie en extremo adaptable.

Las aves más comunes son rabilargos, milanos negros, ratoneros y gavilanes. Pueden encontrarse asimismo zorros, turones, tejones y lirones caretos, difíciles de ver por sus costumbres nocturnas. 
El parque dispone de dos áreas recreativas, la del Saltillo y la de los Toscones, ésta última junto al embalse homónimo que, además de un amplio merendero, dispone de seis cabañas, tendentes a potenciar el turismo rural en la localidad. 




El Lomero Llano